La superstición nacional es propensa a los cómputos de las avenidas más anchas y los ríos sin orillas. Frente a esas dudosas desmesuras, el Teatro Colón es indiscutible. Por un lado, están las mediciones que lo sitúan en el orden más alto de calidad; por otro, los testimonios de músicos e intérpretes como, por ejemplo, el director Robert Craft, que cuando estuvo en Buenos Aires con Stravinsky hacia 1960, aseguró que en ninguna otra parte había escuchado con tanta claridad los susurros del ponticello en la marcha fúnebre de las Seis piezas op. 6 de Webern.
Era previsible entonces que las dudas sobre las reformas implicadas en el Master Plan se concentraran en esa cuestión. “ La decisión es que la acústica del Colón no se altera porque es el patrimonio más valioso del teatro”, confirma sin rodeos el arquitecto Alvaro Arrese, director general de Infraestructura del Gobierno de la Ciudad, al comienzo de la entrevista de la que participan también Gustavo Basso y Rafael Sánchez Quintana, los ingenieros encargados de cuidar la acústica de la sala. “Estamos siendo sumamente cautelosos –continúa Arrese–. Llamamos a los dos más grandes especialistas de acústica que hay en el país y descartamos todas las reformas escenotécnicas que podían alterar la acústica. Intervendremos en la medida en que no se desnaturalice la esencia acústica. Es imposible que entre un helicóptero en el escenario. Para eso hay que hacer otro teatro.
— ¿Qué distingue al Colón del resto de los teatros líricos?
–Basso: Tiene algo extraordinario que es su muy buena calidad acústica ante condiciones distintas de funcionamiento: sala vacía, llena, por la mitad, con escenografías diferentes, con el telón bajo. Siempre funciona de manera excelente.
— ¿En qué medida las obras amenazan la acústica de la sala?
–Sánchez Quintana: Nuestra primera meta fue que no se cambiara nada de la geometría ni del escenario. En cuanto a los textiles, hicimos mediciones antes de desarmar la sala siguiendo la norma ISO 3382, que toma en cuenta el tiempo de reverberación. Si tenemos una falla, podemos ponerlos de nuevo. Hay un desarme programado y medimos cada cosa que sacamos.
– B: Se hizo un diagnóstico más preciso que el que se usó en La Fenice de Venecia o la Scala de Milán. Es una especie de tomografía computada que mide más de cuarenta puntos. Estamos extremando las posibilidades técnicas.
—Aún con estas precauciones, ¿imaginan objeciones acerca de la modificación de la acústica?
–B: Podemos comparar el Colón hoy con el Colón en 2008, pero habría un problema de psicoacústica. La memoria auditiva de largo término es muy poco estable.
–SQ: Si cerramos la sala un mes y la abrimos sin modificar nada, no va a faltar quien diga que se oye distinto. No se trata de construir un teatro nuevo, sino de conservar la acústica que tiene. Ahora se oyen ruidos, el ruido del fondo del escenario es grande. Esto ocurre porque los cierres están hinchados por el paso del tiempo.
— ¿Cómo se sienten ustedes frente a este desafío?
–SQ: Hay mucha tensión. Uno se siente un poco en la silla eléctrica.