No extraña a la Argentina, no tiene nostalgia ni de Buenos Aires como ciudad ni del Colón como teatro ni de rincones de nuestro país. A lo largo de su carrera, Julio Bocca se declaró feliz, por diversos logros, recuperaciones, premios. Ahora, reitera “estoy feliz” y suena muy diferente: más pleno, con más convicción. Progresivamente, fue dejando proyectos que lo vinculaban con la Argentina (su escuela, su compañía, su fundación); en cambio, disfruta de Uruguay, donde tiene tranquilidad, amor y trabajo.
—¿Cómo estás, por dónde pasa tu vida hoy?
—Vivo en Montevideo hace cinco años. Mi vida está allá ahora. Estoy feliz. Con el Ballet Nacional del Sodre, en junio, cumpliré tres años. Estoy contento en el lugar que vivo, laburando en lo que me gusta, con una compañía que va creciendo y que tiene público.
—¿Tiene alguna marca de exilio voluntario vivir en Uruguay?
—No, para nada. Fue una elección mía en la que se combinaron varias cosas. Montevideo es un lugar con la tranquilidad que yo necesitaba después de retirarme, con esa conexión con el agua que me gusta mucho. Puedo caminar por la playa, ir al supermercado tranquilo… Cuando fui, conocí a mi pareja y una cosa dio la otra: después surgió la posibilidad de dirigir el Ballet, lo que me permite estar conectado con la danza y ayudarla a que siga viva. Si quiero ver a mi familia, me tomo un avión y en media hora estoy.
—¿Qué características definen al Ballet del Sodre en la actualidad?
—Hemos hecho diferentes producciones, de ballet clásico y contemporáneo. ¡Hemos tenido a Natalia Makarova con nosotros! Y ahora un pequeño convenio con la Opera de París. Es una compañía de 65 bailarines con contratos anuales. El 60% de ellos son uruguayos y 40%, extranjeros, de Argentina, Brasil, Paraguay, Perú, Venezuela, España y EE.UU. El año pasado llegamos a noventa funciones. Hacemos giras internacionales –hemos ido a Chile, Paraguay, Perú, Venezuela, México, Colombia– y una gira nacional anual por los 19 departamentos de Uruguay: como compañía del Estado nos corresponde salir y devolverle a la gente lo que aporta con sus impuestos. En Montevideo, las 1800 butacas del teatro del Sodre siempre se llenan; las entradas a precios populares –entre 5 y 20 dólares– se agotan. La gente un día va al cine, otro, a ver ballet. Este año comenzó un nuevo sistema de fideicomiso, por el cual el Estado paga los sueldos y el mantenimiento edilicio, y las producciones deben provenir de la recaudación de entradas y de sponsors privados que nosotros mismos gestionamos. Yo lo hice de esa forma, porque se dieron cuenta de que era necesario. En mis veinte años en el American Ballet vi cómo funciona una compañía privada: los sponsors sostienen pero no influyen en las decisiones artísticas. En el Sodre, al Estado le corresponde generar cultura y educación para la gente, y, al mismo tiempo, permitir la gestión privada, que es más ágil y menos burocrática.
—¿Cuáles son tus placeres cotidianos?
—Disfruto salir de casa, ir a trabajar y volver a mi casa. Voy en auto o en bicicleta por la Rambla. Tomo mate todos los días en la oficina, y en casa en una reposera en el balcón. Primero viví en una casa, pero entraron tres veces a robar, algo mundial que llega a todos lados lamentablemente, así que me mudé a un departamento. Pero no me puedo quejar. Tengo de todo. Estoy aprendiendo y lo estoy haciendo bien; la compañía está bien reconocida; tengo pareja; me llevo bien con mi familia.
—Referís estar en pareja. ¿Podrías contar algo más al respecto?
—Acerca de mi pareja, puedo decir que es algo con lo que estoy muy feliz y que va a seguir siendo privado. Hay gente a la que le gusta hablar de su vida privada; a mí, no. Además, lo hago también por respeto a la otra persona.
—¿Preguntarte si extrañás el Colón es algo estúpido?
—Sí. Uno al Colón lo tiene en el corazón, porque es el Colón, porque es maravilloso… Además, este año, el 8 de octubre, vamos al Colón: por primera vez el Ballet del Sodre va a hacer una función en el Colón, según me programó dos años atrás [Pedro Pablo García] Caffi. Imagino que va a estar lleno de uruguayos. Estoy ansioso y tengo muchos nervios. Seguramente, la gente de acá querrá ver qué es lo que estoy haciendo allá. También se trata de estar en uno de los teatros más importantes.
—¿Qué repercusiones y reflexiones tuviste sobre el papa argentino?
—En los días del nombramiento de Bergoglio estaba con un estreno de la compañía; además, Boca le había ganado a Nacional, y se sumó lo del papa argentino. Recibí muchas cargadas hechas con buen humor: que los argentinos tenemos reina en Holanda, que Messi es el Mesías, que Dieguito es Dios, y ahora el papa, ¡¿qué más?! ¡Ja! Me llamó la atención, pero no soy religioso. Sí me gusta que sea un papa con sonrisas, eso es lindo, da buena energía, buena onda; ojalá traiga paz.
—¿Ves televisión? ¿Estás al tanto de lo que pasa en televisión?
—Miro mis Simpson y series americanas. En casa, tengo un balcón maravilloso para ver el atardecer, con mi vinito tinto argentino, así que veo poco.
—¿Qué sabés y opinás sobre “Bailando por un sueño”? ¿Y sobre la participación de Hernán Piquín?
—Es un programa que hace que, al menos, la gente comente acerca de la danza. Después está en cada uno cómo la quiera presentar y cuidar. Yo mismo participé en esos programas en Italia: bailaba con las vedettes del momento de la RAI. Había entrevistas y un espectáculo de danza, pero era una cosa cuidada, no era un concurso con jurado. En “Bailando por un sueño” parece que ahora también Eleonora [Cassano] va a estar. Entonces, si Piquín y/o Eleonora van a estar, y se cuida lo que es la danza, está bien: es una forma de usar la prensa –usar en el buen sentido–, para llegar a la gente. Pero, para cuidar la danza ahí, no hay que pelearse con nadie, respetar lo que dice el jurado, tener una conducta.
—¿No tenés contacto físico con la danza o seguís entrenándote? ¿Cómo está tu cuerpo con tantas lesiones y operaciones?
—Sí, hago clase, en especial, cuando tenemos maestros invitados. Uno hace clase sobre todo para cuidarse. Además, no quiero comprarme ropa más grande, quiero que la ropa me siga entrando igual. También es una imagen que me permite exigirles a los bailarines que estén en forma. Pero, claro, cuando empiezo a tomar clases, reaparecen algunos dolores, y me digo: “¿Para qué hice de nuevo clase?”. Lo que sí tengo, producto del estrés, es que me sube y me baja la presión, así que tengo que tomar la pastillita de la presión.