Antes de que Julieta Díaz fuera la reconocida y prestigiosa actriz que es en la actualidad, su padre, Ricardo Díaz Mourelle, hacía sus inolvidables composiciones. Sienten mutua admiración y coinciden en una línea estética e ideológica que sostiene un espectáculo en el que se dan el gusto de subir juntos a un escenario. Se trata de El oficio de dar, una suerte de recital poético y musical, una celebración del vínculo filial y un posible lugar donde ver, en vivo, cómo la inclinación por el arte puede viajar de generación en generación. Los miércoles de agosto y septiembre, a las 20, en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543) se presentan, ella con su voz; él, también con voz, guitarra y bombo; los dos, sostenidos por un equipo de músicos: en guitarra, arreglos y dirección, Daniel Homer; en piano, Leandro Marquesano, y en percusión, Diego Gazzaniga.
—¿Cómo surgió este espectáculo?
—Ricardo Díaz Mourelle: Nos salió en la época de la pandemia, en realidad, porque teníamos mucho tiempo para comunicarnos con Julieta. Antes de la pandemia, Julieta estaba trabajando mucho y era difícil organizarnos para poder armar. La pandemia nos dio la posibilidad de empezar a pergeñar esta idea de poemas y canciones. Y bueno, aquí estamos.
—Julieta Díaz: En realidad, teníamos el deseo y la idea de hacer algo juntos, algo nuestro, hace muchos años, diría que hace casi 20 años, y no se podía concretar. Lo que hacemos es llevar al escenario nuestro vínculo, atravesado por lo artístico. También aparecemos como colegas que también somos, dos personas adultas que comparten la misma profesión, pero todo, atravesado por el vínculo padre-hija. Es un sueño cumplido.
—¿Cuál fue el primer material que supieron que sin dudas tenía que integrar la selección de poemas y de canciones, y cómo siguió el proceso?
—DM: Apareció Atahualpa Yupanqui y de alguna manera nos sirvió para hablar históricamente de la pobreza, un poco de lo que siempre pasa en este país: siempre vuelve a la pobreza. Fuimos hilvanando poco a poco y viendo cómo funcionaba y así terminamos este espectáculo poético-musical con poesías y canciones, que tiene ese hilo conductor.
—D: Con respecto a lo musical, Lito Vitale fue la primera persona con la que nos sentamos para que, en un principio, fuera nuestro director musical, aunque sabíamos que estaba súper ocupado. Pero nos recomendó a Daniel Homer, nuestro director musical y guitarrista, que además es un sol de persona.
—¿Por qué eligieron el título?
—DM: Porque somos lo que nos dieron, somos lo que damos. Nos gustó pensar también en el oficio de dar de los poetas, de los músicos. Se trata de “Dar para no quedarse con las manos vacías”, como está en ese texto que escribí y dice Julieta. Y creo que, también, es el oficio de darnos entre Julieta y yo, de darnos para construir el espectáculo, que lo construimos así con el visto bueno de los dos.
—¿Qué recuerdos tenés, Julieta, de tu padre en tanto artista, cuando eras pequeña?
—D: Me acuerdo de verlo estudiar el texto de las obras. Siempre ha hecho obras con mucho texto. Recuerdo Ricardo III, una versión de Carlos Somigliana dirigida por Raúl Serrano. También lo recuerdo escuchando música y deteniéndose en los cantantes o inclusive en la música. Y regalándome libros, hablándome de diferentes autores, siempre con dedicatorias muy bien elegidas en los libros que me regalaba, contándome por qué me regalaba ese autor, qué era lo que él sentía que ese autor me podía dar. Hace poco me regaló el texto de Leonard Cohen, Cómo decir poesía. Me lo había regalado hace varios años, pero yo lo había extraviado y él me lo volvió a regalar cuando empezamos a hacer esto. Y cuando yo empecé a escribir, él leyó todo lo que yo le pasaba: es un lector muy atento, con mucha devolución.
—¿Y qué registro tenés, Ricardo, de Julieta, en su desarrollo artístico?
—DM: Recuerdo cuando empezó a trabajar en la televisión.; empezó de muy joven. Me pareció sorprendente lo que hacía. Tenía una potencia expresiva que me llamaba la atención. Después vinieron todos los premios que obtuvo. Pero desde muy chica me sorprendió con sus actitudes artísticas, era muy inquieta, escribía mucho de muy chica. Siempre me movilizó mucho lo que ella hacía, porque es una actriz que interpreta y construye personajes disímiles.
—¿Tienen un personaje favorito que haya hecho el otro?
—D: Soy una gran admiradora de mi padre. Por supuesto que esto está un poco idealizado, no hay ninguna duda, como tiene que ser, jaja. Pero también me doy cuenta, por las reacciones de los demás. Ricardo III es uno de mis favoritos, porque era muy fuerte para mí. Yo tendría once o doce años y veía a mi papá que subía al escenario, quebraba una pierna para adentro, metía un brazo para hacer la joroba. Mi padre, que es tan buen mozo, se transformaba en un monstruo. Yo sabía que era un juego, pero eso me rompía la cabeza. Después bajaba y era él: cariñoso y amoroso. Mientras él estaba arriba del escenario, lo veía con una gran felicidad por trabajar. Creo que elegí esta profesión, porque la mayor felicidad se la veía ahí arriba. También recuerdo Tío Vania, tremenda también, dolorosa, siempre con Raúl Serrano, gran maestro. Yo era más adolescente, pero era fuerte también. Mi papá también hizo Juegos a la hora de la siesta, dirigida por Oscar Ferrigno, donde hacía el personaje de un niño con un retraso cognitivo. Y aunque yo solo lo vi por fotos, sé que hizo el Rufián Melancólico en Los siete locos. Y en su unipersonal, Soñamos soles, también hacía muchos personajes, inclusive hacía de mi tatarabuela. No puedo elegir uno solo.
—DM: En el teatro me gustó mucho el trabajo que hizo en Emma Bovary, un trabajo de mucha composición. Y de los muchos personajes de televisión, en 099 central hacía de una policía, que a mí me encantó. Julieta siempre capta, olfatea a los personajes, para darles ese toque, ese acento que los define.
—Parecen adorarse. ¿Ha sido siempre así el vínculo de ustedes o han atravesado otras etapas?
—D: No, no todo fue siempre un lecho de rosas. Como todo vínculo, tiene cosas difíciles. Después también una se convierte en madre, y comprende más y valora más lo que los padres pudieron y también entiende lo que no pudieron. Nuestro vínculo siempre tuvo lo más importante, que es el amor, el cuidado, la presencia, el respeto, la comunicación. Soy hija de padres separados y viví más con mi madre, pero en la cotidianeidad estaba recontra presente mi padre; nos veíamos siempre, todo el tiempo. Logramos hacer este espectáculo ahora no por casualidad, sino porque no se pudo antes, no solo por circunstancias objetivas y sin emociones. No se pudo, porque no es fácil trabajar con los padres, no es sencillo. Somos gallegos, somos temperamentales, tenemos nuestra intensidad. Pero yo en esta edad, a mis 44 años, más madura en algunas cosas, yo siendo madre, entiendo de otra manera el vínculo, y estamos en una armonía muy grande.
Poesía y política
—¿Qué lineamientos comparten los autores y los textos que han seleccionado, que parecen casi una continuidad?
—Julieta Díaz: Eso surge absolutamente de mi padre, porque conoce muchísimo más que yo. Hay una línea muy clara ideológica, estética. Él eligió los poemas de Atahualpa y también me dijo que quería que estuvieran dos temas míos, que son “Luz de río” y “Rojo”, con música del artista uruguayo Diego Pressa. Hay cierta línea que va de la pobreza a la lucha; de la lucha a la esperanza, y de la esperanza a que la lucha continúa: un lugar esperanzador, luminoso, pero no naif.
—Ricardo Díaz MoureLle: Arrancamos con un fragmento de “Las coplas del payador perseguido”, de Atahualpa. Sigue, de él, “La pobrecita”, cantada por Julieta; yo canto “El arriero”, y continuamos con “El triunfo agrario”, de César Isella. Es la línea político-histórica de la Argentina, con todo lo que pasó en este país. Por eso arrancamos con Yupanqui con el tema de la pobreza y después, la etapa de la lucha con “El triunfo agrario”. O sea, hay una línea político-social, con textos de Juan Gelman e incluso en las canciones que yo escribí, “Soñamos soles”, que canta Julieta, y “Jóvenes perpetuos”, que yo toco con la guitarra.
—Julieta: Yo me crie entre poemas de poetisas y poetas, poemas de mi padre, canciones de mi padre, canciones de otros, con el bombo, cantando, actuando. Hay una búsqueda muy fuerte del decir en el espectáculo, de llevar hacia adelante la cosa de la palabra. La poesía está muy adelante. Hay algunos casi himnos del folclore o de la canción argentina: eso nos representa mucho.