Gustavo Cerati está parado frente a 10 mil personas en una cancha de beisbol en Monterrey, México. Quieto como estatua, íntegramente de negro, con algún aire de mariachi y un antifaz en su rostro, recibe la ovación de la gente. Su voz en off suena en una de las salas del Cinemark/Hoyts del Dot Baires Shopping: “Fuerza natural fue un disco impulsado por el deseo".
Así arranca “Fuerza Natural Tour, Gustavo Cerati en vivo en Monterrey”, el CD y DVD que su compañía discográfica decidió que era buena idea sacar a la luz 10 años después del show.
Hay mucha tela para cortar en el mundo Cerati y este no es un retazo más. En la previa de un regreso de Soda Stereo que parece poco gasificado, presentar este material en un cine es una experiencia para el deleite a punto que -aquí sí tal vez- vale la pena dejar de lado las cuestiones que enmarcan el negocio post mortem.
Los aquí presentes en la función asistimos a una especie de máquina en el tiempo que nos lleva al 19 de noviembre de 2009, cuando Cerati -luego de su regreso con Soda en 2007- daba comienzo a la presentación de su quinto disco, Fuerza Natural. Lo que sucedió en la mañana del martes 19 de noviembre de 2019 en Buenos Aires, se repetirá en 400 salas con localidades agotadas de ciudades de Latinoamérica y España.
El show comienza con una primera parte donde la banda toca de comienzo a fin, tema por tema, en el mismo orden, Fuerza Natural. “Vamos a hacerlo entero y después haremos otros temas”, anuncia después de tocar Deja Vu. Con una formación de tres guitarras al frente, (Gustavo Cerati, Richard Coleman y Gonzalo Córdoba), el set list sigue con Amor sin rodeos y un Cerati que empuña una guitarra de latón con resonador de sonido folk exquisito.
Tracción a Sangre es la siguiente pieza: acústica y potente, la canción hace delirar a los fans allá y acá, 10 años después, en las butacas delanteras, la familia Cerati (su madre, sus hermanas, sus sobrinos y sus hijos) agita las manos en la oscuridad. Un poco más arriba, los invitados corean las canciones, entre ellos, están algunos de los propios músicos de ese show. Fernando Nale es el más eufórico: mueve enérgico de adelante hacia atrás su butaca.
El público canta las canciones como si se tratara de un show en vivo y aplaude al final de cada tema.
Cerati se lleva todas la miradas con varias cámaras: las tomas van desde el primerísimo primer plano del brillo de sus ojos, hasta los traveling que pasan una y otra vez de un costado hacia el otro. Quien dirigió la elección de estos retazos, Diego Alvarez, nos hace contemplar el show como si estuviéramos arriba del escenario.
Sigue Cactus, esa pieza deliciosa de aire electro folk que resuena y golpea en cada yema de los dedos sobre la guitarra. Le sigue la atmosférica Sal que tanto nos remiten a Pink Floyd. Luego Conboy, donde Cerati hace un dueto con su armónica y la voz de Anita Alvarez de Toledo. Cierra la primera etapa de la función con He visto a Lucy, la canción rockera de cadencia Lenniana con la que Gustavo se retira del escenario, dejando apoyado el final del tema con la banda en plena ebullición y en medio de un solo demencial de Richard Coleman. Es un momento intenso y de justicia para su rol casi permanente de guitarrista rítmico.
La segunda parte del show salen todos vestidos de blanco y lo que siguen son los temas de corte “una que sepamos todos”. Cerati está solo otra vez: con una guitarra acústica regala Zona de promesas. El aire cambia bruscamente con la sampleada Pulsar y Fernando Samalea golpea como un relojito: con o sin base electrónica, es en todo el show un león despeinado que le da sin piedad a los tambores. Suena entonces Te llevo para que me lleves, aquella canción que una vez Cerati grabó en la voz de Cecilia Amenabar, su ex mujer. Ahora es Álvarez de Toledo y entre ellos hay un juego de miradas, es un acting que incluye sensualidad y humor, y que es captado a la perfección por el director.
Esta postal queda graficada al momento de presentar Marea de Venus, ese himno fuera de coyuntura y tiempo donde Cerati parece describir un harem de mujeres cercano. “Chicas malas... ¿y nosotros?”, se pregunta en el escenario antes de arrancar el poderoso tema que grabó con Daniel Melero en el disco Colores Santos. “¿Ven?, -dice siguiendo con la línea argumental del desamor-, después pasan estas cosas”. Cae el piano de Crimen y la gente en Monterrey estalla.
Sigue Paseo Inmoral, el himno de vida descontrolada que lo pone a Cerati en ese plano de eterno Peter Pan del rock. La Excepción es la siguiente: guitarras y más guitarras crujen en Monterrey, aquí y ahora. “Hoy hagamos la excepción de estirar la cuerda y que durar sea mejor que arder”, canta Cerati, criticando la pose del rockero roto, casi como una contrapartida y la otra cara de lo expuesto en Paseo Inmoral.
“Gracias por todo, pero Adiós”, se empieza a despedir con esa balada rockera que ya se transformó en un manual instrucciones emocionales bajo la máxima: “Poder decir adiós es crecer”.
Los bises son Puente y un Lago en el cielo, la última canción que Cerati tocó años más tarde arriba de un escenario, en Venezuela, antes de irse a camarines donde comenzaría el principio del fin. Cerati da un paso al frente, puntea con fuerza y perfección, cierra como un guitar hero la escena rompiendo la cuarta pared con el espectador: (nos) mira a cámara ya con el cansancio de las casi dos horas y media de show, pero con la felicidad de quien merece lo que sueña.
Aquí, 10 años después, nosotros se lo agradecemos con un aplauso cerrado antes de salir a la luz.
A.G / D.S.