Desde el 19 de mayo por Netflix se podrá ver el segundo documental que lleva el sello de Alejandro Hartmann, en la dirección y Vanessa Ragone, en la producción. Imposible no asociar esta nueva creación de ellos, titulada El fotógrafo y el cartero: el crimen de Cabezas, con la anterior Carmel: ¿Quién mató a María Marta? (2020). Ambas evidencian seriedad en la documentación e investigación, desplegando muchas voces desconocidas (Ver Recuadro). En este caso no hay capítulos, porque se trata de una película y la historia está concentrada en tan solo 105 minutos.
—¿Cuáles son los testimonios exclusivos que consiguieron para la película?
ALEJANDRO HARTMANN: Por ejemplo, el secretario del juzgado, Mariano Cazeaux (juez de garantías de Dolores) nunca antes había hablado. Después del caso, él tuvo problemas internos en la justicia. Además tenía una gran necesidad de hablar, sobre todo para contar sobre la figura del juez José Luis Macchi (N.d.R. falleció 2018) ya que lo consideraba su mentor. Fue un gran juez y llevó a cabo la causa a pesar del vendaval político. Cazeaux nos reveló el entramado judicial de una manera muy efectiva.
VANESSA RAGONE: También el doctor Alejandro Vecchi (abogado querellante por la familia Cabezas). Fue él quien escribió los libros (El crimen de Cabezas: radiografía del país mafioso y Los sospechosos de siempre) que me llevaron a proponerle a Alejandro (Hartmann) hacer la película. Vecchi nunca antes había dado entrevistas con tantos detalles, extensión y profundidad. Él siempre fue muy cercano a la familia de José Luis Cabezas y nos dio información muy relevante.
H: Gabriel Michi (periodista y amigo de Cabezas), Alejandro Vecchi y Mariano Cazeaux son quienes conducen la película, casi la voz de la misma. Creo que Gabriel, que había hablado mucho, aquí cuenta momentos muy fuertes, esto ya es parte de su vida. Sin duda el ex gobernador Eduardo Duhalde fue la perla. Queda claro -algo que yo por lo menos no lo tenía así al comienzo de la investigación- que fue la centralidad de Duhalde en esta historia. Por azar, ese día pasó por ahí y fue una de las primeras personas que vio el auto todavía humeando y después queda involucrado en la causa. Creo que ver todo junto resulta fuerte.
—En el anterior documental, en el último capítulo se dice la frase: “Si no hay justicia que haya verdad”. ¿Es vigente?
H: Lo particular del caso Cabezas, a diferencia del de María Marta, es que la justicia actuó. Hubo un juicio, se dictaron las condenadas y después pasan las cosas que suceden en Argentina. Aparece la Cámara de Apelaciones y la de Tasación con las diferentes triquiñuelas judiciales y se diluye. Nuestro país es un poco agridulce en estos temas. Somos uno de los pocos países que juzgó a sus genocidas. Tenemos muchas cosas por las cuales estar orgullosos y en otros momentos tenemos actitudes con la ley y con hacer justicia que son problemáticas. Nos manejamos en dos niveles. No somos tan malos como parece. Hubo un juicio, se llevó a los responsables a un tribunal, se los condenó, estuvieron en la cárcel y después pasó lo que pasó. Por eso hay que seguir recordando toda esta historia y pidiendo justicia.
—¿Cuánto costó hacer esta película documental?
R: No tengo los números exactos, pero fue una producción muy importante con material de archivo, semanas de rodaje y muchísima producción, edición y montaje durante más de siete meses en plena pandemia (iniciada en abril 2021). No es frecuente para los documentales que venimos haciendo con el apoyo del INCAA. La colaboración, la pantalla y la participación de Netflix nos permitieron hacerlo de esta manera. Los valores de producción son de un stand alto.
—La película se estrenó en abril en el 23°Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (BAFICI). ¿Cómo fue la reacción del público?
H: Fue muy fuerte verla en el cine, y sentir que lo que me había pasado a mi le pasaba a una platea entera. El aplauso tardó un rato en llegar, porque la historia es tan choqueante y dramática, no solo habla del derrotero personal y trágico de Cabezas, sino que se ve un país y un momento complejo por eso la gente queda plasmada por un rato. Se conmovieron muchos. Lo más fuerte lo viví en el día de la presentación con las palabras de Gabriel Michi. Creo que hicimos un trabajo digno.
R: Tuve espectadores a mi espalda a los que escuché llorar durante toda la película. Luego, al terminar apareció ese silencio, fue casi un minuto de homenaje hacia Cabezas. Recibí mucho agradecimiento por haber contado en orden una historia que se sabía por pedacitos, y que se estaba olvidando. Fue una responsabilidad hacerlo buscando ser consistentes.
—¿De quién fue la idea de mostrar cómo se revelaban las fotos en aquellos años?
H: Fue parte de mi trabajo definir lo estético. Hubo una referencia que tomé de una película de la que me había hablado Vanessa: El año que vivimos en peligro de Peter Weir. Allí aparecen situaciones similares, aunque es de 1982. Es complicado en los documentales representar situaciones que no tenés. Hay que dotarlos de momentos visuales interesantes. José Luis Cabezas reveló algo, por eso pusimos cómo se revelaban las fotografías en ese momento, en los laboratorios o cuartos oscuros.
R: Para mí fue volver a los olores de mi infancia. Armamos un laboratorio de verdad. Ya que mi padre fue reportero gráfico, Carlos Ragone de El Litoral de Santa Fe y mi madre, Georgina Marasco, tenía allí una columna infantil. En el momento que ocurrió ese crimen fue muy movilizante para mí y mi familia. Sumado a los libros del doctor Vecchi, este cuarto de siglo que se cumple del asesinato, más los jóvenes que nos rodean en la productora Haddock Films que son informados, pero no conocían del todo el caso. Repiten “No se olviden de Cabezas” pero sin saber cómo había sido. Quisimos mantener viva la memoria. Lo sentí necesario y encontramos los recursos para hacerlo.
—Como docente de cine: ¿qué le dirías a alguien que quiere ser documentalista?
R: Creo que el ABC es parecido a alguien que quiere ser periodista. Tiene que tener pasión por el tema que va a tratar, motivación fuerte y un interés real. Los proyectos son largos, nosotros empezamos hace dos o tres años con el Caso Cabezas. También hay que tener empatía y sensibilidad para conectarse con la gente. Incluso cuando querés reclamar algo, debe haber un contacto personal. No se puede hacer un documental encerrado en uno mismo, hay que ir a buscar la historia de los otros.
H: Agregaría que hay que tener un interés por contar historias, un documental es cine, es audiovisual y debe haber una historia de la realidad.
Las otras voces presentes
En la película documental El fotógrafo y el cartero: el crimen de Cabezas están, entre otros, también los testimonios de Oscar Andreani (empresario), Raúl Aragón (consultor político y analista de Opinión Pública), Osvaldo Baratucci (presidente de la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina), Miguel Gaya (abogado de ARGRA), Cora Gamarnik (Docente e investigadora del fotoperiodismo), Ricardo Ragendorfer (periodista que junto a José Luis Cabezas habían armado la tapa de la revista Noticias sobre la Maldita Policía), Lorena Maciel (corresponsal que cubrió el caso), el comisario inspector Dr. Jorge Gómez Pombo, Manuel Lazo (periodista que dio la noticia del suicidio de Yabrán), Eduardo Longoni (reportero gráfico), Hugo Ropero (Jefe de Fotografía en la revista Noticias) y Julio Menajovsky (fotógrafo).
Hay en el documental dos tiempos, pasado y presente, en este último no aparece ni la viuda de José Luis Cabezas -María Cristina Robledo, quien vive actualmente en las Islas Canarias- ni el de la hermana, Gladys Cabezas. Responde Alejandro Hartmann: “Ambas fueron convocadas. Charlamos varias veces con la hermana, Gladys, quien prefirió no estar. También con la viuda, María Cristina, quien me confirmó que no quería seguir con el pasado. Ella no suele aparecer, pero ambas nos habilitaron para trabajar con material de archivo y era lo suficientemente fuerte como para incluirlas. Cada una tiene su lucha y en el caso de Gladys quiere continuar para terminar con la impunidad”.