La actual puesta en escena de Bodas de sangre que dirige Vivi Tellas en el Teatro San Martín es todo un acontecimiento de la temporada 2022. Porque la propia obra de Lorca lo es; porque el marco de la inmensa Sala Martín Coronado es imponente y prometedor; porque la directora configura un equipo potente en el que Guillermo Kuitca aporta su talento para trabajar en grandes dimensiones físicas y simbólicas; porque el equipo tiene creadores que son casi garantía, como Diego Vainer en la música original o el inconfundiblemente elegante Pablo Ramírez, para el vestuario. A todo esto, se suma una triple curiosa coincidencia. Dentro del elenco que encabeza la prestigiosa María Onetto en el rol de la Madre –y donde también están Nicolás Goldschmidt, Luciano Suardi y Maruja Bustamante, entre otros–, participan Rita Pauls, Miranda de la Serna y Agustín Daulte. La primera es hija de la propia Vivi Tellas y del escritor Alan Pauls; la segunda, del actor Rodrigo de la Serna y de la actriz Érica Rivas, y el tercero, del autor, director y gestor teatral Javier Daulte.
—¿Cómo es el personaje que hace cada uno de ustedes?
Miranda de la Serna: Yo interpreto a La Novia, a quien considero una persona salvaje, pero a la que han reprimido toda su vida. Ese salvajismo se le desborda cuando se siente muy atrapada. Ella está apegada al mundo español más gitano, más tierra, más campo. De La Novia, se dice que tiene fuerza de hombre, que puede cortar una soga con los dientes. Es una mujer que quiere cosas que, en esa época, las mujeres no nos podíamos ni plantear querer. A la vez, tiene contradicciones: ama a El Novio y también, al personaje de Leonardo.
Rita Pauls: “El tres, como salida del binarismo, tiene potencia fuerte”
Rita Pauls: Mi personaje es una chica que integra un grupo compuesto por tres muchachas inseparables, que, en esta versión, son como un animal de tres cabezas, un cuerpo colectivo que disuelve la individualidad. El tres, como salida del binarismo, tiene una potencia muy fuerte e inexplorada. Lo estamos descubriendo como cuerpo colectivo con María Soldi y Nadia Sandrone. A las tres muchachas, las atraen los rumores y las historias. A ellas las desvela la fantasía de casarse, aún sin saber del todo de qué se trata.
Agustín Daulte: Mi personaje es el de La Criada, una compañera fiel a los destinos de la familia para quien trabaja desde hace bastantes años, de un modo servicial, relajado, confianzudo. Está atravesada por el casamiento inminente de la niña de la familia, La Novia, cuando todo se ve revolucionado y extasiado. Interpretar este personaje es divertido y desconocido, desafiante y gozoso. Que sea yo quien interprete a La Criada nos obligó, a asumir cierto desparpajo, como escape, como puente para entrar más profundo. Nadie sabe cómo se cuenta una tragedia, no hay fórmulas.
—¿Qué vigencia ven en Lorca en su diálogo con el tiempo presente?
D: Hacer esta obra en la actualidad puede reafirmar que, si hay belleza teatral, esta no depende del tiempo.
P: A veces sentimos que la obra es una obra del pasado arrojada hacia el futuro. El peligro de abordar un clásico como este es perder el humor y el erotismo y volverlo solemne y frío. En este caso, recuperamos la provocación, la irreverencia y la picardía dentro del mundo trágico. La obra traída al presente insiste en lo social como problema. El mundo del deseo está en tensión permanente con el mundo de la convención social. Son dos monstruos intentando devorarse el uno al otro: por un lado, una zona oscura, intuitiva, para nada mental, bastante insondable y, por el otro, la estructura racional del supuesto sentido común, cristalizada, codificada y opresiva. Por otra parte, la obra trae la pregunta por el dolor. ¿Cómo dejamos o impedimos que circule el dolor en nuestras comunidades hoy? ¿Hay espacios para compartir el dolor o se volvió una experiencia privada que se vive en situación de aislamiento y silencio?
S: El texto es muy actual. Tiene un problema que nos pasó o pasará a todos: enamorarte de alguien de quien no debés y sus consecuencias. ¿Hay que perseguir a ese deseo? ¿Qué pasa si lo perseguimos? ¿Y si no? La obra trae esos interrogantes.
Miranda de la Serna: “Me parece hermoso hacer lo mismo que hacen mis viejos”
—¿Cómo se sienten en tanto portadores de un apellido indiscutiblemente asociado a figuras prestigiosas del mundo del arte?
D: Yo no me siento portador de un apellido y, si alguien cree que es así, seguramente lo defraudaré. Lo que sí puedo sentir es un camino recorrido, una sombra que protege o una luz que ilumina dentro del amor fraternal y eso deja una huella profunda.
P: Es raro sentir que para el afuera tu apellido significa algo específico, pero internamente para vos ocupa otro lugar. A medida que pasó el tiempo, el apellido se me volvió como una serie de letras que se juntaron, con las que a veces siento una resonancia y a veces, no. Es como repetir mucho tiempo una palabra en voz alta y lentamente ir perdiendo la referencia, hasta que sólo te quedás con la abstracción del sonido.
S: El apellido tiene muchas cosas encima. A mí me parece un honor y me parece hermoso seguir haciendo lo que hacen mis viejos y amar lo mismo y con tanta intensidad. Es un privilegio poder seguir con este amor que tenemos toda mi familia por la actuación. Tener el apellido que tengo siempre me gustó. Más que dificultades, me generó beneficios. Nunca falta la gente que dice cosas horribles como que “Gracias a mi apellido, bla”, pero por suerte me quedo con las cosas buenas.
—¿Qué aprendieron de sus familiares artistas y sigue siendo parte suya?
P: “Hagas lo que hagas, sos ridículo”, decía mi mamá en relación a la actuación. Esa libertad te da la certeza de la ridiculez no como algo a evitar sino como una constante. Así, se derriten los bordes de la “buena” y la “mala” actuación. Desde que ella empezó a trabajar en su proyecto biodrama, siempre me impactó la sensación de inestabilidad que transmiten sus obras en escena. La combinación del rigor y la precisión de la puesta en escena con elementos que están fuera de control me fascina. Hacer a partir de un no saber es de las cosas más valiosas que aprendí de ella. De mi papá aprendí el placer infinito de la lectura y el de poner en relación cosas que quizás antes no se habían tocado, como ejercicio del pensamiento. Géneros menores como prólogos, ensayos, perfiles biográficos, toda la periferia que está por fuera del mundo novela, me atrae muchísimo, esos textitos más bastardos. En esos géneros, él despliega formas de picardía y libertad.
S: De mi papá y mamá, aprendí muchas cosas. El amor por mi trabajo y por el arte y la actuación, me lo pasaron ellos. Es algo que me mantiene viva; es mi amor y mi placer más grande, es mis ganas de crear y de seguir actuando y llegar a nuevos papeles y nuevas emociones, llegar a la gente y tocar los corazones.
D: De Javier he visto y tomado muchas cosas: aprender a mirar, a apreciar cualquier obra de arte; a dar devoluciones; a que las decisiones en este mundo las tiene que tomar uno y a conciencia, porque, si no, puede salir muy caro.
Cuestión de herencia
—¿El arte se transmite generacionalmente dentro de una misma familia?
MIRANDA DE LA SERNA: Yo creo que el arte se transmite mucho. Es distinto criarse en una casa en la que, todo el tiempo, se están estudiando obras de teatro, leyendo, viendo películas, creando con otras personas, produciendo charlas de teatro con directores. Para mí, que desde chica amé todo eso, es imposible que todo eso no me influya. A mí también me gusta el arte; me pude nutrir muchísimo de mis padres y de mi familia en general: mi abuela es profesora de literatura, mi otra abuela es licenciada en Bellas Artes.
RITA PAULS: Siempre admiré mucho a las personas que se topan con el arte sin influencias familiares, que dan con ese mundo en una búsqueda muy personal sin referentes. Me da mucha curiosidad ese camino y ese encuentro. Me gusta cuando el arte irrumpe en una familia y no se sabe bien de dónde viene. Esa irrupción habla de una necesidad personal muy fuerte, más allá de cualquier huella familiar: algo íntimo que se impone e insiste a pesar de la tradición, los mandatos, la inercia de lo conocido. Siempre aparecen influencias secretas o clandestinas que decantan en el artista de la familia, en ese que se entregó de lleno a la creación con todo lo que fue recolectando a lo largo de su personalísima formación sensible. Muchas veces los maestros más importantes no son los padres sino amigos, desconocidos, docentes, barrios, amantes, animales. En mi caso, mi madre y mi padre me propusieron un lenguaje, y yo elegí adentrarme ahí e ir deformándolo a mi escala, investigar mis formas dentro del campo de experimentación que es la práctica artística.