Cada año se matan unas 800.000 personas en el mundo y, según un estudio sueco, los escritores tienen un 50% más de posibilidades de suicidarse que la población general. Este es uno de los datos que la escritora española Rosa Montero incluye en su reciente libro El peligro de estar cuerda. A partir de este tipo de datos comienza una búsqueda sobre el historial psiquiátrico y suicida de sus colegas y entre esas historias se cuela la propia.
“Se escribe para aprender y eso yo lo he tenido claro, desde mi primer libro”, afirma Montero contundente. Es así que va desglosando un camino en el que pregunta por el “desdoblamiento” necesario de artistas y de consumidores de arte. Encuentra respuesta a esta necesidad de construirse otros mundos y compartirlos. “De eso precisamente va este libro. De la relación entre la creatividad y cierta extravagancia”, escribe al comienzo del primer capítulo.
Rosa Montero visitó la primera semana de noviembre Buenos Aires y en esa oportunidad dialogó con PERFIL. “Buenos Aires es una ciudad que es un poco como si fuera mi ciudad porque yo creo que he venido como 50 veces, tengo amigos intimísimos aquí, hermanos”, detalla.
— Por qué decidió dedicar El peligro de estar cuerda a editores, correctores y traductores, libreros y bibliotecarios
— Porque forman parte del viaje de la escritura y es un viaje muy largo y es gente que se esfuerza al lado mío. Y les agradezco especialmente a los lectores.
— Con el tiempo recorrido del libro desde su publicación en abril hasta hoy ¿qué siente al respecto?
— Tu escribes para ti, para el lector que llevas dentro y escribes el libro que te es necesario, pero después el libro tiene su propia vida. Con este en concreto me ha sorprendido mucho la respuesta emocional de los lectores. Es, de todos los libros que he escrito en mi vida con el que más respuesta emocional he recibido. Es como si hubiera quitado un mojón de un vino espumoso y se estuviera saliendo toda la espuma. La gente está como si se hubiera liberado de algo. Me dicen “me siento identificada”, “me he visto reflejado”, “gracias a este libro he dejado de sentirme rara o raro”, “gracias a este libro he descubierto cosas de mí que tenía enterradas”. También me dicen “gracias por este libro porque he conseguido entender mejor a mi hijo a mi hermano a mi hermana”, “este libro me abraza”. Por él me han dicho cosas maravillosas. La verdad esa sensación como de que se sientan reflejados y ayudados y abrazados, lo del uso repetitivo de la palabra abrazar me pareció curioso.
— Porque además del contenido del libro tu voz literaria es muy cercana
— Es que fue una elección estilística. En los libros, a mí por lo menos, lo primero que se me ocurre es la imagen movilizadora. Yo lo llamo el huevecillo, pero después, lo segundo que se me ocurre es la voz narrativa. Cómo va a sonar el libro. Todavía no sé cómo va a ser el libro, pero sí el sonido.
— Y cómo salteó el vértigo frente a toda la información que tenía para trabajar en el libro
— Fue horrible, era un bosque impenetrable. Tenía sobre la mesa más grande de la casa cuatro cuadernos llenos de notas, cartulinas con una lista de más de 80 temas que quería tratar. Miré todo eso durante dos días con un desconsuelo y una desesperación, sintiendo que era incapaz de sacar algo en claro de ese bosque impenetrable de datos. Entonces tomé una decisión que salvó el libro: no escribirlo de una manera intelectual. Decidí escribirlo igual que como escribo una novela, cerrar los ojos del yo consciente y lanzarme a ese bosque de datos y empezar a caminar llevada por la intuición. Que la música del libro me llevará, así es como escribes las novelas, dejas que el inconsciente las escriba que la novela misma te vaya descubriendo su camino.
— Y lo logró
— Lo he conseguido, o sea, he conseguido llegar a respuestas suficientes de preguntas que he estado retomando en mi cabeza toda la vida y las he respondido por primera vez. Para mí ha sido un logro intelectual y emocional y muy grande y existencial. He hecho un mapa de una parte importante de mi vida.
— En el libro también aparece su historia o su auto ficción que genera ese suspenso de querer saber qué pasa con esa otra que roba parte de su identidad
— En parte esa otra es una verdad total notarial, hay partes de la otra que son absolutamente auténticas y hay partes que son ficción y ahí cada cual escoge lo que quiere creer, pero la parte de ficción de la otra para mí es la parte más verdadera del libro porque es con la que yo muestro de una forma más drástica, más profunda mi sentido de la realidad. Para mí la realidad es muy poco fiable y con una construcción imaginaria, entonces esa otra ficticia pues para mí es una manera de contar que la realidad para mí es así.
— Entre las multitudes de citas y de gente de la que eligió tomar algo hay tanto hombres como mujeres ¿ eso fue una decisión?
— Salió natural, pero ya te digo que he sido llevada por el inconsciente. Pero también salió natural, curiosamente, que tres historias se alargaron más y las tres son de mujeres: Sylvia Plath, Emily Dickinson y Janet Frame. Incluso me he dado cuenta de que esas tres historias tienen un sentido: la de Sylvia Plath es una historia de fracaso ante la lucha por la salud mental. Lucha con mucho coraje, pero a los 30 años mete la cabeza en un horno con el gas corriendo y se mata dejando dos niños pequeños. Luego está Emily Dickinson, que vive toda su vida, no se suicida, pero se pasa los últimos años de su vida sin salir de su habitación y sabemos, casi con toda seguridad, que fue violada por su padre y probablemente por su hermano. Así y todo dejó una producción inmensa, así que digamos que no triunfa, pero no fracasa y, por último, Janet Frame es la que triunfa. Una neozelandesa maravillosa a quien encierran a los 22 años con un equivocado diagnóstico de esquizofrenia, estuvo ocho años allí encerrada forzosamente, que le aplicaron más de 200 electroshocks, en la época en que el electroshock era una salvajada que se ponía con un voltaje altísimo y sin anestesia y sin relajantes musculares; la gente a veces, de los espasmos, se partía las vértebras. Entonces le aplicaron más de 200 veces esa tortura, estuvieron a punto de hacerle una lobotomía -cosa que menos mal que ya no se hace-, y luego sale de ahí, se convierte en una escritora de éxito, termina su vida a una edad razonable de 70 y tantos daños y encima se siente satisfecha con la vida que ha tenido. Bueno, pues ese es el triunfo, o sea que es la nota de esperanza, que la literatura nos salva. Nos salva el arte, nos salva a los que escribimos y a los que leemos.
— Hay un capítulo titulado “Los yonquis de la intensidad” y enumera varios escritores y escritoras que tuvieron diferentes adicciones ¿Le tocó atravesar alguna?
— Sí, el vicio del cigarrillo. Fumaba tres paquetes al día durante 20 años y haber dejado de fumar es una de las cosas que más enorgullece en la vida. La otra cosa que me enorgullece es haber aprendido a hablar en público, porque hasta los 30 años era incapaz de hacerlo.
Feminismo y optimismo
— ¿Siente que el feminismo continúa progresando?
— Ha habido un gran avance, pero cada centímetro de progreso cuesta un esfuerzo, sangre, sudor y lágrimas, muchos sacrificios y muerte. Entonces siempre está ahí en riesgo. Efectivamente en los últimos años ha habido un salto hacia adelante de de la conciencia anti sexista de hombres y mujeres y dentro de ese salto está una cosa muy interesante y es que muchos hombres se han sumado al movimiento se han dado cuenta de que el feminismo es cosa de ellos.
— ¿Cree que la literatura está en expansión en los últimos años?
— La lectura siempre ha sido minoritaria y esa minoría ha crecido desde el principio de los siglos hasta hace siete u ocho años que de repente, por primera vez, desde principios de la historia hubo un clic universal y la lectura empezó a bajar, gracias a la aparición de los smartphones. Esos artefactos nos comen de media 5 horas al día, la gente bajó la lectura y perdió la capacidad de concentración. Sin embargo, eso que era muy desalentador, curiosamente, la pandemia comenzó a revertirlo. Y, a pesar de todo, yo soy optimista. Dicen que el pesimista es aquel, que piensa que estamos en el peor de los momentos posibles y el optimista, el que cree que todavía podemos estar peor.