Creador de la banda de sonido de la vida de varias generaciones, Nito Mestre festeja 50 años de carrera. Lo hace apoyándose en su vasta producción y en éxitos de sus inicios, interpretados de modos alternativos. Por eso, el 19 de noviembre en el Teatro Ópera estará acompañado, además de por su banda de músicos, por la Orquesta Sinfónica de Neuquén. La ocasión habilita una charla que da cuenta del recorrido hecho por uno de los próceres del rock nacional: es testigo de una época ya casi mítica, salpicada de intensas anécdotas, y también, un observador del presente.
—¿Cómo fechás los 50 años de carrera y cómo los celebrás?
—Con Sui, para el primer disco, que fue mi primer disco, firmamos contrato en julio del 72 y empezamos a grabar en septiembre del 72; en diciembre filmamos la película Hasta que se fue el sol. Por eso yo considero que en el 72 dejé de “estar con la guitarrita”, como te decían en esa época. Pasabas a ser un profesional, porque habías firmado contrato e ibas a tener un disco. Por eso, ese el comienzo de mi vida artística, algo que no pensaba en ese momento; estaba muy lejos de pensar en cincuenta años de carrera, ni de vida, ni a palos. En el Ópera, vamos a hacer Vida entero con orquesta. Yo me crié con padre violinista: para un músico, no hay nada mejor que tocar con orquesta; son cuarenta tipos que suenan como si estuvieras adentro de un tocadiscos. En el concierto, después voy a tocar el resto de mi vida, ya sin orquesta, con banda e invitados.
—¿Qué cambios más radicales ves desde aquel entonces a hoy, medio siglo después?
—Lo que más cambió fue la industria de la música. Nosotros vivimos un comienzo con los Beatles, y fuimos una generación que acompañaba una serie de características. Quien nació y se crio con el rock, como me paso a mí, con los Beatles, Zeppeling y los Rolling, ya pertenecés a un momento histórico muy importante. Todo estaba en ebullición, era como un volcán del que escuchábamos el ruido, sentíamos que algo se estaba gestando; del volcán solo te das cuenta después.
—¿Qué rasgos generacionales identificás?
—Como dijo [Juan] Oreste Gatti, que hizo las tapas de Sui Generis y después trabajó con Almodóvar, nosotros nos comportábamos como chicos de 5 B, sin medir las consecuencias del riesgo en esa época, que era muy jodida. Íbamos como corderitos: “¡Vamos para allá!, ¡Sí!”. Y las balas nos podían pasar por los costados, a veces literalmente. Vivíamos así y a la vez estábamos ayudando a crear una generación, no solamente en la música, sino en una forma de vida, de comunicación, de buscar la libertad. Buscábamos maneras de expresarnos con la música. O, si te vestías de tal manera e ibas al cine Lorraine o Lorca a ver La naranja mecánica o Blow up, eras de los que querían cambiar el mundo. No pasaron todas las cosas que soñamos. A los sueños de cambiar a la humanidad, al planeta, por lo visto, les falta mucho. No es que este descreído de todo, pero ha cambiado mucho. Hoy hay chicos encerrados en un cuarto con un teléfono, y eso es su vida: me agarra como pánico, porque veo que la parte afectiva se pierde. Yo agarré tanto lo analógico como lo digital; me gustan las dos cosas. Me tocaron muchísimos cambios.
—¿Versos como “Y si te han puesto teléfono” dan cuenta de parte de esos cambios, no?
—Eso me recuerda que en 1981 grabé el disco 20/10. Tuve la ocurrencia de llamarlo así, porque mi teléfono era 631-2010. Pensé: alguien llamará. No puse la característica, pero la gente sabía dónde yo vivía. Salió el disco y me empezaron a dinamitar con llamados. Tuve que ir a Entel y pedir que me cambiaran el teléfono y me sacaran de la guía. Contás estas cosas a alguien más chico, y hoy no las puede entender.
—Sin embargo, esas referencias epocales precisas no impiden que Canción para mi muerte, como tantos otros temas, sea un clásico. ¿Qué hace que una canción se vuelva clásico?
—No es solo la canción, sino la época, la manera de cantarla. Si sacás una pieza, ya no funciona. Es como los Beatles: si sacas uno de los cuatro, se rompe la magia. Yo creo en la conjunción de energías. Cuando las energías se juntan en el justo momento, tocan fibras íntimas, especialmente las de la adolescencia y de la preadolescencia, que son momentos que se quedan con vos. Yo cumplí 70 años, pero adentro de mí sigo siendo adolescente, porque sos feliz siendo adolescente. Sigo haciendo algunas pavadas de adolescente y me festejo solo. Total: llegas y te vas solo, así que da lo mismo lo que opinen los demás. Los clásicos, además, vuelven a esa cosita romántica que tienen los temas “de fogón”, “una que sepamos todos”. Pero la gente es la que determina qué es un clásico; uno no lo elige. Hay tipos que dicen que, si llegas al coro en un minuto y pico, esa es la dosis del éxito: andá a cagar. Yo me río. Los clásicos los elige la gente.
—Decías “Si sacás una pieza, ya no funciona”. ¿Cómo es hacer temas de Sui Generis sin Charly? ¿Extrañás tocarlos sin él?
—Desde hace mil años, cuando debuté con Los desconocidos siempre, poníamos un tema de Sui, agarraba uno, lo dejaba, ponía otro. Me he acostumbrado a hacer los temas de Sui así; es un placer. ¿Si lo extraño a Charly en esto? Tengo que ser sincero: no. Tengo unos pianistas que tocan del carajo siempre. Desde el primero, que fue Osvaldo Caló; siguieron Ciro Fogliatta, el Mono Fontana, Eduardo Zvetelman, Fernando Pugliese, que está tocando conmigo hace 25 años. Busco quien cante y toque bien, porque, si toca mal, no lo soporto: estoy muy mal acostumbrado por Charly en ese aspecto. Pero la realidad es que no lo extraño: estoy muy feliz con mi banda de hace 25 años.
—¿Qué puñado de conciertos elegirías, como momentos importantes en tu trayectoria, y qué canciones?
—El primero son los tres shows en River, en 1993, antes de que tocara Paul McCartney; en el segundo de ellos, Paul McCartney me vino a ver a mí, todo el show. Cuando yo tenía 11, 12 años, mi maestro Julio Ricardo, me llevó a ver la película de los Beatles; ese día dije: “Ojalá un día pueda conocer a alguno de los Beatles”. Se me dio, y que me viniera a ver fue cartón lleno. Un gran sueño hecho realidad. Otro concierto fue el del adiós a Sui Generis, histórico, el 5 de septiembre del 75; fue el final de una época y el comienzo de otra. Otro muy importante fue con la Orquesta sinfónica de la Provincia de San Juan. Acababa de fallecer mi vieja; me propusieron postergarlo y les dije: “¡No!, porque mi vieja me mata”. Si yo no iba a un show por un motivo de salud de ella, me cagaba a palos. Por supuesto, toqué; lo único que pedí fue no empezar con Canción para mi muerte, porque lo tenía en la garganta. Canciones, elijo, de Sui Generis, Cuando ya me empiece a quedar solo; Y las aves vuelan, el primer tema con León Gieco; Distinto tiempo que se convirtió en un pequeño himno, del disco 20/10, y de más acá me gusta Flores en el mar, que le dediqué a mi vieja.
En el país de la libertad
—¿Cómo era la búsqueda de la libertad en los 70, saliendo del Instituto Dámaso Centeno? ¿Y cómo ves esa búsqueda en la actualidad?
—En aquel momento, era más fácil ser libre mentalmente. En la calle, bares o recitales, tenías riesgo de caer en cana. Por esa búsqueda de libertad, nos saltaba ser rebeldes, como nos salió a Charly y a mí, en un colegio dependiente de militares. Teníamos la materia “Defensa nacional”, donde nos enseñaban a perseguir comunistas; todos los que tenían barba era supuestos comunistas. Mi forma de ser rebelde no era sacarme un cero, sino copiarme, decirle al profesor todo lo que quería escuchar, sacarme un diez. Después, en noviembre de mi quinto año, me metieron 31 amonestaciones, me mandaron a rapar el pelo: un desastre.
Luego de la llegada de la democracia, parece que la libertad es “hago lo que se me da la gana”. Es el paso lógico cuando tenés a alguien apretado del cogote: cuando lo soltás, grita. Pero hoy pienso que, en muchos casos, hay que mandar a la policía a la puta que lo parió, e investigar y etc., pero también la policía cambió. Hace ocho años, volví a mi colegio, je je, del que me habían echado. El director, un teniente coronel, dijo “La física, la matemática y la música son todas materias importantes; un orgullo, tener a este ex alumno”. Los militares también cambian. Ahora, en relación a la libertad, me gustaría volver al respeto por el prójimo. Hago lo que quiero, la prepotencia, eso no es libertad. Nos falta una libertad con más orden, pero acá, cuando decís ‘orden’, la monada salta con ‘Que vengan los milicos’. Eso no, sino orden”.