Toda la vida estuvimos leyendo esto como ficción”, dice desde su hogar en Norwich, Vermont, Liniers. Habla, por supuesto, de la pandemia. Él, junto a su familia, está a 400 kilómetros de Nueva York, epicentro en Estados Unidos de la emergencia sanitaria generada por el coronavirus. “Que te agarre acá, y que el presidente sea Donald Trump… se siente como que alguien cargó algo mal las cosas en la matrix…”, dice el historietista argentino.
Pero Liniers sigue su mundo. Sin ignorar el afuera, pero sigue: Macanudo, su famosa tira, ya clásico de la historieta argentina, hace rato está sindicalizada en Estados Unidos, sigue siendo parte del equipo que envía bocetos a The New Yorker (un medio que se ha caracterizado por el poder visual de sus tapas para editorializar estas semanas), prepara nuevos libros infantiles (por Buenas noches, planeta ganó el prestigioso Eisner), terminó justo sus clases como profesor en The Center for Cartoon Studies, sigue sus paseos (cuando puedan retomarse) en Los ilustres junto a Montt y ahora es parte de la troupe de Esteban Menis en su derivado en línea de la famosa serie y obra de teatro Eléctrica. Claro que la noticia del día es su Editorial Común, que hace años maneja junto a Angie del Campo, su mujer, y su nuevo libro, Bola negra, una adaptación del cuento homónimo de Mario Bellatín, un mutante hecho de literatura y viñetas que sorprende por su libertad y su vitalidad (algo que todo el catálogo de la editorial posee, ya sea en sus títulos infantiles o en sus obras para adultos).
—¿Cómo vivís tus posibilidades como historietista, considerando que seguís sacando “Macanudo” pero también sacás un libro como “Bola negra” con Mario Bellatin, que es algo distinto a mucho de lo que se hace en el medio hoy?
—Cuando hago algo que no es Macanudo, justamente lo que más me entusiasma es que no sea Macanudo. Para Macanudo ya tengo ese espacio. Yo disfruto mucho hacer mi tira. Es como cuando eras chico e ibas a la casa de otro: vos tenés tus juguetes, pero te encanta jugar con los juguetes del otro, que vos no tenías. Eso son las cosas que hago no solamente con Mario Bellatín, sino con Kevin Johansen, Esteban Menis y Montt. Cada vez que me junto con alguien, hago medio Zelig, y me voy a los jardines de esas personas que en el fondo uno admira.
—¿Qué apareció en “Bola negra” que no pensaste que iba a aparecer?
—Lo primero que me sorprendió es que yo pensé que iba a fracasar más rotundamente. Adaptar un cuento tan extraterrestre y tan diferente, tan personal, porque así es el mundo de Mario, no iba a ser fácil. La regla entonces fue un dibujo cada dos renglones y ver si terminábamos en cualquier cosa, o bien peleados con Bellatín. Me sorprendió gratamente cuando pude leer el resultado final. Creo que el experimento funciona y hace la dinámica del libro muy diferente. Todos los globos de historieta terminan en punto aparte, todos los que leíste, de Mafalda a Astérix. Y esto, por ese diseño básico, por este sistema, no solamente implicaba que los globos no terminaban, sino que las páginas no terminaban. No sabía qué efecto iba a tener y al final genera algo de no poder largar el libro.
—¿Qué pasa con la idea de crear en este momento, cuando no sabés bien qué está fuera y que sigue?
—Estamos en un trauma mundial y vamos a entender qué es esto realmente dentro de mucho tiempo. Ahora es shock, después viene el dolor (que algunos ya lo sufren, lamentablemente) y después va a venir el trauma, con relatos que hablen de esto, que nos traten de explicar esto. Pero será un proceso a nivel mundial. Va a ser interesante en todo caso.
—Hablamos de “The New Yorker” y sus tapas: han generado una particular atención al diseño, a la ilustración. Este momento ha demostrado la capacidad del dibujo, editorial, profesional o amateur, de transmitir algo que está en el aire y que quizá no se puede traducir de otra forma. ¿Lo ves de esa manera?
—Todos los dibujantes, todos los artistas, los escritores, los directores de cine, somos como una antena. Y después cada uno transforma lo que percibe esa antena como lo quiere transformar. Algunos apuntan más a la política, otros a la filosofía, pero todos tenemos una antena. Cuando todo el planeta se deforma, como ahora, es algo que nunca vivimos. Algunos pueden haber vivido que se deforme su ciudad, país, pero ¿todo el planeta al mismo tiempo? Estamos viendo la punta del iceberg de toda la propuesta cultural que va a venir a raíz de esto. Lo que está bueno de nosotros, como dibujantes de historietas, es que podemos mostrar tan rápido, porque podemos producir rápido. En ese sentido, somos un poco el canario en la mina. Estoy seguro que el cine hablará de esto, por ejemplo, pero eso va a tardar. Nosotros al otro día, a las horas, podemos decir “mirá qué cosa rara”.
—¿Qué pensás del imperativo para crear que a veces se lanza por la cabeza a la gente en este momento?
—Hay algo que es medio cruel, que cuando pasó todo esto, de quedarnos encerrados, empezó el grito de “vamos a tener tiempo para todo”. El “ahora es el momento de escribir tu novela”. Y no es una canilla que prendés y apagás. Es una pelotita que vas empujando y va creciendo. La gente tiene esta fantasía de que va a escribir Cien años de soledad. Pero no es ese el problema. Es mejor vivirlo como un ejercicio, como una bici, pero creativa, porque es otra cosa lo que quizá se necesita. Me parece que es sano cuidarse la cabeza, y yo tengo la suerte de que mi estilo de vida no cambió, pero otros, por personalidad u otras variantes peores, la están pasando mal. Todos tienen que aprender a cuidarse la cabeza. No es fácil para nadie estar dando vueltas en este planeta, y es menos fácil para gente con situaciones muy complejas. Si a alguno lo ayuda dibujar, pintar, escribir, desactivaría el criticarse. Que salga lo que tiene que salir. Si te sale Cincuenta sombras de Grey, todo bien.
—¿Cómo vivís el hecho de que personajes tuyos, como Enriqueta, Olga, los duendes, sean parte del imaginario de la historieta argentina?
—Cada tanto ves que alguien hace el clásico collage de la historieta argentina, y ponen Inodoro Pereyra, ponen El Eternauta, ponen Mafalda, y de vez en cuando un duende, u Olga. Y siempre siento que el mío está mal hecho. Un Fellini que hice mal ese día. La sensación que te da eso es de intruso. Que entraste por alguna puerta y en cualquier momento se van a dar cuenta de que estabas colado. Que te digan, che, la fiesta de ustedes es en el piso de abajo. Mientras tanto, voy a seguir bailando.
Las viñetas en espera
—¿Cómo definirías tu vínculo con la comedia?
—Fue siempre mi mecanismo de defensa. También es donde el pánico me lleva. Por eso lo uso en el escenario. Por eso puedo subirme a un escenario, porque el pánico me lleva a la comedia. Me resulta como necesaria y obligatoria, como consumo y como espectador (estuve leyendo, aunque suene políticamente incorrecto, el libro de Woody Allen). En este momento, comedias y películas de terror es loq ue veo; se ve que algo necesito apagar. Pero es nuestro sistema de defensa, por eso hacemos chistes en las peores situaciones. En Macanudo hay hoy un tipo de filtro en ese sentido, de poner a Enriqueta y duendes para que se vea menos lo otro, para ver qué pasa.
—¿Cómo ayudarías a alguien que quiere redescubrir la historieta ahora?
—Es por los libros. El Eternauta es el libro para leer ahora. O justamente todo lo contrario. Esa sensación de Robinson Crusoe de Favalli y compañía. En mis clases en Darmouth, les di justo El último recreo, escrito por Carlos Trillo y dibujado por Horacio Altuna, y es una enfermedad que agarra a los grandes y no a los niños. Empiezan a picar cerca las balas. La historieta es una buena compañía. Ojalá se metan a la Editorial Común a ver qué hay para leer. A cualquier tipo de editorial independiente, Llanto de Mudo, Hotel de la Ideas, o grandes también. Yo creo que va a ser difícil para todos sobrevivir esto. Veníamos con cinco años de crisis, la baja de la Feria del Libro, y más: este es el momento, si pueden, de comprar libros. Estamos en estado de shock y el dolor va a venir por cosas que pensamos que iban a estar siempre que ya no van a estar. Por eso, donde se pueda, si se puede ayudar, OK.