El próximo 26 de marzo –es decir, en apenas unos días– la sociedad dejará de hablar de Francisco para entrar en otro fervor religioso, ya que Tom Cruise visitará la Argentina para asistir a la première de la última película que protagoniza. Oblivion. Es sabido que el retacón no es muy afecto a la prensa –se entiende, le pueden preguntar por la cienciología y esas cosas molestas–, por lo que ya se adelantó que las cosas no van a ser fáciles para los cronistas. Para empezar, el astro estará en la Argentina durante sólo diez horas –el film dura dos y pico, por lo que toda la parte social deberá reducirse a siete horas y monedas, sin contar los traslados de un sitio al otro–. No dormirá en Buenos Aires, sino que partirá raudo, como si escapara del dengue, hacia Río de Janeiro, en Brasil.
Estará en el Village Recoleta, donde se realizará la première de la película, y en la alfombra roja, paraditos, todos a la vez, atenderá a los periodistas quienes poseen tres instrucciones: a) formular sólo tres preguntas; b) no atreverse a inquirirlo acerca de su vida privada; c) no pedirle que haga saludos especiales a las cámaras de televisión. Se presupone que hará una pausa para almorzar –dicen que en el Faena o en el Four Seasons–, y se sabe a ciencia cierta que vendrá sin sus hijos. Se tratará, entonces, de un acontecimiento de esos que les dedican la estrellas universales a los pueblitos recónditos: voy, me muestro, apoyo la taquilla (ay, la taquilla) y luego me marcho. Un derroche de simpatía.