No soy precisamente una periodista que no se juegue, al revés. Pero hoy dudo. No sé y el no saber, en un país donde se dirimen siempre feroces y absolutas verdades, es una actitud que me resulta extrañamente incómoda.
Viví con las mujeres de mi generación la rebelión feminista y el desafío de ser independiente con inmensos obstáculos. Pero esta vez soy del grupo ni, ni sí ni no a la ley del aborto. Tengo tantas razones para rechazarla como para impulsarla. Los errores del proyecto, que muchos minimizan al estilo bien argentino "sólo importa que salga la ley"; un presupuesto para concretara que no se contabiliza ni define, gratuito para la mujer pero costoso para el Estado; la objeción de conciencia; la ausencia del rol paterno, tradicionalmente exigido por nosotras ahora ninguneado...
Pero tampoco deseo postergar a la mujer que frente a la impotencia de un embarazo no deseado, tenga que esconder su decisión casi como un acto criminal. Para ella no quiero miradas condenatorias ni médicos a escondidas ni prácticas precarias, ni tampoco secretos no develados.
Sé que los que votaron a Macri no contemplaron el tema del aborto, no los que eligieron a Cristina lo hicieron a favor de la unión igualitaria. Esa ley liberó a hombres y mujeres que vivían en las sombras. Si la ley del aborto da luz a mujeres que viven en la oscuridad con el desprecio social, bienvenida la ley.
Preguntas sin repuestas me sobran. ¿La responsabilidad de la decisión es personal, de pareja, o familiar y social? ¿Cuándo un embrión se transforma en ser humano? ¿Y el alma? ¿La libertad de la mujer es más importante que la vida misma? ¿Aborto responsable con un Estado desmantelado? ¿Es tortura tener un hijo no deseado que termina siendo el mayor tesoro? ¿Por legales, las prácticas son seguras? ¿Con esta ley se salvan vidas o crecen las muertes?