A principios de los 70, en el poema Fado tropical, Chico Buarque, inspirado por la caída de la dictadura de Salazar cuando la Revolución de los Claveles, sueña ese destino para su país. No imaginó que tardaría tanto. A veces la verdad “no nos hace libres”, o emana cierta incorrección política.
Los “Años de plomo” pos golpe del 64, que trajo ajuste pero sobre la línea desarrollista de J.Kubitschek, coexistieron con un milagro económico. “O superministro” Delfim Netto aplicó la receta más Keynesiana que conociera América latina.
Brasil crece a tasas chinas del 68 al 73 apoyándose en su mercado interno. Un “green field market” (bienes de consumo final, energía, comunicaciones, industria pesada, petroquímica, en fase sustitutiva, se complementan y abren paso a la vez). La inversión pública en empresas estatales bien administradas da jugosas rentas.
Detrás del golpe, un estratega, Golbery Couto Da Silva, epitomiza la versión light de una geopolítica de la nación-ombligo en hipótesis de conflicto perpetuo con el mundo. La escalada de tropas en la frontera y escaramuzas con vecinos marca Pinochet, se subordinan a la procura de la “incidencia cultural” sobre los intereses y espacios de otras naciones, afectando las representaciones de soberanía vía la lengua, la ideología, y la propaganda. Enormes urbes e infraestructura de comunicación bordeando la otra orilla del Río Uruguay y el Iguazú, prohijan esta mirada así como la sombra del general Golbery prohíja a la de un capitán próximo a ella solo en la mística de un relato que incluyó ninguneo al Mercosur y tensión con Venezuela. Pero en política real “nadie se tira tiros en los talones”.
El Mercosur le dio a Brasil años de superávit eclipsado solo por la mega devaluación macrista, priorizar Chile en una visita de Estado no es desdeñarlo, hace años que Itamaratí codicia un Pacífico alejado por celos de dictadores que hicieron, al no hacer, de los Andes un muro. Del mismo modo Theresa May, sabe que el vínculo histórico de un 40% del comercio con el continente es intocable, aún a pesar del Brexit en su espíritu originario. Que dos Chicago boy ultraliberales sean la elección del “Mesías” para Economía,y Petrobrás es tan poco casual como el desplome de la libra, toda vez que la línea en el Canal de la Mancha sugiere fractura.
El G20 es un espacio para encauzar fricciones, consolidar alianzas pero también para marcar territorio, y pelearse. Una buena foto de la globalización capitalista en su fase más concentrada que resiste el análisis lineal del funcionalismo y está más viva que nunca. Se abre paso con retrocesos y resurgencias. Medra en las coaliciones, pero no teme a las naciones. ¿Hasta qué punto el conflicto que le plantea el nacionalismo ultraconservador es real y no un modo de su propia reproducción mediante una “ficción de disenso” basada en una imposible promesa restitutiva de protagonismo a sus olvidados?
La oleada “facha” tan temida tiene como línea roja al mercado cuyo apetito concentrador facilita al hacer el trabajo sucio de ir con violencia contra las conquistas sociales de colectivos y trabajadores. Con un populismo que mejoró la vida de millones desdibujado por la corrupción, jaqueado y en retroceso, y sin paradigmas realistas alternativos la verdad, que no es universal, merece la batalla por aquello que lo es: los criterios para su procura. Para que la insurrección a la lógica argumentativa en el seno de la globalización no se naturalice y pudra su arista apenas mas civilizada hasta arrojarnos a un pleistoceno social.
En “La cordillera”, la pintura del presidente de Brasil evidencia un conocimiento del guionista que va más allá de la fraternidad “de época”con Argentina. Un estratega que se percibe ungido de un aura de poder que sus aliados respetan. El personaje expresa un aspecto esencial del modo en que esa nación se piensa a si misma, su rol en el mundo bajo el “signo de los tiempos”. Próximo a un “blend” de Lula con Golbery, lejos de Bolsonaro. Algo es algo.