El sindicalismo recupera protagonismo por dos motivos básicamente. En primer lugar, el paro de la CGT expone la principal preocupación de la población. Cualquier encuesta que hoy se consulte arroja al primer puesto en el ranking de problemas a la inflación. Así las cosas, son, sin dudas, claros voceros de una demanda genuina hacia el actual gobierno. La caída del salario real es, para la gente, casi toda de Cambiemos, y se constituye en un potente motor de posicionamiento para la oposición de cara a 2019. Las dificultades son graves y el oponente cuenta con todos los condimentos que han resultado exitosos en diferentes momentos para consolidar adhesión. FMI, patria financiera, crecimiento de la desocupación, ofrecen un panorama muy favorecedor para cosechar insatisfacción. Todos aspectos relacionados con enormes fracasos de política económica en Argentina.
La situación, entonces, cuenta con una serie de datos objetivos que ameritan un paro para cualquier sindicalista que se precie de tal, no lo inventan y sus voceros se cuidan muy bien de dejar en claro que no quieren lesionar la gobernabilidad. Quieren que Macri termine, repiten sin querer. Un deseo que, aunque tiene la intención de despejar al fantasma Alfonsín habla de la propia percepción de ser responsables de la continuidad o la interrupción de un gobierno.
En segundo lugar, el sindicalismo, aun siendo un importante exponente del corporativismo y representando históricamente valores poco relacionados con la democracia por la cual expone una falta clara de interés, se constituye hoy en el único espacio de la oposición que actúa de manera orgánica. Es la única voz que puede ejercer una crítica con contundencia al corazón del gobierno. Tanto el peronismo, como Unidad Ciudadana no están pudiendo sobreponerse al fracaso del 2015 y exponer alguna opción en el medio del festival de denuncias, procesamientos y sentencias por corrupción que enfrenta la administración que lideraron o de la que formaron parte.
La conflictividad y la protesta social resultan hoy casi la única herramienta de posicionamiento adverso a Cambiemos. No obstante, los dirigentes gremiales no ser creíbles -sus niveles de imagen y confianza se ubican por debajo del 10% de valores positivos en la opinión pública- denuncian una verdad que, aunque hasta ahora no lo lograron, puede llevar voluntades, sin dudas, a las estructuras partidarias afines, capitalizando, aunque sea un poco, el desacuerdo con la gestión oficial que hoy no está desplazándose a favor de nadie.
Claramente los dirigentes sindicales no son atractivos para la opinión pública. Han cultivado un estilo propio de las organizaciones cuya conducción no depende de la voluntad de la gente. Ninguno de los que hoy se encuentra liderando este paro sería elegido para conducir el país y quien sabe si lo sería en elecciones abiertas dentro de sus propias estructuras. Pero, porque todo es relativo, a partir de las fuertes restricciones que hoy enfrenta el peronismo, aparece, sin renovarse, exactamente igual al de hace 50 años, dejando al descubierto la debilidad de las estructuras partidarias asociadas y como pieza casi clave para sacarle algún provecho, esperemos que electoral, al fracaso ajeno.