En un momento crítico, David Bowman, el único sobreviviente a bordo del Discovery, se ve obligado a desconectar a HAL 9000, cerebro y sistema nervioso de la nave que viaja rumbo a Júpiter, un supercomputador algorítmico heurísticamente programado que conoce el objetivo último de la misión y parece haber tomado el mando ante las vacilaciones de los humanos. Casi tres décadas después del estreno de 2001: Odisea del espacio, la célebre película de Stanley Kubrick basada en el texto de Arthur C. Clarke, Gary Kaspárov enfrenta a Deep Blue, una supercomputadora desarrollada por IBM. El campeón mundial de ajedrez gana el primer match de seis partidas, pero será derrotado en el siguiente, no sin acusar a sus operadores de hacer trampa.
Desde siempre, los avances tecnológicos han suscitado controversias y planteado una serie de dilemas –existenciales, éticos, filosóficos, pero también económicos y sociales–, además de fantasías tecnocráticas. Nada diferente ocurre con la inteligencia artificial (IA), asociada al ejercicio por parte de máquinas o dispositivos de cualidades esencialmente humanas, intelectuales o sensibles.
Definida como la capacidad para interpretar datos, aprender de ellos y emplear ese conocimiento para alcanzar metas concretas mediante una adaptación flexible, la IA se alimenta del big data, una gigantesca masa de datos generados por una infinita variedad de dispositivos operados por particulares, empresas, gobiernos y organizaciones. Un reciente informe de la Unctad consigna que el tráfico por internet pasó de 100 gigabytes por segundo en 2002 a 46.600 GB en 2017, con una proyección de 150.700 GB para el año próximo.
La consultora PricewaterhouseCoopers (PwC) calcula que el PIB global podría crecer hasta 14% más en 2030, unos 15,7 billones de dólares adicionales, como resultado de la IA, “más que la producción actual de China e India combinadas”. De esa suma, algo más del 40% provendrá de aumentos de productividad y el resto de efectos secundarios en el consumo; en tanto, las mayores ganancias se concentrarán en el comercio minorista, los servicios financieros y la atención médica.
Desarrollo. Por su parte, la Unctad (Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo) advierte sobre la creciente concentración en manos de grandes empresas que operan plataformas digitales. El organismo de la ONU refiere que se valen de estrategias agresivas, compran a posibles competidores, se expanden a productos o servicios complementarios, “ejercen presión en los círculos nacionales e internacionales de formulación de políticas, y conciertan alianzas estratégicas con grandes multinacionales que operan en sectores tradicionales como el del automóvil, los semiconductores y el comercio”. En tales condiciones, concluye, “los países en desarrollo corren el riesgo de convertirse en meros proveedores de datos brutos”.
En mayo pasado, consciente de la influencia de la IA en las decisiones de empresas e individuos, la OCDE lanzó una serie de principios y recomendaciones que apuntan a una administración responsable de estos sistemas, con eje en valores como la transparencia, la fiabilidad y la prevención de riesgos, e instó a los gobiernos a promover la inversión pública y privada en investigación y desarrollo.
A Latinoamérica se le plantea un desafío especial. Según el BID, es imperioso que los gobiernos de la región anticipen sus consecuencias sobre el mercado laboral, donde 40% de los empleos podrían verse desplazados. Al mismo tiempo, asegura que un aprovechamiento correcto podría mejorar el rendimiento de la infraestructura, facilitar la integración física, promover el comercio, mejorar la administración y estimular así el crecimiento.
*Director de Marketing de Lakaut SA.
