El día 1 del Emirato Islámico, como se autodenomina el régimen talibán en Afganistán, llegó con mucho miedo, largas filas de los afganos en los bancos para retirar ahorros y salvarlos del posible cierre, aumentos descontrolados de precios en los bazares de Kabul y una economía que se tambalea al borde del colapso casi total.
En un esfuerzo por reactivar la economía, los bancos (que cerraron cuando los talibanes tomaron Kabul) recibieron la orden de reabrir, pero impusieron límites semanales estrictos a los retiros de efectivo, y las personas enfrentan colas de muchas horas para acceder a su dinero. Si es que pueden.
“Empecé mi primer día bajo dominio talibán en la entrada de un banco en la zona de Shahr-e-Naw de Kabul. Fui allí alrededor de las 6 de la mañana, antes de que el banco abriera, pero ya había mucha gente haciendo cola”, relató Nesar, un ingeniero de Kabul. “Estuve allí hasta las 12, pero cerraron el cajero porque se habían quedado sin dinero y volví a casa con las manos vacías. Había cientos de personas”.
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“Los talibanes golpeaban a la gente con tuberías... Es el segundo día que trato de sacar algo de dinero, pero no pude”, continuó relatando. “Viví aquí en Kabul la mayor parte de mi vida, pero nunca había visto la ciudad así. En las calles hay una ausencia de sentimientos. La gente ha perdido todos sus sentidos. Ahora ya no les importa, a mí ya no me importa; mi generación lo ha perdido todo en cuestión de horas. La gente está destrozada”.
Aquellos afganos que dependen de las transferencias de dinero de familiares que viven en el extranjero se vieron afectados por el cierre de operadores de transferencia de dinero, como Western Union, mientras un número cada vez mayor de personas intenta con desesperación vender joyas o artículos del hogar.
La lucha diaria por comprar alimentos se convirtió en gran una preocupación para los afganos y muchos están dispuestos a pagar sumas cada vez mayores por lo básico, lo que hace que los precios suban rápidamente. La amenaza de la hiperinflación es latente y sus efectos podrían ser letales en Afganistán, donde un tercio de la población sobrevive con menos de 2 dólares al día.
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Los comerciantes del mercado de Kabul dijeron que el harina, el aceite o el arroz vieron aumentos de un 30 por ciento, mientras los de las hortalizas subieron hasta un 50 por ciento, y los de la gasolina subieron un 75 por ciento. La ONU ya advirtió que los alimentos podrían escasear peligrosamente en las próximas semanas en Afganistán.
Lejos de la ciudad, las ONG humanitarias alertan sobre una catástrofe inminente, ya que la sequía afectó a los agricultores y obligó a miles de personas pobres de las zonas rurales a buscar refugio en las ciudades. Y como telón de fondo, acecha la amenaza de un grave rebrote de Covid-19 que, según los expertos sanitarios locales, podría resultar “catastrófico” ya que los hospitales están sobrecargados y solo el 2 por ciento de la población vacunada.
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Evitar que la economía se hunda
En un intento por controlar la inminente debacle, el nuevo régimen nombró un nuevo jefe del banco central, pero los expertos creen que será difícil volver a poner en funcionamiento el sistema financiero afgano sin los especialistas que escaparon Kabul. “No sé cómo lo gestionarán porque todo el personal técnico, incluida la alta dirección, se ha ido del país”, dijo un banquero. Para controlar la situación, los extremistas prohibieron sacar dólares y artefactos valiosos del país y se confiscarán los bienes de las personas que intenten hacerlo.
Los especialistas sostienen que Afganistán necesita “desesperadamente” dinero, y es poco probable que los talibanes tengan acceso a los aproximadamente US$ 10 mil millones en activos que el banco central afgano tiene en gran parte en el extranjero.
“Si la comunidad internacional quiere evitar un colapso económico, una forma sería permitir que Afganistán obtenga un acceso limitado y supervisado a sus reservas”, dijo Shah Mehrabi, profesor de economía en el Montgomery College de Maryland que forma parte de la junta del banco central, citado por Reuters. “No tener acceso ahogará la economía afgana y perjudicará directamente al pueblo afgano, y las familias será empujadas aún más hacia la pobreza”.
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La situación de las mujeres: “Sólo espero mi muerte”
Desde que tomaron el poder el 15 de agosto, tras una campaña militar cuya rapidez y eficacia sorprendió a Occidente, intentaron presentar una imagen de apertura y moderación. Pero muchos afganos y líderes extranjeros no creen en sus promesas y temen que se repita el régimen fundamentalista que pusieron en práctica en su anterior gobierno (1996-2001) y que fue especialmente represivo con los derechos de las mujeres, cuya mayor parte no tenían derecho a trabajar, salvo unas pocas excepciones, sobre todo en el sector sanitario.
Este 1 de septiembre, algunas afganas volvieron al trabajo entre las promesas de los nuevos amos del país, que garantizaron que serán más tolerantes que en su pasado gobierno, marcado por la discriminación y la brutalidad hacia las mujeres.
Las trabajadoras del sector sanitario y de la educación afirman que por el momento no vieron cambios con respecto a principios del mes de agosto, antes de la llegada de los talibanes. Otras empleadas esperan la autorización para volver al trabajo, a la espera de ver cómo los talibanes les permiten retomar sus actividades dentro de la ley islámica (la sharia), es decir, separadas de los hombres.
El viernes, el nuevo Emirato islámico pidió a estas trabajadoras que retomaran el trabajo “con normalidad”, pero con reglas claras: “Los médicos hombres no pueden examinar a las mujeres”, contó una partera que trabaja en una clínica cerca de Kandahar. Esta regla no escrita estuvo en vigor estos últimos veinte años en buena parte de Afganistán, un país muy conservador, sobre todo en las zonas rurales. Hasta ahora en Kabul, y en las principales ciudades del país, las mujeres podían ser atendidas por médicos hombres, a excepción de los análisis ginecológicos.
El diario británico The Guardian recoge el testimonio de una joven de Farah que, después de que los talibanes invadieran la ciudad, se mudó a Kabul con la esperanza de salir del país: “Llevo llorando desde esta mañana. Mi hermano ha salido a comprarme un burka y yo quemé mis jeans. Lloré mientras los quemaba: he quemado mis esperanzas con ellos. Ya nada me hará feliz. Sólo espero mi muerte, ya no quiero esta vida”.
“Desde que los talibanes tomaron Farah, he sentido que me caía. Hoy he sentido que me estrellaba contra el suelo y me moría. Ahora no siento nada, estoy muerta”, dijo la joven. “Esta mañana todo ha terminado para mí, y también para toda la gente de la ciudad. No verás a nadie riendo. Un sentimiento absoluto de depresión recorre toda la ciudad”.
Dos hermanas afganas, Fatima y Maryam, de 23 y 20 años, amanecieron este 1 de septiembre ocultas en su casa y en medio del terror. “Es como un film de horror”, contó a la BBC la más joven, estudiante en la Facultad de Ingeniería, que desde hace dos semanas no volvió a pisar la universidad. No confía tampoco en las garantías de los talibanes sobre el hecho de que las mujeres podrán seguir estudiando y trabajando.
“Mis cursos eran de noche, no me permitirán nunca asistir”, dijo con la voz quebrada por el llanto. “Me levanto y sé que no puedo salir. Solo quisiera seguir estudiando, era mi pasión”. “Estamos aterrorizadas por los talibanes, incluso cuando nos asomamos por la ventana los vemos allá afuera, con los uniformes de la policía afgana”, explicó Fatima, quien perdió su trabajo y, como ex activista por los derechos de las mujeres, tiene más miedo que nunca.
Los únicos miembros de la familia que siguen saliendo de casa son el padre y su hermano. "Van a hacer las compras. Pero cuando vuelven no queremos saber nada de lo que hay allá afuera, de lo que vieron. Preferimos no hablar”, confesó Fatima. “Nosotras, las mujeres, en Afganistán perdimos todos, no hay más futuro aquí para nosotras”. La única esperanza, dicen, es dejar el país cuanto antes.
ds