“Apoye a Patio Pizza y a su fantástico dueño”, sorprendió el Tuitero en Jefe de los Estados Unidos, Donald Trump. En particular, más que aguardar una sugerencia gastronómica, sus detractores esperaban que tirara la toalla, tras su mensaje anterior sugiriendo una postergación de las elecciones, en un marco de pésimas noticias económicas y sanitarias.
¿Alea jacta est? No. En las elecciones de 2016, Hillary Clinton obtuvo 3 millones de votos más que el excéntrico magnate inmobiliario. Un 2% de diferencia a escala nacional, versus el margen de 1% a 7% pronosticado por las encuestas.
No obstante, en un sistema de Colegio Electoral, la cuenta válida es otra. Por ejemplo, quien gana el estado de Nueva York con 20 millones de habitantes, obtiene 29 delegados. En simultáneo, una fuerza política opositora que triunfa en Indiana, Montana y Kentucky, recoge la misma cantidad de delegados, 29, aunque la diferencia poblacional entre Nueva York y esos tres estados combinados sea de 8 millones de habitantes.
En una palabra, el sistema político estadounidense, hace posible que una cierta conjunción de minorías prevalezca sobre la voluntad mayoritaria.
“Talentos para la baja intriga y las pequeñas artes de la popularidad”. Así justificó Alexander Hamilton, su inclinación por un esquema de elección indirecta, versus uno directo “expuesto a los humores volátiles”. En ese terreno, las encuestas fallaron. La autocrítica postelectoral del gremio, mencionó la subestimación de la participación de votantes pro Trump, la decisión de último momento en su favor y, en tercer lugar, la minimización del potencial del candidato inesperado en los estados del Medio Oeste norteamericano. Tenía lógica. Hacía casi tres décadas que el Partido Republicano no ganaba en los cinco estados del “cinturón oxidado”, Iowa, Michigan, Pensilvania, Ohio, y Wisconsin, donde los demócratas reafirmaban una y otra vez, su viejo predominio desde los tiempos del “New Deal”, apenas interrumpido por Ronald Reagan durante los años 80.
“Aquí en Michigan no ganamos casi nunca”, me insistía un militante trumpista en uno de los actos de cierre de campaña en las afueras de Detroit, la vieja capital automotriz estadounidense. “Esta vez es diferente”, fue mi devolución. No era un premio consuelo, sino una afirmación fundamentada. Lo que muchos encuestadores y analistas políticos no lograron percibir a tiempo, la administración Macri menos, es el giro político que representaba Trump, fuera de la zona de confort del Partido Republicano. Especialmente, de dos de sus pilares básicos compartidos con el Partido Demócrata desde la era Reagan. Tanto el libre comercio como la inmigración, eran amenazados en una campaña donde el conductor de “El aprendiz” proponía la revisión del NAFTA, la ruptura del Tratado Asia Pacífico, la construcción de un muro fronterizo con México y, en lo atinente a China, la ruptura de una tradición de política exterior inaugurada por Richard Nixon y mantenida hasta su predecesor Barack Obama.
Trump representaba una nueva ecuación política que, en gran medida, tenía poco de novedad. En realidad, era la reconstrucción de una coalición de votantes blancos sobre la que se había apoyado Franklin Roosevelt en tiempos del “New Deal” y había predominado en Estados Unidos a lo largo de cuatro décadas. Votantes blancos de los estados del sur, del medio oeste y del noreste. Lo curioso era su restauración a partir de “un playboy del vibrante ambiente neoyorquino”, Tom Coyne dixit, y no de uno demócrata como su fundador.
Hoy las circunstancias cambiaron. La pandemia destruyó cualquier logro económico y, en especial, agravó el desempleo, que en estados clave para Trump como Michigan, alcanza el 22%. Asimismo, el obituario de más de 150 mil estadounidenses, deja al descubierto la performance sanitaria de la actual administración. No hay forma de compensar semejante déficit combinado, con la actual estrategia de Ley y Orden o de polarización con China.
Tampoco hay registro de un presidente reeligiéndose en un contexto recesivo, menos depresivo. Vale para Jimmy Carter, también para George HW Bush. La única excepción es Roosevelt, aunque en un contexto de indicadores con leve recuperación, que hoy no están a la vista. En ese marco, es razonable que Politico le adjudique chances de 1 a 9 versus Joe Biden.
Sin embargo, el actual presidente no está terminado aún. En primer término, no tiene nadie en frente. La presencia del ex vice de Obama en el ticket demócrata refleja la crisis de liderazgo partidario. En particular, las generaciones más jóvenes que sobrepasaron en participación a los mayores de 53 años en la medio término de 2018, Generación Z, Millennials y X, no tienen ningún entusiasmo con Biden. En segundo lugar, el coronavirus crea condiciones de excepción que Trump parece dispuesto a explotar. Por último, ¿quién puede firmar hoy que la economía no exhiba signos de recuperación en tres meses? Por ahora, final abierto, ansiosos abstenerse.
*Analista Político y Consultor Estratégico.
@DanielMontoya_