El caso de Joaquim Barbosa es singular. El ex presidente del Supremo Tribunal Federal (STF) aún no lanzó su candidatura a la presidencia, pero figura cuarto en la última encuesta de Datafolha, con el 10% de intención de voto. Si Lula, encarcelado por corrupción y lavado de dinero, fuese inhabilitado por la justicia electoral, Barbosa treparía al tercer lugar. Jurista y outsider de la política, puede convertirse en el primer mandatario negro de la historia de Brasil. Para eso, cuenta con un capital considerable, más allá de su dura historia de vida: lideró en 2012 las condenas a miembros del Partido de los Trabajadores (PT) en el Mensalão, el escándalo de coimas en el Congreso que antecedió al Lava Jato.
“Aún no soy candidato”, avisó este jueves Barbosa, al reunirse con legisladores, gobernadores y miembros de la ejecutiva nacional del Partido Socialista Brasileño (PSB), al que se afilió hace dos semanas. Esa afiliación fue un gesto simbólico que no pasó inadvertido en Brasilia: lo hizo sobre el filo que permite la ley para ser candidato. Al ser consultado por su irrupción en los sondeos de opinión, Barbosa se congratuló, sin adelantar cuál será su próxima jugada: “Para aquel que no frecuenta el ámbito público y no da entrevistas, está muy bien”.
Como aún no lanzó su candidatura, Barbosa eludió expedirse sobre la detención del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Esa indefinición explica buena parte de su caudal electoral, ya que su biografía atrae a un sector de la izquierda, mientras que su cruzada contra la corrupción, que lo emparentó con el juez Sérgio Moro, conquista a votantes de distintas ideologías.
Según la Encuesta Nacional de Hogares (PNAD) de 2014, un 53% de los brasileños se declararon mulatos o negros. Esa mayoría demográfica aún no está reflejada en puestos de poder. Sin ir más lejos, todos los ministros de Michel Temer y los jueces de la Corte son blancos. “Nos sentimos muy orgullosos de tener la posibilidad de tener un candidato negro”, afirmó Valneide Nascimento dos Santos, secretaria nacional de Negritud del PSB. “Barbosa consiguió un partido grande, que tendrá chances electorales en algunos estados. El se convirtió en el único outsider con chances de disputar y ganar: consigue votos de todos lados”, aseguró Fernando Abrucio, investigador de la Fundación Getulio Vargas.
El letrado fue nombrado en el STF por Lula, pero no dudó al pedir duras condenas a dirigentes del PT, entre ellos al ex jefe de Gabinete José Dirceu. El magistrado mantuvo una posición equidistante al cuestionar el impeachment a la ex presidenta Dilma Rousseff, al que calificó como “una truchada”.
Hijo de un albañil y un ama de casa, Barbosa nació en Paracatu, en el interior de Minas Gerais. Emigró con su familia a la capital, donde fue maestranza en la imprenta del Senado y estudió Derecho en la Universidad de Brasilia. Escapó de la pobreza aferrado al conocimiento: cursó una maestría y un doctorado en la Universidad de París II Panthéon-Assas y aprendió inglés, alemán, francés, español y portugués.
Escándalos. En una sesión del STF se cruzó con su colega Gilmar Mendes. “Usted está destruyendo la justicia de este país y viene ahora a darme lecciones de moral a mí”, disparó. Mendes rió, socarrón, y Barbosa lo reprendió: “Su excelencia, no está hablando con sus capataces del Mato Grosso. Respéteme”. Ese enfrentamiento no evitó que el politólogo del PT André Singer lo vinculara con el “partido judicial” y el candidato de la prensa.
Sin embargo, el jurista también se enfrentó con los medios. “De repente, fuerzas políticas altamente conservadoras tomaron Brasil. ¡Lo tomaron todo! Dominan el Congreso. Ellos conducen a los medios de comunicación, incluyendo las emisoras de televisión. ¿Pero saben una cosa? Ellos no tienen votos. ¡Esperen un par de años!”, dijo en 2016. Hoy, en un escenario electoral incierto, esa frase adquirió un alto componente profético.