Por momentos, el discurso de Joe Biden ante el Congreso de los Estados Unidos del pasado miércoles se acercó bastante al sostenido por Bernie Sanders en sus fallidas campañas para la nominación presidencial del Partido Demócrata. El hombre de Vermont tranquilamente podría parafrasear las palabras de Margaret Thatcher: “El verdadero triunfo es que nuestros adversarios adoptaron mis ideas”. Si a partir de la década de los ochenta, con la Dama de Hierro en Downing Street y Ronald Reagan en la Casa Blanca, el “consenso neoliberal” no parecía ser discutido ya por nadie, esto ya no es así. Sin dudas, en lo que respecta a política doméstica, es el presidente más “leftist” desde Lyndon B. Johnson, y su norte parece ser el de Roosevelt. Las políticas que está implementando, salvando todas las distancias históricas, tienen paralelismos no muy difíciles de encontrar con la Great Society del primero y el New Deal del segundo.
La referencia del presidente a los sindicatos, y a como estos hicieron grande a la clase media del país en contraposición a la especulación financiera de Wall Street, lo sitúa en un lugar radicalmente diferente a sus predecesores. Así, retoma la vieja línea del partido, perdida durante la década reaganeana. Los demócratas que vinieron después de Bush padre, Clinton primero, y Obama después, poco tenían que ver con el espíritu del antiguo partido de Franklin Delano Roosevelt. Las derrotas aplastantes de hombres más ligados a los sindicatos y a las bases históricas del partido como George McGovern contra Nixon en el 72, o Walter Mondale contra Reagan en el 84, parecieron enterrar toda una tradición política. El actual mandatario se muestra decidido a recuperarla, al mismo tiempo que toma elementos importantes del discurso del papa Francisco, más las banderas de las generaciones jóvenes y “a la izquierda” del partido como Alexandra Ocasio-Cortez y su Green New Deal.
Su plan político tiene como eje una inversión multimillonaria en políticas sociales. En su discurso, presentó a los congresistas el Plan de Familias Estadounidenses, el cuál comprende casi 2 billones de dólares. Tendrá como eje extender hasta 2025 una especie de asignación universal por hijo que estableció para paliar los efectos de la pandemia, ayuda a las familias para pagar el cuidado infantil, gratuidad de los colegios comunitarios en sus primeros dos años, ampliar y mejorar el sistema de becas educativas, y establecer una licencia médica familiar paga. Aumentará el salario mínimo de los trabajadores estadounidenses a u$s 15, e incentivará la producción local. Una especie de “América First” pero con tintes progresistas: "No hay razón para que las aspas de las turbinas eólicas no se puedan construir en Pittsburgh en lugar de Beijing".
Entre el período de Biden como vicepresidente de Barack Obama y su regreso a la Casa Blanca como mandatario, no solo pasó el huracán trumpista, sino también, la peor pandemia de los últimos cien años y la crisis económica más grande desde la Gran Depresión. Es decir, cambiaron todos los paradigmas “indiscutibles” de los últimos cuarenta años. Biden no puede dejar de lado a los empobrecidos sectores trabajadores blancos interpelados por su predecesor. En esa línea se inscribe su discurso “anti establishment”, en favor de los union workers y contrario al discurso liberal “emprendedor” de Wall Street, pero también de Silicon Valley. Al igual que Johnson de Kennedy, Biden fue vicepresidente de Obama, ambos iconos progresistas. De la misma manera que el sureño fue mucho más progresista puertas adentro que el malogrado JFK, Biden parece “superar”, también en ese aspecto, a su ex jefe político.
Por supuesto, la presidencia de LBJ quedó para siempre marcada por la catástrofe de Vietnam, un error que Biden no está dispuesto a cometer. El demócrata abogó en su discurso por mantener una fuerte presencia militar en el Pacifico para “contener” a China, a quien calificó como un “importante desafío estratégico”. Más allá de las escaladas verbales –y no tanto- de los últimos meses, tanto Biden como Xi designaron a embajadores dialoguistas. A diferencia de la Administración Trump, el conflicto China-Estados Unidos adquiere un cariz mucho más ideológico. El presidente actual lo plantea como una disputa entre las democracias occidentales liberales y las autocracias: “China está resuelta a convertirse en la nación más importante del mundo. Xi y otros, autócratas, piensan que la democracia no puede competir en el siglo XXI con las autocracias".
El tiempo dirá hasta dónde puede llegar Joe Biden con sus ambiciosas políticas sociales y cuál será el alcance de su política exterior. Es imposible avizorar cómo será el mundo que deje tras su salida de la Casa Blanca. Por lo pronto, su país parece listo para dar vuelta la página del viejo Consenso de Washington. Quizás, para intentar crear uno nuevo.
*Gonzalo Fiore Viani: Magister y Doctorando en Relaciones Internacionales