Jair Bolsonaro se tiene fe en el Maracaná. Brasil juega este domingo 7 de julio la final de la Copa América y el presidente se mostrará por cuarta vez en un mes junto a la Selección en un estadio. Dijo que irá a la cancha acompañado por el ex juez y ministro Sérgio Moro, sospechado de parcialidad en la causa que metió preso a Lula da Silva. “Si la seguridad nos lo permite, bajaremos al césped para que el pueblo diga si tenemos razón o no”, prometió Bolsonaro.
Si se cumple con el protocolo de la FIFA para las ceremonias de clausura, Bolsonaro participará en la premiación de los campeones. Hoy no será la primera vez que pise un campo de juego, ni que se muestre en un palco con Moro, ni que se abrace con algún jugador, ni que levante una copa y dé una vuelta olímpica en caso de que Brasil salga campeón.
El 2 de julio de 2018, cuando aún no había asumido, Bolsonaro se sumó a los jugadores de Palmeiras en los festejos por el título nacional. El 6 de junio de 2019, estuvo en el amistoso de Brasil contra Catar en el que se lesionó Neymar. Después del partido, el presidente visitó al jugador en el hospital. El 13 de junio, vio junto a Moro al Flamengo por la fecha nueve del campeonato brasileño. El 15 de junio, asistió a la inauguración de la Copa América en el Morumbí de San Pablo. El 2 de julio, hizo un show personal durante el entretiempo de Brasil-Argentina, que incluyó mini vuelta olímpica y bandera verdeamarelha.
Cuando Bolsonaro va a la cancha no ocurre nada atípico: algunos lo silban, otros lo aplauden, otros lo ignoran. Pero él va, convencido de que mostrarse futbolero le suma políticamente. Trata de acercarse a la Selección, coquetea con la Confederación Brasileña de Fútbol, se hace amigo de jugadores y ex jugadores. Y se pone camisetas de todos los clubes de Brasil.
“La relación de Bolsonaro con el fútbol es muy confusa: nadie sabe realmente de qué equipo es hincha”, dice a PERFIL Euclides de Freitas Couto, doctor en Historia y profesor en la Universidad Federal São João del-Rei, dedicado a la sociología del deporte. “Su presencia en los estadios es parte del plan de propaganda de su staff de comunicación. En Brasil hay una tradición política de carácter populista, desde los tiempos de Getúlio Vargas, de que el presidente debe ser un hombre de pueblo. El fútbol tiene la función de acercar al líder político al pueblo en una esfera lúdica y pasional. En el caso de Bolsonaro, como es su costumbre, él exagera la pose y se prueba camisetas de varios equipos, lo que muestra su incapacidad para comprender los significados que el fútbol tiene para los hinchas”.
Alguna vez dijo que es “de Palmeiras en San Pablo y de Botafogo en Río de Janeiro”. Curiosa simpatía por el club carioca: el más bohemio de Brasil. Aunque esa preferencia no le impide para nada a Bolsonaro vestir otros colores. Además de Palmeiras y Botafogo, en la lista ya tiene las casacas de Vasco da Gama, Flamengo, Fluminense, Santos e incluso Corinthians, el equipo de Lula, Sócrates y la Democracia Corinthiana. Sorprendió que el primer partido de la Copa América se jugara en el Morumbí, que no había pasado el corte para ser sede en el Mundial de 2014. Ahora la organización lo prefirió antes que el Arena Corinthians, donde Bolsonaro probablemente habría sido insultado más de lo habitual.
La Selección es el activo del fútbol que más atrae al presidente, que cree redituable asociarse a la imagen de la Canarinha. “Después del impeachment contra Rousseff, muchos hinchas dejaron de salir a la calle con la camiseta amarilla de la Selección brasileña, porque esa casaca quedó totalmente asociada a las movilizaciones de derecha”, observa Ronaldo Helal, profesor de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, también especializado en sociología del deporte. “En esas marchas todos usan la camiseta nacional. El bolsonarismo logró apropiarse simbólicamente de ella. Ahora bien: no hay datos empíricos que demuestren que, en Brasil, el éxito deportivo de la Selección se traduce en éxito político para el gobierno de turno”.
En casi treinta años como diputado, Jair Bolsonaro jamás presentó un proyecto vinculado al fútbol. Pero la dirigencia del fútbol brasileño, y sobre todo la CBF, igual intentan aprovechar el repentino fanatismo presidencial. “A partir del gobierno de Dilma Rousseff, quien no era nada futbolera, la CBF perdió su conexión con Planalto”, dice Breiller Pires, editor de Deportes de El País para Brasil. “Quedaron desprotegidos. Muchos de sus dirigentes terminaron presos por corruptos. Por eso ahora ven a Bolsonaro, y a su interés en sacar provecho de la imagen de la Selección, como una chance para volver a estrechar lazos con el poder presidencial”.
En su danza alrededor de la Selección, Bolsonaro también se acercó a ídolos actuales e históricos. Rivaldo, Cafú y Ronaldinho apoyan públicamente a su gobierno. De Neymar se hizo amigo en el peor momento del jugador: lesionado, acusado de violación por una mujer y con problemas en el fisco. Dicen que el padre del futbolista fue el ideólogo de las fotos que se sacó con el presidente. Y que habló personalmente con él sobre las deudas fiscales de su hijo.