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Cuatro grandes desafíos por delante

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Producción. La política anticovid afectó el crecimiento. | AFP

Xi Jinping, que obtuvo ayer un tercer mandato como presidente chino hasta 2028, se enfrentará a cuatro desafíos principales: la economía, las tensiones con Estados Unidos, la cuestión de Taiwán y los derechos humanos.

Desaceleración económica 

La desaceleración económica será sin duda un tema central. La segunda economía del mundo, acostumbrada durante mucho tiempo a ritmos de crecimiento elevados, vio crecer su PIB solo un 3% en 2022, debido a las restricciones sanitarias por la política anticovid y a la crisis inmobiliaria. 

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Para 2023, el gobierno tiene como objetivo “alrededor del 5%”, uno de los niveles más bajos en décadas. 

La decisión de Xi Jinping de rodearse exclusivamente de fieles para su tercer mandato hace temer que favorezca la ideología a costa del crecimiento.

Si esperaba hacer del consumo el nuevo motor de la economía, aún no lo ha conseguido. En cuanto a su concepto de “prosperidad común”, que supuestamente debe reducir las diferencias de riqueza entre la población, Xi parece más discreto al respecto en los últimos meses.

Tensión con Estados Unidos

Las relaciones bilaterales con Washington se volvieron amargas en los últimos años debido a la competencia tecnológica y comercial, derechos humanos, e incluso por el tema del origen del covid-19.

Una visita del secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, prevista para febrero, fue aplazada a última hora después de que la administración Biden derribara un globo chino, que según Washington, Beijing habría utilizado con fines de espionaje, algo que China negó.

Desde entonces, las tensiones diplomáticas siguieron aumentando. El martes, el ministro de Relaciones Exteriores, Qin Gang, advirtió del riesgo de “conflicto y confrontación” si Washington no cambia de rumbo.

El propio Xi hizo una inusual crítica directa contra las autoridades estadounidenses, acusándolas de arrastrar a los países occidentales a “una política de contención, de cerco y de represión contra China”.

Taiwán. 

Con su nuevo mandato, Xi podría decidir que ha llegado el momento de que Pekín se apodere de la isla de Taiwán, administrada por un gobierno democrático y que China reivindica como parte de su territorio. 

El tema se volvió cada vez más sensible en los últimos años. En agosto, Nancy Pelosi, entonces presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, visitó Taiwán. Furiosa, China respondió con las mayores maniobras militares de su historia alrededor de la isla.

En octubre, el Partido Comunista incluyó por primera vez en su Constitución su oposición a la independencia del territorio insular.

Toda invasión china de Taiwán perturbaría las cadenas de suministro mundiales: la isla es la principal fabricante mundial de semiconductores, unos compuestos indispensables para multitud de aparatos electrónicos. Una intervención militar provocaría la indignación de los países occidentales, aislaría a China y acercaría a Beijing y a Washington a un enfrentamiento armado directo.

China anunció el domingo un aumento de su presupuesto de Defensa de 7,2%, su alza más elevada desde 2019. El gasto militar chino, sin embargo, sigue alrededor del 2% del PIB, un nivel inferior al de Estados Unidos.

Derechos humanos. Desde la llegada al poder de Xi Jinping, a finales de 2012, la sociedad civil desapareció casi por completo, la oposición fue asfixiada y decenas de activistas están en prisión.

Las autoridades chinas están acusadas de haber internado en “campos” a por lo menos un millón de personas en Xinjiang, en el noroeste, principalmente de la minoría musulmana uigur. Varios estudios occidentales mencionan también “trabajos forzados” en Xinjiang, y hablan de “genocidio” como resultado de esterilizaciones y abortos presentados como “forzados”. China niega todas estas acusaciones.

Un informe de la ONU alude a posibles “crímenes contra la humanidad” en la región, pero no utiliza el término “genocidio”, que sí usa Estados Unidos. La situación en materia de derechos humanos tiene pocas posibilidades de mejorar durante el tercer mandato de Xi, cuyo poder parece inquebrantable ante las presiones internacionales.