INTERNACIONAL
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Dos vidas tan distintas y opuestas como sus modelos de país

Uno de viene de la izquierda y hace años que comenzó un giro hacia el centro, que en 2002 le permitió ganar las elecciones en su tercer intento. Golpeado por denuncias de corrupción, fue a la cárcel, lo que le impidió candidatearse en 2018, pero la Justicia anuló sus causas y resurgió como un Ave Fénix. El otro tiene un pasado militar y una larga carrera de mediocre trabajo parlamentario y una gestión presidencial cargada de polémicas, con un desastroso manejo de la pandemia, pero buenas cifras en la economía. Lo peor: no quiere decir que aceptará los resultados si pierde.

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| AFP

La resurrección de Lula

Desde que el Tribunal Supremo Federal anuló su condena por corrupción, Luiz Inácio Lula da Silva comenzó una campaña silenciosa estrechando lazos con sus socios internacionales. Lo acompañó la socióloga y militante petista Rosangela “Janja” da Silva, que se convirtió en su tercera esposa en mayo pasado, dos años después de haber sido excarcelado de la cárcel en Curitiba. Bajo el estandarte de su “legado político”, el co-fundador del Partido de los Trabajadores apunta los cañones hacia el Palacio de Planalto con una idea clara: refundar el vínculo entre el gobierno y la sociedad, socavado durante la gestión bolsonarista y sus ataques a la institucionalidad.

Volver a las bases.
La campaña electoral del ex presidente de Brasil (2003-2011) se basó en su “origen obrero”. El símbolo apela a los más de 30 millones de compatriotas que viven en la pobreza en la primera economía de Latinoamérica. “Luchamos la mayor de todas las batallas contra el hambre y vencimos. Hoy sé que preciso cumplir nuevamente esa misión”, declaró Lula al oficializar su candidatura. Pese a ser oriundo de Pernambuco, en el noreste brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva vivió la mayor parte de su adolescencia en la metrópoli industrial de San Pablo. El calamar abandonó la escuela para ayudar a su familia y tuvo varios oficios hasta que consiguió un empleo en la emblemática fábrica de tornillos. Allí perdió gran parte de su dedo meñique (un motivo de burla recurrente de su rival de ultraderecha) y construyó su exitosa carrera sindical que lo catapultó a las altas esferas del poder.

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Del milagro económico al Lava Jato. En 2003 el ex sindicalista metalúrgico se convirtió en el primer jefe de Estado de origen trabajador en doscientos años de historia de Brasil. En sus ocho años de gestión, este hábil negociador fue reconocido a nivel internacional como el autor del “milagro económico” que incluyó mejoras en los principales indicadores socioeconómicos. No obstante, la extraordinaria carrera del “hombre más popular de la Tierra”, según lo definió Barack Obama, se vio ensombrecida por los escándalos de corrupción Mensalao y Lava Jato. Más allá del presunto lawfare y del repudio a su figura, Lula mantuvo su influencia en la política brasileña y se sobrepuso a numerosas tragedias personales.

El poder económico lo conoce. Muchos lo acusan de revolucionario, pero su carácter está marcado por el pragmatismo. En el clima de alta tensión marcado por la escalada de violencia política, este “joven de 76 años” parecería ser el menor mal. Con un 50% de intención de voto, el “pernambuquinho”, tal como lo define Janja, se prepara para su hazaña: superar a Bolsonaro en primera vuelta y comenzar a reconstruir la democracia brasileña.

 

Contra la “izquierda podrida”

Corría el año 2018 y Brasil estaba convulsionado por la inseguridad, la crisis económica y los escándalos de corrupción que produjeron un quiebre entre la ciudadanía y la política. El momentum fue capitalizado por Jair Bolsonaro, un excéntrico diputado que se presentó como la opción “antisistema” que terminaría con “la izquierda podrida”. Este hombre de ojos azules y de estilo relajado sedujo a una buena parte del electorado brasileño a pesar de sus declaraciones racistas, misóginas y homofóbicas. Con el apoyo del lobby de las armas, del agronegocio y del vasto electorado evangélico, el ex-capitán del Ejército emprendió su gestión de tinte neoliberal que estuvo marcada por una confluencia de crisis y ataques a la institucionalidad. El mesías Bolsonaro. Jair Messias nació en 1955 en Glicério, un pequeño pueblo en el interior de San Pablo, en el seno de una familia religiosa de origen italiano. En 1988 abandonó su carrera militar salpicada de hechos de insubordinación y se volcó a la política. Fue diputado federal durante 27 años en Brasilia, donde conoció a su tercera esposa Michelle, una ferviente evangelista de gran oratoria, hasta que en 2018 se postuló a cosechar el voto castigo del popular Partido de los Trabajadores.
“Los brasileños clamaban por cambios. No podíamos seguir flirteando con el socialismo, el comunismo, el populismo o el extremismo de la izquierda”, definió Jair Bolsonaro tras ganar la segunda vuelta con el 55% de los votos. La gripecita, el talón de Aquiles. Luego de casi cuatro años en el poder, el presidente “antipolítico” logró mantener su base electoral a pesar del rechazo por su gestión económica y ambiental. No obstante, el principal motivo de la caída de su imagen fue por su negacionismo de la pandemia de coronavirus, que arrasó con la vida de 680 mil brasileños. “El presidente Bolsonaro me decepcionó porque no permitió comprar vacunas a tiempo”, comentó días antes de los comicios una camarera paulista que esta vez no votará por el líder del Partido Liberal. Una batalla entre el bien y el mal. El jefe de Estado que defiende de la “familia tradicional” y la dictadura militar estuvo involucrado en numerosos escándalos que incluyen haber nombrado más de seis mil militares en cargos de la administración pública o políticas de tinte populista como el Auxilio Brasil. Además, junto a sus hijos mayores es sujeto de varias investigaciones judiciales en manos de su “enemigo”, el juez Alexandre de Moraes. “Solo Dios me puede sacar del poder”, exclamó Bolsonaro ante una multitud que lo vitoreaba en la icónica avenida Paulista. Entre los delitos figura el de “desinformación” por sus denuncias (sin pruebas) respecto al “posible fraude” del voto electrónico, que podría llevarlo a desconocer un resultado electoral desfavorable el próximo domingo.