Si Alberto Fernández asumiera hoy mismo en la Argentina, las fuerzas del “campo nacional y popular” de América Latina pasarían a gobernar cerca del 40% del PBI total de la región. Las chances presidenciales de Fernández suman a un reparto geopolítico en el que el “progresismo” regional podría empezar a reponerse de los dos tremendos golpes que sufrió en los últimos años: el derrape del chavismo en Venezuela y el ascenso de Jair Bolsonaro en Brasil.
El triunfo del candidato peronista en las PASO disgustó por igual a Bolsonaro y a Diosdado Cabello, número dos del gobierno de Nicolás Maduro. “Delincuentes de izquierda comenzaron a volver al poder en la Argentina”, declaró el presidente brasileño. “Ojalá que (Fernández) no vaya a creer que lo están eligiendo porque es él: ahí hay un pueblo que dice ‘no’ al neoliberalismo”, declaró Cabello.
Pero más sintomáticos fueron aún los comentarios que siguieron de ambos. “La banda de Cristina Kirchner, que es la misma de Rousseff, Maduro, Chávez y Castro, dio una señal de vida”, agregó Bolsonaro. “El único que entendió a la Argentina fue Néstor Kirchner, quien se ganó el corazón de los revolucionarios del continente −agregó Cabello−. Otros llegan ahí y se olvidan de que solos no podrían jamás. Aquí solo podemos contra el imperio si nos mantenemos unidos, de la Patagonia al Río Grande”.
Con intenciones opuestas, los dos le pasaron factura a Alberto Fernández por un ciclo político ya terminado: el del “no” al ALCA. Bolsonaro hace un juego de asociación entre CFK y aquella vieja sociedad regional en la que el chavismo era parte constitutiva. Da por asumido que un gobierno de Fernández sería pro Maduro. Cabello hace un juego de asociación entre Néstor Kirchner y la “unidad latinoamericana”: un eufemismo para reclamarle a Fernández que no le suelte la mano al gobierno de Maduro.
El “problema venezolano” condensa una de las grandes preguntas para Alberto Fernández en materia de política exterior: ¿hay condiciones propicias en América Latina para el reacomodamiento de una “izquierda” regional reinventada?
“Los vientos internacionales hoy aparecen más favorables para la izquierda −dice a PERFIL el politólogo Patricio Navia, profesor de la New York University y de la Universidad Diego Portales−. Donald Trump se convirtió en el aliado inesperado de la izquierda latinoamericana proteccionista. En un contexto en que Estados Unidos promueve barreras comerciales, el discurso proglobalización y a favor del libre mercado de la derecha no tiene mucha cabida. La izquierda, en cambio, con un discurso que da un rol prominente al Estado, parece mejor preparada. Si el gran defensor del capitalismo libremercadista se hace ahora más proteccionista, el discurso a favor del desarrollo hacia adentro de la izquierda en América Latina vuelve a cobrar fuerza”.
En términos del peso de cada país en el PBI total regional, un gobierno de Fernández reequilibraría la balanza entre gobiernos “progresistas” y “conservadores”. Dos de las tres potencias latinoamericanas, México y Argentina, quedarían bajo la gestión de gobiernos “progresistas”. En Bolivia, es probable que Evo Morales obtenga su reelección en octubre. En Uruguay, el Frente Amplio la tiene más difícil, aunque llegará con chances al ballotage. Uruguay tiene peso económico pequeño, pero gran importancia simbólica: desde hace años es una especie de “reserva moral” de la progresía regional, con una dirigencia política sin manchas graves en el historial.
A la inversa, la permanencia ilegal de Maduro en el poder mantiene a Venezuela y su petróleo en la cuenta económica del “progresismo”, pero le resulta un lastre enorme en términos político-diplomáticos.
Los gobiernos de Perú y Ecuador son difíciles de encasillar. Martín Vizcarra es presidente casi por azar, no tiene partido y se guía más por encuestas de opinión que por presupuestos ideológicos. Le gusta presentarse a sí mismo como un tecnócrata. Lenín Moreno rompió con Rafael Correa, entregó a Julian Assange y con sus medidas posteriores dio pie a que el “progresismo” regional lo acusara de traidor. Sin embargo, su perfil político es algo más complejo. “Pese a que numerosos analistas hablan de un ‘giro a la derecha’, la administración Correa ya había hecho un ajuste fiscal y había concesionado pozos petroleros a transnacionales −escribió el historiador Pablo Ospina Peralta, investigador del Instituto de Estudios Ecuatorianos, en un reciente artículo en la revista Nueva Sociedad−. Moreno profundizó ese modelo, aún cuando en otras áreas viró hacia políticas más progresistas”.
En la otra calle, los líderes de “derecha” atraviesan climas políticos hostiles en sus respectivos países para imponer sus agendas de reformas económicas. Bolsonaro en Brasil, Iván Duque en Colombia, Sebastián Piñera en Chile y ni qué hablar de Mario Abdo Benítez en Paraguay, quien estuvo al borde del juicio político: todos chocan con la evidencia de que el giro a la derecha en América Latina nunca terminó de hacer callo.
¿Cómo puede rearmarse, entonces, el “campo nacional y popular” latinoamericano? ¿Cómo levantarse después de un ciclo agotado? ¿Qué perfil le convendría adoptar a un eje regional “progresista”?
Si los turbulentos primeros ocho meses que tuvo Andrés Manuel López Obrador en México prefiguran que tampoco la “izquierda” encontrará la vaca atada, el despliegue de Evo Morales desde Bolivia señala un camino posible para sus potenciales socios “progresistas” en materia de política exterior. En plena campaña, el presidente boliviano hace gala de su pragmatismo económico y financiero, toma progresivamente distancia de Nicolás Maduro y camina sobre una cierta desideologización de las relaciones internacionales. “Me sonrió”, comentó satisfecho Bolsonaro luego de que se encontraran durante la última cumbre del Mercosur.
Morales no es el único que percibe la radiactividad política de Maduro. Los gobiernos de Uruguay y México también se mueven con extrema cautela frente a la "cuestión venezolana”. En la Argentina, Fernández ha dado indicios de que iría por el mismo camino.
Si Venezuela es una lepra para los líderes “progresistas” de la región, Luiz Inácio Lula da Silva es un tótem al que seguirán rindiendo culto. El reclamo de liberación de Lula aparece hoy como una bandera innegociable para ellos. La caída en prisión del ex presidente brasileño no solo fue el punto más dramático del final del ciclo del “no” al ALCA: también es la piedra de toque del fenómeno Bolsonaro, la mayor angustia del “progresismo” en América Latina desde el final de las dictaduras militares.