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El flagelo de la polarización, del Capitolio al Planalto

Especialistas analizan las evidentes similitudes, pero también las importantes diferencias, entre el ataque al Capitolio de Washington, lanzado por trumpistas el 6 de enero de 2021, y la irrupción de una horda de bolsonaristas en las sedes de los tres poderes en Brasilia, dos días y dos años después. El problema no es la división de partidos, sino que uno no reconozca la legitimidad del otro. La sociedad, advierten, se fue constituyendo en “trincheras”, en la que los ciudadanos solo interactúan con otros que piensan lo mismo. Un fenómeno agudizado por las redes sociales y sus algoritmos.

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De Washington a Brasilia. Los manifestantes trumpistas en la capital de Estados Unidos se niegan a aceptar la victoria de Biden. Los bolsonaristas en Brasil, reclamando la caída de Lula da Silva. | afp

Brasil dominó la agenda periodística esta semana después de que seguidores del ex presidente Jair Bolsonaro invadieran el Congreso, la Corte Suprema, y las oficinas presidenciales, en Brasilia, en rechazo al nuevo gobierno encabezado por Luiz Inácio “Lula” da Silva. Al igual que el ataque de terrorismo doméstico que trumpistas produjeran dos años atrás contra el Capitolio de Washington, el vandalismo brasileño ilustró el flagelo que sufren muchos países democráticos hoy en día: el incremento de la polarización política de sus sociedades. 

“Déjeme decir que en nuestro sistema el partidismo es importante”, explica Thomas Mann, doctorado en ciencia política de la Universidad de Michigan y becario senior en estudios de gobernanza en la Institución Brookings. “El problema es cuando uno de esos partidos no acepta la legitimidad del otro”. 

Esto es un problema compartido por ambos gobiernos. El 22 de noviembre del año pasado, Bolsonaro impugnó los resultados de las elecciones, citando defectos en las máquinas de la votación electrónica. Lo mismo había hecho Donald Trump con el escrutinio de la elección de 2020, sembrando con sus dudas la semilla del ataque al edificio del Congreso, a través de un recordado tuit del 18 de diciembre del 2020: “Estadísticamente imposible que haya perdido la elección del 2020. Gran protesta en D.C. el 6 de enero. Esté ahí, será salvaje”. 

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Liderazgos. “Obviamente, hay claras similitudes en los movimientos conservadores dirigidos por Trump y Bolsonaro”, apunta Mauro Porto, profesor asociado del departamento de comunicación de la Universidad de Tulane. Porto, quien estudia el papel de los medios brasileños en el incremento del Partido Conservador en Brasil, subraya también diferencias claves. 

Según Porto, aunque Bolsonaro y Trump hayan esparcido rumores de fraude electoral y utilizado tácticas parecidas para movilizar a sus seguidores, sus posiciones en sus partidos respectivos después de las insurrecciones son muy diferentes. Porto ve a Bolsonaro muy debilitado ante sus seguidores, considerando que se “exilió” en la Florida. 

“Este ataque ocurrió sin el liderazgo de Bolsonaro. Y, aunque todavía falta ver hasta qué punto, su influencia personal en Brasil se debilitará y ya no tendrá el mismo nivel de control sobre el movimiento conservador que considera Trump en los Estados Unidos,” dijo Porto.

Más allá de sus líderes notorios, la configuración actual de los dos partidos son muy distintas. Porto indica que la agenda actual del Partido Conservador en Brasil empezó a formarse durante los dos primeros períodos legislativos de Lula de Silva, desde el 2003 al 2010. Debido a las políticas sociales de Lula, hubo una significante disminución de pobreza que llevó a muchos brasileños marginalizados a ocupar espacios sociales previamente dominados por miembros de la clase media blanca, lo cual generó mucho resentimiento hacia el Partido de los Trabajadores. Según Porto, esto fue clave para provocar  las manifestaciones de conservadores en el 2003, las demandas de destitución de Dilma Rousseff en el 2015 y 2016, y luego la elección de Bolsonaro en el 2018. 

“Lo que pasó el 8 de enero en Brasilia no es sorprendente, porque la pulsión conservadora que se agitaba en el movimiento a favor de la destitución de Dilma era claramente autoritaria. Así que no estoy sorprendido de que un movimiento como el bolsonarismo culminara con un atento autoritario de rechazar los resultados de elecciones y promover la violenta ascensión al poder”.

Mann, que ha escrito sobre el extremismo en el sistema constitucional estadounidense, dice que el incremento de la polarización entre Republicanos y Demócratas fue un proceso que tomo décadas, citando ejemplos como el movimiento de los derechos civiles, el New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt y la presidencia de Ronald Reagan. 

“Lo que ocurrió fue una categorización en nuestra política, donde la gente se sintió cada vez más atraída a un conjunto de valores que a determinadas políticas”, explica. 

Esto generó una geografía de trincheras, personas con ideas parecidas en sus estados, ciudades y barrios. “Es algo llamado polarización afectiva, que no se basa en temas, sino en identidad”.

Redes. Aunque ambos movimientos tenían raíces en actualidades históricas, otra herramienta moderna, según expertos, ayudó a incubar el extremismo que derivó en los dos ataques de terrorismo doméstico: las redes sociales. 

“Yo creo que es muy claro, especialmente en el caso de Brasil, grupos de WhatsApp y de Facebook tuvieron un papel central en la organización y la diseminación de información relacionada con ésta”, opino Rachel Mourão, profesora asociada en el departamento de periodismo en la universidad de Michigan State. 

“Es evidente que es en las redes sociales donde estas cosas se organizan, y tienen un ecosistema de medios alternativos. En el caso de Brasil, con grupos de WhatsApp que comparten información, otros usuarios pueden controlar el consumo de medios de otras personas”.

“La Justicia Electoral tiene un equipo que monitorea muy de cerca esto de los sitios digitales que están difundiendo las noticias falsas en Brasil. Esto es un área de mayor preocupación”, afirma Porto.  

El especialista advierte que la dinámica del discurso público moldeado por las reglas y algoritmos de las redes es un problema de todas las sociedades contemporáneas y recuerda que gran parte de nuestros debates públicos son gobernados por medios privados, que no necesariamente tienen como prioridad los intereses del público. 

Para Porto, “no podemos esperar que la autorregulación de los medios mejore necesariamente la situación y considerar formas democráticas de regulación, que fortalezcan la esfera pública y prevengan el uso de las redes para objetivos antidemocráticos”.