La elección de León XIV como nombre de papa del estadounidense-peruano Robert Francis Prevost no es anecdótica, sino que arroja luz sobre la “marca social” que pretende dar a su pontificado, según aseguran los expertos.
Una vez elegido, un papa tiene poco tiempo para escoger su nombre antes de ser presentado al público desde el balcón de la basílica de San Pedro en el Vaticano. Su decisión refleja generalmente la admiración por un soberano pontífice anterior, la voluntad de marcar una continuidad o, por el contrario, una ruptura.
El nombre es a menudo “la primera señal que un nuevo papa da sobre la marca que pretende dar a su pontificado”, explica el vaticanista John Allen en un libro sobre los cónclaves. Aquí el mensaje es claro: la elección es por León XIII, el último soberano pontífice en llevar este nombre entre 1878 y 1903.
La herencia de León XIII. Este pontífice denunció en una encíclica “la concentración, entre manos de unos pocos, de la industria y el comercio que imponen así un yugo casi servil a la infinita multitud de proletarios”.
Es “el papa de la enseñanza social, con su encíclica de 1891 Rerum novarum que puede traducirse como ‘Las grandes innovaciones’, ahí hay una marca social evidente”, confirma a AFP François Mabille, director del Observatorio Geopolítico de la Religión. “En esa época, en 1891, la cuestión era la de la justicia social, la cuestión obrera”, recuerda.
Entre líneas, el nuevo papa deja entrever que con la elección de su nombre “la temática va a ser retomada, tanto en relación con las derivas de la globalización, como también en relación con desafíos sociales más amplios, como por ejemplo la inteligencia artificial”, estima Mabille.
Esta dimensión social también puede interpretarse como un homenaje a su predecesor argentino, Jorge Bergoglio, quien sorprendió en 2013 al ser el primero en llamarse Francisco.
El primer papa latinoamericano escogió ese nombre en homenaje al defensor de los pobres del siglo XIII, Francisco de Asís, mientras que las casas de apuestas habían apostado por... ¡León!
En la historia milenaria del papado, la elección de León no es, sin embargo, revolucionaria ya que figura en lo alto del podio de los nombres más utilizados después de Juan, Benedicto, Gregorio, Clemente e Inocencio.
Los cambios de nombres. Aunque en teoría los papas pueden adoptar su nombre de bautismo, los cambios comenzaron en el año 533 con Juan II, quien no quiso mantener su nombre, Mercurio, por ser el de un dios romano y pagano.
El último en mantener su nombre fue el papa Adriano VI en el siglo XVI.
En los últimos tiempos, la principal razón invocada para la elección del nombre era la admiración por anteriores papas, con excepción de Pedro, el nombre del fundador de la Iglesia y considerado tabú.
En 2005, el alemán Joseph Ratzinger adoptó Benedicto XVI por devoción a Benedicto XV, el papa de la paz durante la Primera Guerra Mundial.
Veintisiete años antes, el polaco Karol Wojtyla eligió Juan Pablo II como tributo a Juan Pablo I, su antecesor, fallecido poco antes tras solo 33 días de pontificado, y en medio de sospechas.
Este último, el italiano Albino Luciani, fue el primero en tomar un nombre compuesto, para homenajear de esa manera tanto el legado de Juan XXIII como el de Pablo VI.
Algunos nombres tienen ahora connotaciones negativas. Uno de ellos es Pío, por el papa Pío XII, a quien algunos historiadores acusan de haber mantenido un silencio cómplice sobre el Holocausto de los judíos perpetrado por la Alemania nazi. Pero hay otros nombres menos habituales como Simplicio o Zacarías.