Jair Bolsonaro no suele pronunciar discursos categóricos, y mucho menos incisivos. Pero este jueves, en la cumbre presidencial del Mercosur, lució animoso y hasta se diría que no erró ni en el tono ni en las palabras; apenas se equivocó una vez. Del otro lado Alberto Fernández, fiel a su estilo, cuidó de evitar inflexiones de la voz. El brasileño fue a la pelea, desmintiendo la intención contemporizadora que dejó entrever en un desafío final: “Con Argentina no tenemos rivalidades, salvo en el fútbol” dijo. Y luego riendo, atizó a su colega porteño: “Les vamos a ganar 5 a 0”. Se refería, como es obvio, al partido de este sábado en el Maracaná, en la ciudad de Río de Janeiro.
Como es de práctica en el bloque, el discurso de apertura de la cumbre dio preminencia a Alberto Fernández, quien había detentado en el primer semestre del año la presidencia del mercado común. Como no podía ser de otro modo, subrayó varias veces que el bloque impone a sus cuatro miembros, es decir también a Uruguay y Paraguay, que resuelvan cualquier medida a adoptar por “consenso”. Una colega carioca llegó a contar las veces que Alberto repitió esa palabra: “Fueron 8” comentó.
Pero no hay nada que cuestionar de esa reiteración. Significa recordarle, a los otros tres socios, que en ese “club regional” las políticas a ser trazadas, o modificadas, requieren el acuerdo de todos. Tanto énfasis en el asunto venía a cuento de una actitud asumida, un día antes, por el presidente uruguayo Luis Lacalle Pou. El joven mandatario accedió, hasta ahora, a las cumbres semestrales por la vía del zoom. Y no pudo, entonces, disponer de la rica experiencia en aquellos encuentros presenciales, donde se ven cara a cara no sólo los presidentes sino también los ministros y los funcionarios técnicos.
Lo cierto es que la diplomacia charrúa cometió una gafe. El miércoles, en la cita del Grupo del Mercado Común, que une a ministros de economía y cancilleres, informó que Uruguay había decidido tomar rumbos propios y se iría a asociar con otros países de afuera de la región sin esperar a sus otros tres aliados; pero igual se mantendría en el Mercosur. Al uruguayo Lacalle Pou, Alberto Fernández le recordó que el Mercosur funciona, en ese sentido, como la Unión Europea: las normas protocolizadas deben ser cumplidas. Y si algún país quiere manejarse al margen de ese cuerpo legal, perderá el estatus de socio pleno como ocurrió con Inglaterra en el “Brexit”, lo que supone “costos y disturbios”.
"El Mercosur fue una trampa para Brasil" dijo el ministro Paulo Guedes
Pero si Montevideo quería tumbar una pieza del tablero en forma intempestiva, al pretender celebrar sus propias alianzas con otras naciones, la postura de Brasilia esta vez fue distinta: no respaldó el anuncio uruguayo, por carecer “de efectos prácticos y jurídicos”. Y en cambio decidió “batallar” por sus proyectos. Para la diplomacia brasileña, ahora se trata de otro asunto: reducir rápidamente el arancel externo común (AEC), lo que le facilitaría a Brasil ingresar en lo que se denominan las “cadenas globales de producción”, que fue uno de los ejes centrales del proyecto del ministro Paulo Guedes.
“Al mantenernos cerrados, Brasil se perjudicó” sostuvo el ministro en una conferencia, en junio último. Y añadió: “El Mercosur fue una trampa para Brasil al impedir que nuestro país se integrara a las cadenas mundiales de valor”. Si como afirma el funcionario, la economía brasileña “permaneció cerrada por muchos años”, la salida que propone: reducir el impuesto aduanero y “aumentar el grado de integración” con el mundo, carece no sólo de consenso regional sino incluso doméstico.
El tamaño de las divergencias en el Mercosur
Bolsonaro no dejó lugar a dudas sobre el proyecto. Primero criticó la conducción argentina del Mercosur, desde fines de diciembre: “El semestre que terminó no respondió a las expectativas y necesidades de la modernización del bloque. Debíamos haber presentado resultados concretos en los dos temas que más movilizan nuestros esfuerzos: la revisión del arancel externo común y la adopción de flexibilidades para negociar acuerdos comerciales con socios externos”. Ambos asuntos son el corazón de las divergencias entre Brasil y Argentina.
El presidente fue entonces directo al punto que le interesaba: “No queremos dejar que el Mercosur sea visto, como hasta ahora, como sinónimo de ineficiencia y desperdicio de oportunidades. El foco de Brasil (a partir de ahora) va a ser el privilegio a los temas de la modernización de la agenda económica del bloque”.
En declaraciones al diario Globo, el embajador Pedro Miguel da Costa e Silva, secretario de Negociaciones Bilaterales y Regionales de Itamaraty, admitió que, en este segundo semestre del año ya en el ejercicio de la presidencia pro témpore, Brasil dará prioridad “a un entendimiento sobre la reducción de las alícuotas del Arancel Externo Común”. El diplomático advirtió que son conscientes de las diferencias con Buenos Aires, “pero el objetivo es construir una agenda positiva”.
Sucede que las “divergencias” no separan solamente a los gobiernos de Brasil y Argentina. El desajuste que impregna las respectivas posturas tiene también un componente en la política interna brasileña. Un comunicado conjunto de la Confederación Nacional de la Industria (CNI) y de varios sindicatos de obreros brasileños, alertó hace dos semanas contra el proyecto que mueve a Guedes y por consiguiente a Bolsonaro: “La posición del gobierno brasileño sobre la apertura comercial no está acompañado por un proyecto claro; no hubo consultas consistentes con los segmentos industriales ni evaluaciones del impacto”. Pidieron en consecuencia que el Mercosur suspenda el tratamiento de semejantes medidas. Las entidades juzgan que la opción reclamada por Brasilia, sólo “reforzará la trayectoria de desindustrialización” que sufre el país.
*Autora de Brasil 7 días. Desde San Pablo, Brasil.