Mauricio Macri se congratuló esta semana por la comunicación telefónica que mantuvo con Donald Trump, un privilegio al que accedieron unos pocos mandatarios luego de las elecciones en los Estados Unidos. El gobierno argentino logró el contacto directo con el futuro presidente estadounidense porque golpeó la puerta correcta: en las gestiones intervino el yerno de Trump, Jared Kushner, señalado por la prensa de su país como uno de los hombres de mayor confianza del magnate y como su operador político predilecto.
La canciller Susana Malcorra habló con Kushner por sugerencia de asesores de Trump con los que había dialogado durante la campaña. Kushner pautó con Malcorra el horario y número telefónico para el llamado entre Macri y Trump, según dijeron fuentes de la Cancillería a PERFIL. Funcionarios de la Casa Rosada al tanto de las tratativas también aludieron a gestiones previas de José Torello, jefe de asesores de Presidencia y amigo íntimo de Macri, a través de Eric Trump, hijo del electo presidente estadounidense. Sin embargo, la intervención de Kushner fue la que pesó para concretar el contacto.
El sitio Político describió ayer al marido de Ivanka Trump como “la persona más poderosa después del propio Trump” en su equipo de transición. Se especula con que el joven empresario podría ocupar un cargo de relevancia en el futuro gobierno, tal vez sin cobrar dinero para no violar las leyes contra el nepotismo.
Yerno y suegro vienen del mismo microclima social: al igual que Trump, Kushner pertenece a una de las familias más ricas e influyentes de Nueva York, poseedora de un imperio inmobiliario del que Jared se hizo cargo a los 27 años. Su abuelo Joseph llegó a los Estados Unidos en 1949, escapando del Holocausto, y sentó las bases de la empresa familiar en New Jersey. El “boom” de la constructora Kushner Companies llegó con el padre de Jared, Charles Kushner, quien fue un activo benefactor de los demócratas.
Jared saltó a las grandes ligas obligado por la caída en desgracia de su padre: en 2005, Charles fue condenado a dos años de cárcel por evasión fiscal, donaciones ilegales en campañas y extorsión a un testigo: el marido de su hermana, a quien Kushner padre filmó manteniendo relaciones sexuales con una prostituta, cuyos servicios él mismo había pagado.
La irrupción de Jared en el mercado no pasó desapercibida: en 2006, compró una torre en la Quinta Avenida por 1.800 millones de dólares, una cifra que sigue siendo récord. Un año antes, había adquirido el diario The New York Observer, un medio de nicho pensado para la elite de los negocios en Manhattan.
En 2009, Jared se casó con su novia, Ivanka, quien se convirtió al judaísmo para satisfacer el deseo de Kushner de una boda ortodoxa. A partir de entonces, el ascenso de Jared en el círculo íntimo de Trump fue imparable. Un perfil de la revista Vanity Fair, titulado “Cómo Jared Kushner se convirtió en el ‘mini-me’ de Trump”, lo pintó como el “jefe de facto” de la campaña presidencial: desplazó asesores que no eran de su paladar, comandó la estrategia digital, contribuyó a la redacción de los discursos de su suegro y operó para Trump dentro y fuera de los Estados Unidos. Entre otras cosas, trabajó durante cinco meses para que el magnate visitara en México a Enrique Peña Nieto, uno de los tres presidentes latinoamericanos que lograron contacto directo con Trump. Otro fue Macri.