Los papas santificados cumplieron un papel clave en la historia de la institución y fueron punto de referencia mundial, hecho que asumieron de modo decidido y evidente durante sus respectivos pontificados. Francisco los canoniza juntos considerando su peso histórico y revalorizando el Concilio Vaticano II impulsado por Juan XXIII, hecho renovó a la Iglesia Católica.
JUAN XXIII, el “papa bueno”: amante de la comida. De familia campesina, Juan XXIII, el italiano Angelo Giuseppe Roncalli, nació en Sotto il Monte, provincia de Bérgamo, el 25 de noviembre de 1881, y era un anciano con muchos achaques, producto de su obesidad, cuando fue electo como sucesor de Pío XII, en 1958. Pero a pesar de su breve pontificado, sentó las bases para la renovación de la Iglesia al convocar, el 25 de enero de 1959, el Concilio Vaticano II, que concluyó Pablo VI, cambió la Iglesia en su interior y en sus relaciones con las otras religiones y confesiones.
Tres años más tarde, ante 2.540 obispos de todo el mundo, Juan abrió el Concilio, al que asistió el joven teólogo alemán Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), quien lo beatificó en 2011. El Vaticano II reformó la liturgia, cuyo cambio más visible fue el de adaptarla a las lenguas vernáculas y el que los sacerdotes oficiasen de cara a los fieles sin darles la espalda, y dio un mayor papel a los laicos.
Bonachón y acomplejado, el papa Roncalli fue un gran amante de la buena mesa y el vino y terminaría convertido en uno de los papas más entrados en kilos que ha tenido la Iglesia. Se cuenta que detestaba subir a la tradicional silla gestatoria, ya que le preocupaba caerse por tanto peso. Cuando lo eligieron Papa, no le entraron los tres talles que prepararon los sastres para los hábitos pontificios. “Todos me quieren mucho aquí, menos los sastres”, bromeó mientras se encaminaba al anuncio de su elección en el balcón de San Pedro. Habían tenido que descoserle la sotana blanca e hilvanársela de emergencia, agregando algunos alfileres.
Para algunos, Juan XXIII fue demasiado conciliador con las izquierdas, hasta filocomunista, y no faltan quienes dicen que fue “bueno pero no santo”. En febrero de 2000, además, los lefevrianos tomaron posición en contra de su beatificación afirmando que había hecho “un pacto con el Kremlin” para tener observadores ortodoxos en el Concilio. Según expertos, la decisión de Francisco de canonizar a Juan XXIII sin milagros en su haber es una prerrogativa del jefe de la Iglesia Católica, queriendo valorar el ejemplo del “papa bueno”, autor de la encíclica Pacem in terris y evitar al mismo tiempo el culto a la personalidad que genera el polaco Karol Wojtyla.
Cuando el cardenal Jorge Bergoglio casi se convierte en papa en 2005, dijo a un confidente que, de haber sido elegido, habría tomado el nombre del pontífice que más admiraba: Juan, por el Papa Bueno. “Francisco es un papa 'roncallino'”, dijo Alberto Melloni, biógrafo de Juan XXIII: “Vemos el fruto del concilio hoy día en el papa Francisco”. Afable, corpulento, con grandes orejas, mirada cálida, sonrisa amable y un excelente sentido del humor, la personalidad de Juan suena similar a lo que se diría de Francisco.
Wojtyla, un papado entre atentados y una iglesia en decadencia. Tras la muerte de Pablo VI y el breve pontificado de Juan Pablo I, le tocó a Juan Pablo II tomar las riendas de la Iglesia durante 27 años de pontificado, aunque muchos analistas sostienen que se produjo un retroceso en la modernización de la curia. Elegido en octubre de 1978, Karol Wojtyla fue el Papa que sufrió el mayor número de atentados: episodios verdaderos, amenazas reales o de mitómanos.
El 16 de febrero de 1981, en Pakistán un hombre murió por la explosión de una bomba al ingreso del estadio de Karachi mientras Juan Pablo II era recibido por miles de personas. Según la reconstrucción de la época, el hombre tenía en una canasta una bomba rudimentaria que estaba destinada al papa polaco. Ese año, el 13 de mayo, se produjo el ataque más resonante, cuando fue blanco de cuatro disparos del turco Mehmet Ali Agca, mientras pasaba por la Plaza San Pedro mientras saludaba a la multitud. Agca hirió gravemente al papa: dos de las balas le dieron en el estómago y las otras dos en un brazo y en la mano.
Juan Pablo II estuvo a punto de morir desangrado. Fue operado del intestino y de una mano. Tras recuperarse, perdonó públicamente a su atacante, a quien visitó en la cárcel el 27 de diciembre de 1983. "Quería absolutamente matar al Papa y quería morir en la Plaza San Pedro, por suicidio o linchamiento. Luego de varios años entendí, vi con pruebas personales indiscutibles que el 13 de mayo de 1981 Dios realizó un milagro en la Plaza San Pedro", destacó el autor del atentado en una entrevista a la agencia Ansa.
“Estoy felicísimo de haber estado en el centro de un plan divino que me costó 30 años infernales en prisión”, agrega Agca, quien durante la entrevista no se mostró “arrepentido”. “Nada quedó humanamente en secreto sobre mi atentado al Papa. El verdadero sentido religioso de mi atentado y el misterio de la Virgen de Fátima necesitan aún explicaciones. Yo tengo la certeza absoluta que fue Dios el sistema divino en llevarme a la Plaza San Pedro, y no Satanás y sus demonios, como otros creen en el Vaticano”.
El 12 de mayo de 1982, el Papa terminaba una procesión en la explanada del santuario de Fátima, adonde se había trasladado para agradecer a la Virgen tras haberse salvado un año antes de la muerte. A pocos pasos de allí fue detenido un español de 32 años, José Rodríguez Krone, conocido en los ambientes del obispo tradicionalista Marcel Lefebvre. Dos años después, en Seúl, un estudiante le apuntó con una pistola, pero luego tiro el arma al piso, rompiéndose a pedazos porque era de plástico. El 15 de mayo de 1988 durante la visita a Perú, cuatro bombas explotaron en varias zonas de Lima, aunque no hubo víctimas. Las autoridades afirmaron que los artefactos habían sido instalados por Sendero Luminoso.
Si bien es considerado una figura clave que ayudó a poner fin a la Guerra Fría, los críticos aseguran que la canonización de Juan Pablo II -que establece un récord en las canonizaciones en tiempos modernos apenas nueve años después del fallecimiento- es demasiado pronta y consideran que el papa polaco tuvo una lenta reacción ante la grave crisis de abusos sexuales que surgió en la Iglesia hacia el final de su pontificado que minaron la autoridad moral de los líderes de la Iglesia.
Específicamente, se presiona al Vaticano argumentando que Juan Pablo II sabía sobre el abuso sexual cometido por el padre mexicano Marcial Maciel, fundador de un desacreditada orden religiosa católica denominada los “Legionarios de Cristo,” que durante años vivió una doble vida como pedófilo, mujeriego y adicto a las drogas mientras dirigía la orden conservadora que fundó. Mientras unos acusan a Wojtyla de apoyar y poner como ejemplo a ese líder religioso, sus defensores afirman que mientras que sus colaboradores habrían sabido que las acusaciones eran ciertas, ocultaron mucha información al Papa.
En 1997, un grupo de ocho ex Legionarios de Cristo acusaron de abuso sexual a Maciel, en una carta enviada a Juan Pablo II que dio lugar a una denuncia canónica al año siguiente. Fueron un "kilo y medio de documentos, en su mayor parte notariados", contó José Barba, uno de los jóvenes seminaristas que sufrieron los atroces abusos de Maciel y que asegura no haber recibido "ninguna respuesta pública" del Vaticano pese a haber expuesto su caso a altos dirigentes.Para Barba, un filólogo humanista de 75 años, la canonización es el "epítome del encubrimiento", pues refleja "un interés enorme en que se acabe el asunto, en echar tierra por encima de Maciel".
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(*) Especial para Perfil.com