Los hombres de Estado no tienen en general, el privilegio de escoger cuándo pueden servir a su país, o el de elegir cuáles serán los desafíos a enfrentar. Esta reflexión del exsecretario de Estado Henry Kissinger, toma suma relevancia al enfocarnos en los dilemas internos y externos que enfrenta el actual canciller alemán Olaf Scholz. En efecto, a este político del Partido Social-Demócrata (PSD), le ha tocado liderar su país en el momento de la invasión rusa de Ucrania y a lo largo del conflicto, que no parece hoy tener un final previsible. Para encarar este formidable reto, Scholz ha debido enfrentar complejos escenarios maniobrando en un contexto de alianzas internas y alianzas internacionales,
El primer dilema ha sido cómo encarrilar la coalición de gobierno entre tres partidos, y luego unificar sus puntos de vista en materia internacional después de la invasión rusa de Ucrania. En efecto, la coalición “Ampel” (semáforo) entre el Partido Social-Demócrata (PSD), el Liberal (FDP), y el Verde, representaba una pluralidad de puntos de vista al ser electa en diciembre del 2021. El PSD era la cuna de la “Ostpolitik”, la estrategia de acercarse y tener buenas relaciones con la antigua URSS y la actual Rusia, uno de los pilares de la política exterior alemana. El FDP era de orientación atlantista, es decir el de mantener una estrecha relación con EE.UU., otro pilar de la estrategia alemana, que ha garantizado su seguridad. A su vez el partido Verde tenía una orientación ambientalista y pacifista, pero con figuras como el excanciller Joschka Fischer, tenía experiencia en materia internacional, al haber gobernado en coalición con el PSD de Gerhard Schröder (1998-2005).
La necesidad de unificar posiciones en la coalición fue acelerada por la invasión rusa de Ucrania. Ésta dio lugar a que Olaf Scholf hablara en el Bundestag –Parlamento alemán– de un “Zeitenwende” (tiempo de cambio), que planteaba la necesidad de implementar profundas modificaciones en materia política, energética, económica y militar. Así, el PSD aplazaría en el tiempo su vocación de acercamiento a Rusia –hasta aprobando sanciones económicas a Moscú–, y la idea de construir una mayor autonomía estratégica con respecto a EE.UU. Por su parte, el partido Verde se vería forzado a permitir la extensión del uso de usinas nucleares –a las que se oponía–, para suplir las potenciales faltas de energía a causa de la decisión de Berlín de cortar el suministro de combustibles rusos. Evidentemente el FDP –con la ministra de Relaciones Exteriores Annalena Baerbock a la cabeza– no tendría inconvenientes en profundizar su enfoque atlantista en materia política, económica y militar.
Lógicamente, una serie de dilemas han surgido a nivel internacional con motivo de la invasión rusa de Ucrania. El canciller Scholz debe haber experimentado en carne propia lo escrito por Kissinger en cuanto a que la seguridad en el orden doméstico depende del poder preponderante de la autoridad, pero que la seguridad en el orden internacional depende de la balanza de poderes, y de su más cabal expresión: el equilibrio. Así, la primera consecuencia de la guerra ha sido re-evaluar una cuestión existencial: la seguridad y defensa de Alemania ante la amenaza rusa. Por ello, con respecto al conflicto en Ucrania, se ha alineado en forma plena con la visión de EE.UU., el histórico garante de su seguridad y del equilibrio de poder con Rusia. Así, ha atribuido el inicio de la guerra a la voluntad personal de Vladimir Putin, y de ninguna manera a la expansión de la OTAN hacia el Este, o a la intención norteamericana de incorporar Ucrania a la OTAN, que hasta la excanciller Angela Merkel cuestionó en su momento. A su vez, Berlín ha aumentado su gasto militar al 4% de su PBI, comprando gran parte de su nuevo material militar a EE.UU. Por otro lado, Alemania ha debido guardar un disciplinado silencio oficial con respecto al sabotaje de los gasoductos Nordstream, que evidentemente no beneficiaron ni a Alemania ni a Rusia, y donde se sospecha de una acción anglo-sajona. Así, el dilema del canciller Scholz es alinearse con EE.UU., pero sin parecer servil o subordinado.
Otro dilema ha sido cómo independizarse de Rusia en materia de suministro de combustibles, pero sin que el sistema económico alemán dejara de funcionar. En el caso del gas –la mitad provenía de Rusia–, ha debido instalar en forma urgente dos terminales flotantes de gas licuado natural en Wilhelmshaven –Mar del Norte– y en Lubmin –Mar Báltico–, con dos plantas adicionales en construcción. En cuanto a petróleo, Rusia proveía más de un tercio de su consumo, y Alemania decidió reemplazar este suministro con otros proveedores. Sin embargo, Berlín ha llegado a un acuerdo para importar petróleo de Kazajistán, que será transportado a través de oleoductos rusos. Por otra parte, como mencionamos, los planes aprobados por el gobierno de Merkel en cuanto a suspender el suministro de energía de sus usinas nucleares, han sido suspendidos, alargándose los plazos de su funcionamiento.
Un dilema mayúsculo para Scholz es cómo apoyar a Ucrania en su guerra con Rusia, pero evitando involucrar a Alemania o a la OTAN directamente en el conflicto. El apoyo de la OTAN a Ucrania en materia de armamentos es crítico para equilibrar fuerzas con Rusia en el corto plazo. Pero siguiendo los consejos del gran excanciller alemán Bismarck, y en base a las experiencias de la II Guerra Mundial, Alemania no quiere enfrentar militarmente a Rusia, y procura no cruzar nuevas líneas rojas señaladas por Moscú. Por eso sólo recientemente ha consentido en enviar catorce modernos tanques Leopard II y autorizar a otros países a que envíen este tipo de tanques –unos 66 adicionales– a Ucrania. A su vez, mientras EE.UU. ha enviado 46,6 mil millones de dólares en apoyo militar a Kiev, el Reino Unido 5,1, y la Unión Europea 3,3, Alemania y Polonia han enviado 2,5 mil millones. Berlín preferiría que el conflicto se limite a armas convencionales, y que no se extienda más allá de Ucrania. Pero, como otras naciones europeas, reflexiona sobre qué pasaría si Rusia, utiliza armas nucleares tácticas en suelo ucraniano –que no pertenece a la OTAN–, y qué respuesta debería dar ante esto esta organización. Por otro lado Scholz ha buscado el apoyo de Brasil –para proveer armas alemanas en sus depósitos a Ucrania–, y de India –tratando de cambiar su punto de vista más bien neutral con respecto a la guerra–, pero con escaso éxito.
Como se puede apreciar el canciller Scholz ha enfrentado y enfrenta complejos dilemas a nivel interno y externo, y seguramente ya ha comprendido lo escrito por Kissinger: la política exterior a menudo requiere decidir entre opciones imperfectas.
*Especialista en Relaciones Internacionales. Autor del libro Buscando Consensos al Fin del Mundo. Hacia una política exterior argentina con consensos (2015-2027).