La emergencia planetaria sin precedentes abierta en solo unas semanas por la expansión del coronavirus desde Wuhan (China) ha provocado reacciones desglobalizadoras, como el cierre generalizado de fronteras, que siembra grandes interrogantes sobre el futuro de un mundo tan interconectado en todos los sentidos como el que conocimos hasta ahora.
Al mismo tiempo, la crisis es de tal magnitud que ha terminado poniendo a Estados en la primera línea del frente de batalla. Naciones que hacen del capitalismo privado una base indiscutible de su organización social legitiman ahora una intervención económica estatal inédita.
En general, la crisis global desatada por el Covid-19 supone un desafío de gobernabilidad enorme que pone a prueba las instituciones y los grandes relatos políticos contemporáneos. A tres meses del comienzo del brote de la pandemia, el mundo ha cambiado drásticamente y demanda nuevas miradas.
Más allá de su impacto en cada país, el coronavirus puede arrojar algunas claves valiosas en el terreno de la política internacional:
◆ En primer lugar, un Estado proactivo es esencial en estas crisis. Ante amenazas como el coronavirus, el Estado sigue siendo el jugador central en el tablero internacional, muy por delante de las ONG o las multinacionales. Las medidas gubernamentales muestran el rol protagónico que siguen jugando los Estados en estos contextos: los resultados de aquellos más presentes en el manejo de la pandemia difieren mucho de otros menos resolutivos.
En muchos casos, el Estado reapareció con una fuerza sorprendente. En Estados Unidos, el paquete anunciado por Donald J. Trump supera al salvataje financiero de 2008 y los fondos de reactivación económica de 2009. Los estímulos de emergencia de España, Francia o Alemania, por separado, superan a los que la Unión Europea (UE) en su conjunto destinó a la resolución de la crisis comunitaria de 2008.
◆ Deben tomarse recaudos frente a la hiperglobalización actual. En un mercado mundial interdependiente sin adecuados controles, los “contagios” financieros, logísticos e informáticos son inevitables y traumáticos: no solo los países no pueden evitar verse afectados sino que, además, una vez heridos, las medidas que pueden tomar exceden el límite de lo que cualquier Estado, grande o pequeño, puede manejar.
◆ Frente a esta pandemia, los Estados no salieron únicamente al encuentro de los mercados: también debieron acercarse a la gente. Hoy, la digitalización puede mantener a flote buena parte de la economía, la educación y los servicios públicos esenciales, gracias a una conectividad inédita y la posibilidad de producir desde cualquier lugar.
Sin embargo, el exceso de información contradictoria y borrosa puede ser pernicioso para el humor social. Ante el coronavirus, todo jefe de Estado sabe que la sobreinformación debe ser contestada con comunicación oficial clara y basada en evidencia. ¿Cuántos ciudadanos confiarán en sus gobernantes si estos saltan de una estrategia de salud pública a otra totalmente contradictoria?
◆ Los líderes del mundo ya pueden acusar recibo: la opinión de los expertos científicos es irreemplazable. La inversión en ciencia y tecnología nunca puede verse como un gasto. Contar con los recursos tecnológicos, profesionales y académicos para trazar respuestas a amenazas nacionales no tiene precio.
◆ La educación también es decisiva para sociedades resilientes. En definitiva, la calidad de nuestras respuestas a las crisis determina su resultado. La notable coordinación social en Singapur, donde se respetaron las órdenes del gobierno a rajatabla, hizo que se minimizaran las víctimas por coronavirus, a pesar de haber sido de los primeros focos de la pandemia y tener una población envejecida.
◆ Como dentro de cada país, la coordinación internacional será central en la resolución de esta crisis global. Cooperar es más necesario que nunca: si un país falla, todo el planeta está en riesgo. Controles fronterizos deficientes, bajos niveles de vacunación o ausencia de reportes sobre posibles mutaciones pueden ralentizar la recuperación de todo el planeta.
◆ En estos contextos extraordinarios, la política exterior debe contemplar todos los escenarios posibles, incluso los que hasta hace poco eran “imposibles”. Muchas cancillerías podrían lamentarse si actúan en abril con diagnósticos tan lejanos como los de 2019. O, incluso, con los de febrero pasado.
◆ La diplomacia multilateral necesita ser flexible. La reciente Cumbre de Jefes/as de Estado y de Gobierno del G20 son ejemplos en este sentido. Los ciudadanos del mundo necesitan un liderazgo que demuestre poder actuar en equipo para protegerlos, en este caso de una pandemia.
◆ El coronavirus refuerza al siglo XXI como el de los conflictos “glocales” (aquellos que combinan lo global y lo local a la vez). Los flujos transfronterizos y la distribución de la producción mundial potencian el impacto y la duración de fenómenos que desconocen fronteras. Incluso los más pesimistas coinciden en la necesidad de un mayor “realismo comunitario”: aceptar la coordinación internacional ante amenazas comunes, más allá de toda rivalidad histórica o coyuntural.
La incertidumbre con que debemos navegar el siglo XXI es un dato central de la realidad global. Y no depende de nosotros. Pero lo que sí depende de nosotros son las respuestas políticas y sociales que demos frente a situaciones tan críticas como la que estamos viviendo.
*Embajador en Estados Unidos. Sherpa argentino del G20.