Desde San Pablo
Atrincherado por más de 50 horas en la sede del Sindicato de Metalúrgicos de San Bernardo del Campo, Luiz Inácio “Lula” da Silva se entregó finalmente a las 18.45 de ayer para empezar a cumplir su condena por corrupción.
Su entrega se produjo en un clima de tensión y de resistencia de la militancia petista. Tras un intento fracasado de dejar el sindicato en auto, recibió un ultimátum policial para entregarse en treinta minutos.
Lula salió del edificio a pie, empujando a sus seguidores, e ingresó en el patio de una empresa vecina donde lo esperaban los agentes. Rápidamente entró en uno de los autos, que salió escoltado en dirección a la sede de la Policía Federal en San Pablo. Luego de unos exámenes médicos, seguía a Curitiba, donde estará en un salón especialmente reservado en el cuarto piso del cuartel general de la policía de Paraná.
El ex presidente desafió a la Justicia y a la Policía al no presentarse antes de las cinco de la tarde del viernes, como preveía la orden de prisión expedida por Sergio Moro, el juez de Curitiba a cargo del Lava Jato, gracias a la resistencia de la Policía para aplicar la fuerza y arrestarlo en el sindicato, y se tomó el tiempo necesario para hacer todo lo que le pareció importante antes de entregarse. Pasó una segunda noche en el sindicato, participó de un acto religioso-político, dio un discurso de casi una hora y almorzó con su familia y aliados.
Hasta el mediodía de ayer, sus abogados esperaron la respuesta del Tribunal Supremo (TSJ) a un último recurso enviado el jueves para evitar su prisión. El ministro Edson Fachin, relator del Lava Jato en el TSJ, lo denegó.
El ex presidente fue condenado por Moro a nueve años y seis meses de prisión en julio de 2017 por haber beneficiado a la constructora OAS con tres contratos de obras de la Petrobras a cambio de un departamento tríplex en el balneario de Guarujá. En marzo, un tribunal de Porto Alegre confirmó la condena y la elevó a 12 años y un mes.
Lula fue a la cárcel con un 42% de aprobación popular, según una encuesta del Instituto Ipsos de febrero.
Como anticipó su abogado, José Roberto Batochio, Lula no se fue “al matadero con la cabeza baja”. Arriba de un camión, donde se celebró una ceremonia ecuménica en memoria de su mujer, Lula fue otra vez el viejo líder sindicalista sin pelos en la lengua. Se presentó como víctima de los medios, de la Fiscalía y de la Justicia, desafió a Moro e instigó a los movimientos sociales para llevar adelante ocupaciones de tierra y de viviendas que casi siempre son violentas.
En especial, retomó su retórica de “ellos contra nosotros”, que tanto alimentó la polarización política de Brasil en los últimos años. “No sirve de nada que ellos crean que me van a parar. Yo no pararé porque no soy un ser humano. Yo soy una idea”, dijo. “Todos ustedes, desde ahora hacia adelante, van a convertirse en Lula y andar por este país.”
La ceremonia ecuménica en memoria de Marisa Letícia, fallecida en febrero del 2017, se ha convertido en un acto político de suma importancia para Lula y el PT. Miles de militantes de su partido y de aliados se concentraron en torno al Sindicato de los Metalúrgicos desde el amanecer a la espera del discurso de despedida de su líder.
En él, Lula admitió que sus aliados le habían aconsejado buscar asilo político en Uruguay o Bolivia, pero que se entregaba porque no quería ser visto como prófugo. “No estoy por encima de la Justicia. Si no creyera en ella, yo no hubiera creado un partido político ni propuesto una revolución en este país”, declaró. “Yo no les tengo miedo.”