INTERNACIONAL
A 80 AÑOS DE HIROSHIMA

Paul Tibbets, el antihéroe que bajó del cielo para abrir las puertas del infierno atómico

Al conocerse las cifras de muertos en los diarios de todo el mundo, varios de los arquitectos de la primera bomba atómica sintieron que algo había estallado también en la conciencia norteamericana. La excepción fue el hombre que la lanzó: "Nunca perdí una noche de sueño por lo que hice".

CONMEMORACIÓN BOMBA ATOMICA
CONMEMORACIÓN BOMBA ATOMICA | Web

La nube en forma de hongo que se alzó sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 se convirtió en la imagen más brutal y significativa del siglo XX: una ciudad arrasada en segundos, decenas de miles de vidas borradas y el inicio de una era atómica que cambió para siempre el modo de hacer —y de temer— la guerra. A bordo del Enola Gay, el avión que transportaba la primera bomba nuclear, iba el general Paul Tibbets, el hombre que ejecutó aquella misión.

A ochenta años del final de la Segunda Guerra Mundial, el debate sigue abierto: si las bombas fueron necesarias para la rendición de Japón o si, en realidad, representaron una advertencia al mundo bajo el pretexto de la paz. Desde su propia e inquebrantable convicción, Tibbets sostuvo —en sus memorias— que fue “la única forma de terminar la guerra” y, con el paso de los años, reafirmó: “Sigo pensando que fue la decisión correcta y, en iguales circunstancias, volvería a arrojarla”.

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Hiroshima conmemoración del bombardeo 20250729
Paul Tibbets, comandante del Enola Gay, lideró la misión junto a Robert Lewis (copiloto), Thomas Ferebee (bombardero), Theodore Van Kirk (navegante), Wyatt Duzenbury (ingeniero de vuelo), George Caron (fotógrafo), Richard Nelson (radiooperador), Jacob Beser (encargado de sistemas de radar) y Joseph Stiborik (radarista)

La imagen del piloto estadounidense al mando del Enola Gay, justo antes de lanzar la bomba atómica sobre Hiroshima, es otro de los documentos clave para entender la operación militar. A fines de 1944, este hombre, que había pulido sus habilidades en el desarrollo operativo del B-17 Flying Fortress —ese bombardero diseñado para alcanzar objetivos estratégicos en Japón con una capacidad destructiva hasta entonces inaudita—, recibió una citación secreta.

Aquel día, se reunió con el general Uzal Ent en Colorado Springs, quien le informó que sería designado para comandar una unidad especial. La misión: entrenar a un grupo de élite para lanzar un arma sin precedentes a bordo de un B-29 Superfortress, el nuevo bombardero que él mismo pilotearía. Tibbets aceptó la orden con un simple “Sí, señor”.

Durante la madrugada del 5 de agosto de 1945, Tibbets y su equipo ultimaban los preparativos para una misión que cambiaría la historia, luego de semanas de intenso entrenamiento y con el momento de la verdad acercándose rápidamente. A solas con sus pensamientos, ese día eligió un nombre especial para el avión y ordenó que lo pintaran en grandes letras negras bajo la cabina: Enola Gay, el nombre de su madre. Un gesto íntimo antes de desatar el horror.

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Para Tibbets, el Enola Gay era simplemente el nombre de su madre —"dos palabras fáciles de recordar", como él mismo dijo—, una elección sencilla que unió a una mujer del Medio Oeste con una hecatombe nuclear.

"¡Dios mío, qué hemos hecho!"

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Este es el Enola Gay, el avión B-29 que portó la bomba atómica "Little Boy" el 6 de agosto de 1945

La misión contaba con apenas siete aviones, un número reducido para una tarea de tal peso y complejidad táctica. Ya en la base y con la cuenta regresiva en marcha, Paul Tibbets se dirigió a su tripulación con un mensaje que reflejaba la expectativa y la carga operativa del momento: “Esta es el día que todos hemos estado esperando. Pronto sabremos si hemos tenido éxito o hemos fracasado. Vamos a una misión para lanzar una bomba diferente a cualquiera que hayan visto o escuchado. Esta bomba contiene una fuerza destructiva igual a veinte mil toneladas de TNT”.

Durante la madrugada del 6 de agosto de 1945 desde Tinian, tres B‑29 avanzados —el Enola Gay con su carga letal, The Great Artiste equipado con instrumentos y Necessary Evil con cámaras— despegaron desde la isla de Tinian en formación cerrada. También partió el Big Stink hacia Iwo Jima como reserva hacia Iwo Jima por si el principal sufría un inconveniente.

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Reportes meteorológicos determinarían el blanco final de la bomba, por lo que tres aviones de reconocimiento despegaron más de una hora antes para verificar las condiciones sobre Hiroshima, Kokura y Nagasaki. A las 8:15, mientras el bombardero principal se aproximaba al territorio japonés, la confirmación llegó por el intercomunicador en la voz de Tibbets: “Es Hiroshima”.

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La restauración completa del avión llevó 20 años, un trabajo que permitió que hoy se exhiba en el Centro Steven F

La sentencia había sido dictada. Antes del lanzamiento, Tibbets ordenó a todos que se pusieran las gafas oscuras Polaroid, necesarias para proteger sus ojos del resplandor cegador, que se esperaba fuera equivalente a la luz de diez soles juntos. Al instante, a unos 570 metros sobre la tierra, la bomba estalló en el aire, causando 70.000 muertes inmediatas, según The Tibbets Story, el libro del propio piloto, pero reconstrucciones posteriores de la ciudad de Hiroshima y la Cruz Roja estiman que la cifra total superó los 140.000 hacia fines de 1945.​

A temperaturas que alcanzaron los 50 millones de grados centígrados en el epicentro, y con una onda expansiva capaz de derribar 60.000 edificios, el centro de la ciudad quedó reducido a humo, fuego y destrucción radiactiva. Con la mirada fija en el objetivo, los tripulantes observaron cómo la ciudad desaparecía bajo una nube de destrucción, y en la cabina flotó la pregunta: “Dios mío, ¿qué hemos hecho?”. Tibbets mantuvo su convicción intacta con el paso del tiempo.

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El trágico destino del mayor Eatherly

La historia llevó a otro piloto a un destino distinto al de Tibbets en aquella misión que cambió el rumbo del mundo. A poco más de una hora, Claude Robert Eatherly, al mando del Straight Flush —el avión encargado de confirmar que las condiciones climáticas eran aptas para el lanzamiento— sobrevoló Hiroshima y dio luz verde para el ataque. Terminó su vuelo sin presenciar la explosión y sin prever que aquel momento marcaría su vida de manera significativa.

A diferencia de Tibbets, que se mantuvo firme, Eatherly experimentó un intenso malestar psicológico. Desde ese día, enfrentó problemas de salud mental que incluyeron intentos de suicidio e internaciones en hospitales psiquiátricos.

Desde la perspectiva de Tibbets, el comandante del avión de reconocimiento presentaba características personales particulares. Años después, lo describió como un hombre con “una personalidad despreocupada y una debilidad por el licor, el juego y las mujeres”. Para él, no existía una relación directa entre Hiroshima y el deterioro personal de Eatherly.

CLAUDE EARTHELY
Claude Eatherly, el piloto encargado de dar luz verde al bombardeo sobre Hiroshima desde el avión de reconocimiento

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La diferencia no era solo de funciones: era una cuestión de percepciones. A lo largo de una entrevista con La Nación, Tibbets afirmó: “Nunca me arrepentí y nunca perdí una noche de sueño por la bomba de Hiroshima” y más aún, agregó: “No puedo sentirme culpable por ser un hombre frío, técnico diría, obsesionado por la perfección. Mi relato es el de un piloto profesional que arrojó una bomba y eso es exactamente lo que yo era en 1945”.

Al revés que Eatherly, Tibbets se despidió del mundo con la misma convicción con la que cumplió su histórica misión. Después de retirarse en 1966, evitó la exposición pública y pidió que sus cenizas fueran esparcidas sobre el Canal de la Mancha, rechazando homenajes y epitafios, poniendo fin a su historia dejando atrás la imagen del antihéroe que bajó del cielo para abrir las puertas del infierno atómico.

mv / ds