¿Es una típica maniobra disuasiva y propagandística? ¿O la amenaza bélica de Corea del Norte representa esta vez un peligro real? ¿Qué razones tiene el régimen de Pyongyang para coquetear con una guerra que no le conviene? Gobiernos y analistas se hacen ésas y otras preguntas desde que el joven líder norcoreano, Kim Jong-un, se declaró en “estado de guerra” y ordenó apuntar misiles hacia Corea del Sur y los Estados Unidos.
Ayer, la Casa Blanca advirtió que toma “en serio” las amenazas, en tanto que Corea del Sur prometió una reacción “durísima” si su vecino realiza maniobras militares. Francia y Alemania llamaron a las partes a “no jugar con fuego”, mientras que Rusia alertó sobre un “círculo vicioso”.
Técnicamente, ambas Coreas están en guerra desde hace sesenta años, ya que luego del conflicto de 1950 nunca se firmó la paz definitiva. Lo que ahora hizo el gobierno comunista del Norte fue dar por roto el armisticio de 1953.
Entre los expertos están aquellos que casi caricaturizan al régimen norcoreano y descartan de plano un desenlace bélico, y aquellos que temen un error de cálculo de Occidente ante las chances de que, detrás de la cortina de humo, Pyonyang esté preparando un ataque sorpresa.
En un artículo titulado “Cuatro razones para no tomar en serio las amenazas nucleares de Corea del Norte”, el influyente semanario estadounidense The Atlantic resumió algunos argumentos de la primera tendencia: es tradición que el régimen norcoreano presione al Sur en busca de concesiones cada vez que asume un nuevo gobierno; Kim Jong-un no posee los misiles nucleares que dice tener; la tranquilidad en la Bolsa de Seúl demuestra que Corea del Sur no espera un ataque; y el parque nacional Kaesong, operado en forma conjunta por ambos países, por ahora sigue funcionando.
Del otro lado, la corresponsal en Asia de la revista The New Yorker advirtió que “la crisis está en su momento más agudo en años: en apenas tres meses, Corea del Norte lanzó cohetes de largo alcance, realizó un ensayo nuclear subterráneo, suspendió el armisticio de 1953 y amenazó con un ataque preventivo contra los Estados Unidos”. El artículo también subraya que Occidente aún no tiene claro si el joven Kim, de 30 años, posee suficiente sutileza política.
La siguiente pregunta es por qué el régimen comunista promete una guerra imposible de ganar. “Corea del Norte busca defenderse de las sanciones de la ONU por su último ensayo nuclear y repeler el sobrevuelo de aviones estadounidenses en la península, y al mismo tiempo aspira a exhibir la firmeza de su líder recién asumido –dijo a PERFIL Jorge Malena, profesor de Relaciones Internacionales de Asia en la Universidad del Salvador–. A su vez, la experiencia de los últimos diez años señala que el régimen norcoreano se vale de la extorsión bélica para lograr el abastecimiento de medicinas, combustibles y alimentos”.
Detrás de la escalada retórica entre el Norte y el Sur, las dos primeras potencias mundiales juegan su propio juego. Mientras que Washington busca extender su influencia sobre la estratégica zona del Asia Pacífico y presionar al gobierno chino para que favorezca la desnuclearización de la península, Beijing es el único aliado de peso político y económico que conserva Pyongyang.
Desde la Segunda Guerra Mundial, China ve a Corea del Norte como un tapón de contención frente al Sur y sus aliados estadounidenses, quienes poseen una base militar en el corazón de Seúl. Sin embargo, desde el cambio de mando en el Partido Comunista Chino, algunos dirigentes del gigante asiático comenzaron a sugerir que sería más conveniente desautorizar la belicosidad de Kim y alentar la reunificación de ambas Coreas, lo que implicaría una catástrofe económica para el Sur.
Aun si las amenazas de Kim fueran disuasivas o propagandísticas, la experiencia demuestra que la política norcoreana Songun de “primacía militar” –ordenamiento de toda la sociedad en torno al factor bélico– puede convertir las advertencias en hechos y ataques concretos. Ocurrió en 1996, en 2002 y también en 2010, cuando 46 marinos surcoreanos murieron por un misil del Norte contra una corbeta militar. Aunque no se produzca un conflicto de magnitud, el dedo está en el gatillo.