Desde el Vaticano
En una de las celebraciones más importantes del catolicismo, el papa Francisco participó ayer por la tarde de su primera recitación de la Pasión de Cristo, el tradicional acto litúrgico celebrado durante el Viernes Santo en el Vaticano que recuerda las últimas horas de vida de Jesús. El rito empezó con la postración del Papa en silencio en el piso frente al altar de la Basílica de San Pedro y continuó con la adoración de la cruz.
La recitación de la pasión, que relató los sufrimientos de Cristo antes de su muerte, fue cantada por tres diáconos bendecidos por el Papa y acompañados por el coro de la Capilla Sixtina. Por su parte, la homilía fue pronunciada por el padre Raniero Cantalamessa, un religioso franciscano. “La muerte no es un muro que rompe toda la esperanza humana, sino un puente hacia la eternidad”, aseguró el predicador de la Casa Pontificia, que recordó al papa emérito Benedicto XVI. “La fe cristiana podría regresar a nuestro continente y al mundo secularizado por la misma razón por la cual ingresó”, prosiguió el predicador de la Casa Pontificia. Según Cantalamessa, “este Viernes Santo podría ser el principio de una nueva vida”.
En su predicación, Cantalamessa utilizó un texto del escritor checo Franz Kafka para referirse a los impedimentos que surgen en el seno de la Iglesia a la hora de evangelizar, una de las tareas impulsadas por Jorge Bergoglio. “Tenemos que hacer todo lo posible para que la Iglesia nunca se parezca a aquel castillo complicado y sombrío descripto por Kafka, y el mensaje pueda salir de él tan libre y feliz como cuando comenzó su carrera”, aseveró el religioso.
Cantalamessa también comparó al catolicismo con “alguno de esos viejos edificios, que a través de los siglos, para adaptarse a las necesidades del momento, se llena de divisiones”. El franciscano pidió volver a la sencillez de los orígenes de la Iglesia y elogió a San Francisco de Asís, por su labor junto a los pobres. Al finalizar la ceremonia, que duró dos horas, el Papa abandonó la Basílica de San Pedro y se dirigió al Coliseo, donde por la noche presidió el tradicional Vía Crucis.
Francisco, el primer jesuita que llega al sillón de San Pedro, dejó claro en poco más de dos semanas de pontificado que quiere un cambio en la Iglesia Católica, acosada en los últimos años por escándalos de pedofilia, luchas intestinas de poder y por las polémicas finanzas del Banco Vaticano. El mensaje más contundente lo dio el Jueves Santo, cuando se desplazó a la cárcel de menores de Roma Casal del Marmo, donde ofició una misa ante medio centenar de jóvenes y lavó los pies a doce de ellos en una ceremonia que conmemora la última de cena de Jesús con sus doce apóstoles. Arrodillado en el frío suelo sobre un simple paño blanco, Francisco lavó, secó y besó los pies de diez chicos y dos chicas, dos de ellos, de confesión musulmana, rompiendo con la tradición del catolicismo.
“Quien está en lo más alto debe servir a los otros, ayudar a los demás”, dijo el papa argentino, ex arzobispo de Buenos Aires. Poco antes, en la misa crismal, les pidió a los 1.600 religiosos presentes que se conviertan en “pastores con olor a oveja”, en “pescadores de hombres” y sirvan a los “pobres”, a los “cautivos” y a los “oprimidos”.
Por su parte, el Papa continuará hoy con el maratón de actos de la Semana Santa. Por la noche tendrá lugar la Vigilia Pascual, en la que Bergoglio bautizará a cuatro adultos convertidos al catolicismo: un albano, un italiano, un ruso y un estadounidense de origen vietnamita. Mañana, en tanto, el Sumo Pontífice celebrará en la Plaza de San Pedro la misa de Pascua ante decenas de miles de peregrinos y pronunciará la tradicional bendición Urbi et Orbi (“a la ciudad y al mundo”).