La presión hizo efecto contra la administración Biden este mes. Los ojos de los ambientalistas y los magnates petroleros cuestionan la aprobación en Washington del Proyecto Willow.
Se trata de una obra de perforación petrolera situada en la Reserva Nacional de Petróleo en Alaska, valorada en ocho mil millones de dólares. El Estado de Alaska y sus residentes están muy divididos con respecto al tema. El resultado es una grieta entre las implicaciones ambientales y los posibles beneficios económicos para el país.
El proyecto fue el centro de la especulación nacional cuando la Oficina de Administración de Tierras Estadounidense publicó un detallado análisis ambiental. El reporte sugirió que el proyecto debe ser aprobado, pero de una manera más acotada, con tres sitios de perforación, en vez de cinco. Este análisis fue el último obstáculo regulatorio para que el gobierno tome la decisión final sobre el Proyecto Willow. Desde ese momento, los expertos ya anticipaban su aprobación.
Impacto. “Los debates políticos están envueltos en la dinámica de los grupos de interés”, explica Glenn Wright, profesor asociado de Ciencias Políticas en la Universidad de Alaska Sudeste. “La comunidad ambiental está realmente preocupada por los impactos de la extracción de petróleo al nivel local y global. En general y en este lugar en particular. Luego, obviamente, hay personas que se beneficiarán económica y políticamente del desarrollo petrolero en la vertiente norte de Alaska”.
Según Wright, aunque la Reserva Nacional de Petróleo sea una área designada por el gobierno para la preservación y eventual extracción del petróleo al largo plazo, el ambiente sigue siendo muy importante para los activistas ecológicos y las comunidades indígenas que ocupan esos terrenos; ellos no solo están preocupados por el impacto que esto tendrá en el planeta, sino también en sus propios hogares.
El proyecto producirá unos 600 millones de barriles de petróleo en 30 años, con un máximo de 180 mil barriles por día. En comparación, Prudhoe Bay en Alaska, el campo petrolero más grande de América del Norte, produce unos 281.800 barriles por día.
Una mayor preocupación, aparte del impacto negativo que tendrá la producción y la quema del petróleo para la atmósfera, son los renos: fuente importante de alimento para los grupos indígenas del área, verían interrumpidas sus rutas migratorias por la construcción del Proyecto Willow.
Nick Bond, meteorólogo en la Universidad de Washington, sugiere que además pueden verse afectadas las aves de la zona y los sistemas de agua locales, en el caso de un derrame de petróleo.
Políticos e indígenas. La iniciativa está a cargo, en parte, de la compañía ConocoPhillips. Según Wright, los afiliados a dicha empresa, una multinacional de petróleo, apoyan la extracción porque serán los beneficiados de su construcción. Si el proyecto no se hubiese aprobado, era probable que ConocoPhillips hubiese ido a la Corte para que determine si el gobierno tuvo motivos suficientes para denegar el permiso.
Son diversas las opiniones entre los actores políticos de Alaska. Algunos apoyan el proyecto porque reforzaría la situación fiscal del Estado, que depende, en gran medida, de los ingresos de la extracción de petróleo.
Wright afirma que, aunque el proyecto no generará la misma cantidad de dinero que otros del pasado, sería, de todos modos, una fuente importante de ingresos para Alaska. El experto recuerda que la producción de petróleo en el estado alcanzó su punto máximo en 1988, y hoy equivale aproximadamente a un 25% de ese pico histórico.
Entre los grupos indígenas también hay un conflicto de opiniones. Bajo la Ley de Liquidación de Reclamaciones de Nativos de Alaska, el gobierno les otorgó la titularidad del 10% de las tierras de Alaska. Sobre el otro 90%, los nativos fueron recompensados con una suma monetaria que no se entregó directamente a individuos o tribus.
En cambio, el Congreso creó compañías, y los grupos indígenas se convirtieron en accionistas de estas. Ahora, algunas de estas empresas, como la Corporación Regional de la Vertiente Ártica, apoyan la industria petrolera, mientras muchas otras no.
En Nuiqsut, una ciudad muy cercana al lugar en el que se construiría Willow, están en contra del proyecto. Según Chanda Meek, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Alaska Fairbanks, la comunidad ha sentido los impactos de colaborar con ConocoPhillips anteriormente, tanto en beneficios como en consecuencias perjudiciales.
“Pudieron recibir parte del beneficio económico del proyecto para ayudar a sacar a sus residentes de la pobreza y traer muchos beneficios a la comunidad, pero también tuvo un costo sanitario: aumentaron los problemas respiratorios. Muchos niños desarrollaron asma”, explica Meek. “Y otro problema es que el oleoducto ha tenido efecto psicológico en algunas personas. Ya no tienen, lo que podríamos llamar, control de su destino: no pueden determinar lo que les sucederá. Ha habido una pérdida de calidad de vida para algunas personas”, agrega.
La decisión final sobre la aprobación del proyecto quedó en manos de Biden, y ambos expertos están de acuerdo en que no envidian su posición. Habiendo hecho su campaña con una promesa de reducir la dependencia de los Estados Unidos del petróleo, la aprobación del Proyecto Willow es un cachetazo para muchos de sus votantes.
Si las protestas en las redes sociales son un indicio, los seguidores de Biden desaprueban Willow con vehemencia: #StopWillow tiene más de 160 millones de vistas, en TikTok solamente.