Saskia Sassen está en Londres, donde la sorprendió la pandemia, pero habla como si aún viviese en Buenos Aires. Su acento porteño desnuda su infancia en "la Ciudad de la Furia". La profesora de la Universidad de Columbia, ganadora del Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales en 2013, dialoga con PERFIL sobre el impacto de la pandemia, la decadencia de las grandes ciudades, y cómo cambiará la política estadounidense si Donald Trump es derrotado el próximo 3 de noviembre.
Sassen, autora del célebre libro La Ciudad Global: Nueva York, Londres y Tokio, ensaya una reflexión sobre la irrupción del coronavirus: “La lección número uno es que nosotros hemos contribuido a esta globalización del virus porque hemos destruido tantas aguas, tantas tierras. Quedamos nosotros, pero matamos a tantos….Esto es una invitación a volver a ese tema. Nuestros cuerpos ahora están sintiendo el efecto de nuestras destrucciones”.
—¿En qué cambiará el mundo pospandemia?
—La pandemia ha adquirido un peso que va mucho más allá del evento en el sentido estrecho de la palabra. Hay algo con este virus que ha movilizado nuestras inteligencias y nuestros imaginarios. La imagen que me viene a la mente es que estamos más preocupados con el medio ambiente, las aguas que van a subir, los desiertos que se expanden, tenemos mucha más conciencia de todo lo que hemos destruido que cuando apareció el SARS en 1980. Por ahí hay muchos elementos de una nueva generación. La juventud se maneja de una manera muy distinta de la que fuimos nosotros, que éramos más inocentes. Esta nueva generación está muy consciente de cómo estamos destruyendo la tierra, el aire y el agua.
—¿Era imaginable la globalización de un virus que se propagara por todo el mundo tan rápidamente?
—Creo que nos tomó por sorpresa. Al principio estaba limitado a ciertas regiones. Pero fue avanzando y sabemos que ahora está en todo el mundo. Si yo fuera religiosa, que no lo soy, estaría pensando que los dioses están tratando de educarnos, diciendo “tienen que entender que este virus mata”. Tenemos que entender que, a medida que destruimos tierras, aguas, y la calidad del aire con nuestras prácticas económicas, vamos a pagar un precio alto. Esto no es una situación inocente. El virus es inocente, pero nosotros no, nosotros perdimos la inocencia.
—El epicentro de la pandemia está en América Latina. ¿Cuáles son las vulnerabilidades de la región que la dejaron más expuesta al coronavirus?
—Conozco América Latina, pero tampoco soy tan experta. No es el centro de mis investigaciones, pero entiendo bastante, viví ahí. El virus fue llegando, hizo un viaje, no cayó del cielo como una enorme lluvia, se fue moviendo. Hubo un vacío a la hora de gobernar, no solamente en América Latina, sino mucho más fuertemente en América del Norte, y también en cierto punto en el resto del mundo. Es un escándalo que no supimos manejarnos mejor. Los científicos tenían la información en diciembre. Y tantas entidades no hicieron nada. El caso de Donald Trump es extremo. Tiene una inteligencia muy limitada. La usa solo para ciertos objetivos que tiene para sí mismo. En Brasil también el gobierno funcionó de una manera espantosa.
—Más allá de medidas coyunturales que pueden impulsar los gobiernos, como aumentar camas de terapia intensiva, implementar el uso de barbijos y fomentar la higiene, hay otras cuestiones estructurales, como la pobreza y el hacinamiento en las grandes ciudades de América Latina, que no se cambian de un día para el otro. En esas ciudades el virus ha hecho estragos. ¿Incide el planeamiento urbano en cómo se propagó la pandemia?
—La ciudad es un espacio que tiene su propia especificidad. La notamos en cuántos autos hay en la calle, cuánta gente hay sin techo. Nosotros ya sabemos que la ciudad son muchos mundos. La mayoría de los residentes en estas ciudades no conoce todos esos mundos. Conoce algunos munditos. Entonces llega este virus y hay sorpresa, no están preparados. Como urbanos deberíamos saber mucho más sobre las condiciones de la ciudad. Eso va más allá del virus. Saber si el agua que tomas es limpia. Hay formas de conocimiento que los residentes en las ciudades son responsables de enterarse. El agua no llega directamente de la fuente. Parte de la educación de las personas que viven en la ciudad debería incluir entender sistemas básicos. Que sepas cómo manejarte si hay una catástrofe, en vez de ser simplemente una víctima o tener una inocencia que mata. Vivir en la ciudad se ha vuelto una situación más compleja de lo que fue hace 20 o 30 años. Las ciudades se vuelven más y más grandes, acaparan tierras, aguas, y eliminan espacio para otros tipos de vida: plantas, árboles, agua limpia. Restringimos el espacio operacional de una serie de actores que antes eran parte de la ciudad. Animales e insectos ahora tienen menos opciones y nosotros los humanos somos una opción. La pandemia es un indicador de eso.
—¿La gente empezará a salir de las grandes ciudades?
—Sí, creo que sí, pero eso empezó hace 10 o 20 años. Hay gente que ha entendido que la ciudad enorme no es lo ideal. Cuando tienen niños se quieren ir a ciudades medianas. Lo que pasa es que a la intelligentsia le cuesta más. Hay ciertos sectores de vanguardia como las altas finanzas que todavía necesitan el espacio ciudad. Lo mismo las grandes empresas que operan internacionalmente. Necesitan estar en una gran ciudad, necesitan ese conglomerado de formas muy avanzadas del conocimiento. Pero la gran mayoría de los que viven ahí no son de ese sector. Ahora hay una desilusión con las grandes ciudades, donde hay demasiado tráfico, criminalidad, y suciedad. Las grandes ciudades, y Buenos Aires es una de ellas, ya no son lo que fueron. Los costos son demasiados grandes, no sólo de dinero, sino de tiempo, de levantarse más temprano y viajar una hora y media o dos. También van envejeciendo nuestras ciudades, hay cosas que se rompen. Históricamente las ciudades han tenido vidas más largas que cualquier otra forma de poder y orden. Hemos tenido ciudades por siglos y siglos. Ahora entramos en una nueva época. El cambio de época empieza en 1980 cuando todos los países se internacionalizan. La decadencia empieza ya hace 30 años. Y las grandes ciudades están un poco cansadas. Eso no significa que vayan a morir. Al contrario, el hecho de que todo una serie de familias, de sectores, se van de las grandes ciudades puede ser positivo.
—¿Cambia mucho en Estados Unidos si Trump gana o pierde las elecciones?
—Creo que sí va a cambiar, pero no todo. Nunca en un sistema complejo cambia todo, sino se acabó el sistema. Pero cambiará bastante. Trump ha abusado de la ley de una manera espectacular. Por eso él no puede permitirse perder las elecciones porque va directo a la prisión. No tiene vergüenza, no sabe lo que es la humillación, quiere simplemente lo que quiere. La carta que Trump puede jugar es que algo falló en el sistema, que los rusos se inmiscuyeron en las elecciones. Tiene sus seguidores todavía, están cayendo, pero son entre 30 y 36 %. Pero hay demasiados actores muy importantes, entre ellos las Fuerzas Armadas, que están en su contra. Me imagino que si pierde, se irá a alguna isla para no terminar en la cárcel.
Tras casi treinta minutos de charla, Sassen deja una reflexión final: “Hay una decadencia de este modelo de democracia. Hay nuevas modalidades que están emergiendo en algunos países de América Latina, elementos innovativos que van a reinventar este sistema. No lo van a eliminar, pero hay muchas cosas que cambiarán en nuestras democracias liberales”. Su voz, cálida y modestamente optimista, se despide, sembrando reflexiones que, seguramente, trascenderán esta entrevista.