INTERNACIONAL
el modelo oriental

Shenzhen, el ‘Silicon Valley made in China’

La ciudad fue pionera en el proceso de apertura del país. En cuarenta años, pasó de ser un pueblo pescador a una meca ‘hi-tech’ global y un símbolo del proyecto de reforma chino.

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Futurista. Ubicada en la provincia de Guangdong, Shenzhen tiene el mayor producto bruto per cápita de las grandes ciudades chinas. | cedoc perfil

Desde Shenzhen

 

En la costa sur de China, aquí donde el Río de las Perlas muere en el mar Meridional, el futuro llegó. Cientos de millones de occidentales ignoran siquiera su existencia, pero en este delta húmedo y oriental hay una ciudad que crece, crece y crece. Y crece más. A los chinos les gusta decir que es su “Silicon Valey”, su propia versión del gran salto nacional hacia la modernidad. Shenzhen es, de hecho, el símbolo de la reforma en China: el orgullo aspiracional de un país que mira al capitalismo cada vez con menos complejos.

Geográfica y conceptualmente, la ciudad está cerca de Hong Kong y lejos de Beijing. No es la capital pero sí la joya de Guangdong, la provincia más poblada de China. Casi 12 millones de personas viven en esta metrópolis con un clima símil Río de Janeiro y una opulencia edilicia que bien podrían envidiar Frankfurt o Tel Aviv. Los rascacielos son tantos que uno termina por naturalizarlos. Los hay futuristas pero también ochentosos, como resabios de una modernización que se produjo en varias capas. En algún punto, Shenzhen es como la Sagrada Familia de Gaudí: una locura arquitectónica en estado de construcción permanente. El naranja overol de los obreros y las grúas enormes en las calles forman parte de un paisaje de desmesura urbana a la altura del estatus económico privilegiado de la ciudad.

Cambio. “Cuando vine aquí como turista en los años 70, lo más llamativo que había eran los búfalos y mosquitos –recuerda Yao Weizhi, vicedirector de la oficina de asuntos exteriores del gobierno municipal de Shenzhen–. Parece increíble, pero en cuarenta años pasamos de ser un pueblo de pescadores con 30 mil habitantes a uno de los principales polos económicos de China”.

Es literalmente así. En 1980, cuatro años después de la muerte de Mao Zedong, su sucesor, Deng Xiaoping, eligió a Shenzhen para establecer aquí la primera zona económica especial de la China de la “reforma y apertura”, dispuesta a abrir el juego a la inversión extranjera y la iniciativa privada. Desde entonces, la ciudad sirvió como tubo de ensayo para el experimento transformador emprendido por el Partido Comunista. Cuatro décadas después, Shenzhen tiene el mayor PBI per cápita de las grandes urbes chinas, el cuarto puerto más activo del planeta y el sello de meca high-tech global.

Los números de la ciudad apabullan. Crecimiento promedio del PBI de 23% desde 1980. Más de 8 mil compañías chinas de alta tecnología radicadas aquí, 125 de las cuales cotizan en Bolsa. Presencia de 275 de las multinacionales que integran el último ranking Fortune 500. Más patentes internacionales registradas que Gran Bretaña o Francia. Shenzhen alberga, además, las oficinas centrales de gigantes como Tencent, dueña de WeChat, o ZTE y Huawei, dos de los cinco fabricantes de smartphones más grandes del mundo. No es poco decir, si se considera que China produce más de la mitad del total mundial de celulares.

Talentos. DJI es la empresa líder global en la fabricación de drones para uso civil. Su fundador y CEO, Frank Wang, tiene 38 años y es el arquetipo de innovador exitoso al que aspiran los emprendedores de Shenzhen. Luego de terminar sus estudios en Hong Kong, instaló su proyecto aquí en 2006. “Es que Shenzhen ofrece un ‘ecosistema’ para el desarrollo productivo que no existe en Beijing o Shanghai –explican a PERFIL en DJI–. Aquí fabricamos el cien por ciento de nuestros productos. Además, la ciudad es un pool de talentos jóvenes que vienen de toda China y de otros países para buscar trabajos calificados”. En la línea del propio Wang, el promedio de edad de los empleados de DJI es de 27 años.

El atractivo para los jóvenes emprendedores radica en que, en los últimos años, el perfil industrial de Shenzhen empezó a completarse con una fuerte política de incentivo a las startups. Una vez más, la ciudad sirve como laboratorio para el gobierno chino, que la ve como una vidriera adecuada para combatir el prejuicio exterior de que China no genera ideas, sino que las copia de otros países y las materializa a bajo costo, con mano de obra barata e insumos de mala calidad.

En realidad, la percepción general de que China no genera valor agregado quedó, como mínimo, desactualizada. Según un estudio hecho por la Universidad de Sussex para la Comisión Europea, citado meses atrás por la revista The Economist, el valor promedio que el país les agrega a sus exportaciones es del 76%, no muy lejos del 87% de la Unión Europea.

En pocas palabras, el próximo objetivo oficial es librarse del made in China y pasar al designed in China. Shenzhen es el caballito de esa batalla.

 

El desafío del ‘PBI verde’

Shenzhen es la primera ciudad continental de China que utiliza el “PBI verde”, un índice de crecimiento económico que contempla las consecuencias ambientales como variable. El cuidado del medio ambiente es parte de su filosofía de expansión urbana. A diferencia de lo que ocurre en otras grandes metrópolis chinas como Beijing o Shanghai, aquí no hay nubes de esmog, habitantes con barbijos ni aplicaciones para saber el nivel diario de contaminación en el aire.

Según estadísticas oficiales, el 45% de la superficie de Shenzhen está cubierto por espacios verdes. Hay 921 parques en la ciudad y 53 millones de metros cuadrados destinados a edificios verdes.

Las inversiones en energías renovables y limpias, conservación de áreas ecológicas e innovación técnica para reducir las emisiones de dióxido de carbono acompañan el desarrollo de las empresas radicadas aquí. En la ciudad hay unos 70 mil vehículos con energía eléctrica y las autoridades aspiran a ampliar ese parque automotor.