Los congresos de las Internacionales partidarias suelen ser cordiales. La Internacional Socialista
de 1999 en París, en cambio, fue un campo de batalla. La socialdemocracia europea parecía dividida
en dos. Tony Blair exponía los principios de su Tercera Vía mientras Schroeder asentía: mantener
los objetivos de la socialdemocracia de posguerra, y tomar ideas del neoliberalismo para lograr
todo ello.
Un ofuscado Lionel Jospin le opuso una apología del socialismo clásico francés: menos libre
comercio, menos Washington, más “Estado Providencia” y más regulación de la economía,
para alcanzar la justicia social. Pero, en las elecciones presidenciales de 2002, los socialistas
de Jospin quedaron terceros, y el balotaje se dirimió entre el gaullista Chirac y el xenófobo Le
Pen. En términos del análisis político, Jospin había quedado atrapado en un lugar incómodo.
La condición de mujer candidata de Royal es una novedad para Francia, uno de los países más
masculinos de la política europea. Sobre todo, para el Macizo Central y las regiones del Oeste,
mucho menos progresistas que la feminista París. Y un imán para las políticas latinoamericanas, que
ven en ella un modelo de integración, no sólo de la mujer, sino del discurso oenegista que rompe
con las rigideces de las burocracias partidarias. Pero con esta historia previa, el significado más
profundo de Royal es la ruptura con la soberbia de sus predecesores. Las dos principales
definiciones post-Jospin de Royal, tras haber ganado la interna, han sido, precisamente, su elogio
de Tony Blair y su posicionamiento duro respecto de la inmigración, a tono con lo que hoy piensan
los sindicatos franceses, norteamericanos y alemanes: restrictiva en función del mercado de
trabajo. El cambio de las preferencias sociales es evidente: hoy, Royal, el gaullista Sarkozy y Le
Pen compiten por representar el voto de los franceses temerosos de la globalización.
* Director de la carrera de Relaciones Internacionales
(Universidad de Belgrano).