La historia de Silvia Romano, una cooperante que estuvo 18 meses secuestrada y se convirtió al islam puede funcionar muy bien como ejemplo de ciertas tendencias que se pueden advertir para el pospandemia de un mundo en el que la globalización entró en crisis. En un 2020 en el que las distopías se suceden, lo que podría ser la “versión en la realidad” de una temporada de una serie de televisión se transformó en un signo de los tiempos en el que pensamiento xenófobo y autoritario avanza por el mundo. Quienes vieron la primera temporada de la serie Homeland conocen la historia del sargento Brody (interpretado en la ficción por el actor inglés Damian Lewis). La serie cuenta de la historia de un militar secuestrado por un comando árabe del que se una espía norteamericana duda si se convirtió o no al islam y si realmente no se transformó él mismo en comando.
La historia de Romano tiene algunos puntos en común en con la serie. Y otros muy distintos. De una familia católica y bastante conservadora, la mujer, que hoy 25 años, fue liberada por los servicios de inteligencia de Turquía y llegó a su país, con un barbijo, guantes desechables y botines para protegerse contra el covid-19, Romano, que ahora se llama, Aisha regresó a su tierra natal el domingo después de 18 meses como rehén en el este de África. Llegó al aeropuerto internacional de Roma- Ciampino. Al observársela por primera vez en meses, llevaba un velo sobre su cabello y un atuendo africano.
Rapto. Silvia había sido secuestrada el 20 de noviembre de 2018 en Chakama, un pueblo a 80 kilómetros de Malindi, en Kenia. Allí trabajaba como voluntaria atendiendo a niños abandonados con la ONG italiana Africa Milele. Los terroristas secuestradores (que formaban parte de Al-Shabaab, la rama somalí de Al Qaeda) irrumpieron en la sede de la ONG armados con rifles y machetes. La joven fue trasladada de Kenia de Somalía y entregada al grupo yihadista.
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Apenas llegó a su lugar de cautiverio, Romano se enfermó. Tuvo fiebre alta. E hizo un pedido a sus secuestradores: un cuaderno, en el que fue anotando sus vivencias y su conversión. ASí contó cómo escuchaba cotidianamente, varias veces por días, la voz del muecín llamando al rezo. Y en la soledad, comenzó un proceso que terminó con su conversión.
Especialistas en los movimientos musulmanes señalan que la conversión precisamente es muy valorada. En la concepción de esas organizaciones “ganar un alma” es un elemento esencial.
A diferencia de lo que pasa en Homeland, las negociaciones para la liberación de la mujer fueron largas. Se necesitó más de una prueba de vida y se pagó un rescate, hasta llegar a la vuelta a su país y a su casa natal.
La historia de mi conversión al Islam
Allí es cuando se inició otro proceso. La reacción de la extrema derecha italiana que calificó de “desagradecida” a la joven recién liberada. En el Casoretto, el barrio de su familia, tuvo un recibimiento por todo lo alto. Pero enseguida comenzaron los insultos y las amenazas en las redes. También en las primeras páginas de periódicos de la derecha: “Hemos liberado a una musulmana” o “Silvia, la ingrata”. Vivirá bajo escolta policial algún tiempo. La libertad plena no ha llegado todavía. Ella contesta: “Mi nombre ahora es Aisha”
CP