Eran las cinco y media de la tarde del domingo. El presidente de Colombia, Iván Duque, llamó por teléfono a Gustavo Petro para felicitarlo por la victoria frente al histriónico Rodolfo Hernández y ponerse a disposición para una transición armónica. Final de juego o cambio de época. La izquierda arribará a la Casa de Nariño el 7 de agosto por primera vez en la historia después de derrotar, en la primera vuelta, al candidato del establishment, Federico Gutiérrez, alias Fico, con la primera vicepresidenta negra en los 136 años de la república, Francia Márquez.
Fue el tercer intento de Petro, derrotado por Duque en 2018 y por Juan Manuel Santos en 2010. El Pacto Histórico, afín al Foro de San Pablo, liquida dos décadas de dominio del expresidente Álvaro Uribe, por primera vez ausente con aviso en la política colombiana. El ajustado resultado de la segunda vuelta, con una participación del 58 por ciento, tres puntos más que el 29 de mayo, deja al país en la misma polarización que rige desde las protestas de 2019, reactivadas con el paro nacional de 2021.
El desafío de Petro, de 62 años, senador, economista, ex alcalde de Bogotá y ex miembro de la guerrilla del Movimiento 19 de Abril (M-19), consiste en unir ambos extremos. A Hernández, empresario de 77 años, no le alcanzó la batalla contra la politiquería, sinónimo de la casta política, y su propuesta de combatir la corrupción y adelgazar el Estado. Le fue esquiva la sorpresa, más allá del mérito de haber cosechado en solitario 10 millones de votos como un desconocido cuya única trayectoria pública se centró en haber sido alcalde de Bucaramanga entre 2016 y 2019. Será senador.
"Gustavo Petro fue elegido primer presidente de izquierda de Colombia"
El miedo ante la posibilidad de que Petro abra en Colombia una sucursal de la vecina Venezuela por su cercanía con el difunto Hugo Chávez no convenció a los cinco millones de votantes de Gutiérrez. No a todos, en realidad. Pesaron más los reclamos sociales frente al aumento de la pobreza y de la delincuencia que los abismos ideológicos. A Petro, casualmente nombre de la criptomoneda de Venezuela, le critican haber condenado en forma tardía la guerra de Ucrania.
En la campaña, con un léxico más moderado que en años anteriores sin dejar de amonestar a quienes considera los causantes de la crisis de Colombia, logró capitalizar el disgusto de la sociedad. En especial, de los jóvenes. Promete un cambio del modelo productivo y del régimen impositivo, así como la independencia del Banco de la República.
La fuerza de Gutiérrez, el respaldo de los partidos tradicionales y de los empresarios, terminó siendo un lastre. Petro se vio frente al espejo cuando debió enfrentar a Hernández, comparado con un autócrata como Donald Trump: ambos proponían un cambio radical. La Petrofobia se tradujo en la campaña en el temor al salto vacío en un país familiarizado con la alternancia entre conservadores y liberales sin conservadores ni liberales en la segunda vuelta. Y sin miras de transformaciones de fondo mientras “los nadies” de la periferia, como supo llamarlos la ahora vicepresidenta electa Márquez, no tenían voz ni voto.
Hernández, el rey del TikTok, decía en público lo que muchos pensaban en privado. Cometió un error: no asistir al debate con Petro ordenado por el Tribunal de Bogotá tres días antes de las elecciones. En los anteriores, previos a la primera vuelta, uno iba y el otro no o desertaban ambos. Petro bajó un cambio en el último tramo de la campaña, de modo de no espantar a los desconfiados después de haber sido la espada de la oposición durante los gobiernos de Uribe y de Duque. Le toca ahora aventar los fantasmas de un país marcado por su pasado de violencia y su presente de incertidumbre.
CB PAR