La invasión rusa en Ucrania alteró todos los planes. Nadie imaginaba hasta el 24 de febrero, no hace tanto, que Finlandia y Suecia iban a entregar hoy en Bruselas sus solicitudes de ingreso en la OTAN para convertirse en los miembros 31 y 32. La alianza militar sale fortalecida después de un período en el cual muchos se preguntaban sobre su eficacia y hasta ponían en duda su razón de ser. El último Estado en enrolarse fue Macedonia del Norte en 2020.
Finlandia y Suecia rompen de este modo su tradición de neutralidad en conflictos internacionales, más allá de que hayan colaborado con la OTAN. En el caso de Finlandia, limítrofe con Rusia, rompe el Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua firmado con la Unión Soviética en 1948, tres años después del final de la Segunda Guerra Mundial. Les prohibía unirse a una alianza militar contra el otro.
En el de Suecia, la neutralidad es más práctica que teórica. Durante los conflictos militares de la primera mitad del siglo XIX, Suecia mantuvo ese estatus, declarado por el rey Gustavo XIV en 1834. Siempre fue una potencia militar, pero adaptó la política de neutralidad a sus intereses políticos. En 1941 permitió el tránsito de fuerzas alemanas a través de su territorio hacia el frente finés y, al mismo tiempo, protegió a refugiados del nazismo.
En la OTAN prima un amplio consenso para darles la bienvenida, excepto de parte del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, porque considera que ambos países amparan terroristas. Un argumento para quedar bien con Rusia, con el cual compartió trincheras en Siria, y con Ucrania, al cual le vende material militar, mientras procura ser el mediador de la guerra sin fin. De concretarse la incorporación de Finlandia y Suecia en la OTAN, sólo cuatro países miembros de la Unión Europea quedarán fuera: Austria, Irlanda, Chipre y Malta, también caracterizados por la neutralidad.
CB PAR