El barrio de Núñez, una vez más, como en aquellos primeros shows de los años noventa, revivió el huracán Guns N' Roses. El magma gunner, que forjó la escena hard rock de Los Ángeles de mediados de la década del ´80, a pesar del inclemente paso de los años, se mantiene en muy buena forma.
Y ese número: el ocho. Por un lado, el histórico, la cantidad de años que le alcanzó al grupo comandado por el cantante Axl Rose y el guitarrista Slash para copar el planeta: desde su mítica fundación en 1985 hasta la salida del inefable The Spaghetti Incident? en 1993 y, en el medio, parir obras icónicas como Appetite for Destruction (1987), G N´R Lies (1988) y una de las mejores doble ediciones de la historia de la música: los Use Your Illusion I y II (1991). Y ocho, la cantidad de veces que el grupo vino a La Argentina: desde el iniciático River de 1992 hasta, tres décadas después, aterrizar en un Más Monumental repleto (unas 60 mil personas), con varias generaciones a sus pies.
Guns N´ Roses en River: así se vivió la vuelta de la icónica banda de rock
El show del viernes por la noche, aparte de puntual, a las 21 tal cual lo prometido, fue de los más extensos de su visita al país: tres horas de concierto y 28 temas (sólo superadas por las 30 canciones ejecutadas el 1 de octubre de 2017 en el Estadio Único de La Plata -junto a los míticos The Who- o bien la descarga de también 30 temas en Ferro, allá por abril de 2014 con una descolorida formación).
Si a esto le sumamos que Axl Rose (voz), Slash (guitarra líder), Duff McKagan (bajo) y Dizzy Reed (teclado) formaron parte de la partida (exceptuando, según la era, a Izzy Stradlin/Gilby Clarke -guitarra- y Steven Adler/Matt Sorum -batería-), se puede decir que el último paso por el país fue histórico.
Axl y Slash, la fórmula del éxito
El arremolinado comienzo con It´s so Easy dejó ver de entrada algo que se desarrolló durante el concierto y fue una de las incógnitas de la noche: la performance de Axl, en donde por lógica se posan los ojos de la mayoría: ante uno de los cantantes más magnéticos que dio la música moderna.
El colorado líder de 60 años, más flaco que en otras oportunidades, demostró que todavía puede caderear y serpentear como en los ´90 (con las limitaciones obvias del caso), caminar para atrás (como si tuviera ojos en la espalda), maniobrar un pie de micrófono como antaño (sin la velocidad obvia) y tirar breves taconeos en el aire, bajando el vhs y el poster al vivo.
Para los nostálgicos de los ´90, esta vez en Nuñez, Axl no lucía a un Jesucristo suplicante y la leyenda Kill Your Idols o bien el rostro del criminal sectario Charles Manson, sino una remera que decía Sex Cures the Crazy, en referencia a un film erótico de 1968 y cierto guiño a un Axl descontrolado, del cual solo quedan jirones. Como el de esos jeans rotos que utilizó para lucir prolijamente desprolijo, eterno pañuelo a la cintura y una gama de sacos brillantes o plateados (¿quién asesora su imagen?) que le da una pasta más de crooner sesentoso que de bravucón del hard rock.
El sonido atronador en Núnez (que por momento tenía ciertos desajustes con la concordancia vocal) fue el marco ideal para una banda que cuida al detalle cada aspecto de su espectáculo, comenzando por el estático y visual: como de costumbre, no permitió la acreditación de fotógrafos de prensa, ni la productora que los trajo al país, sólo brinda imágenes oficiales de sus fotógrafos de gira y, en Argentina, sólo permitió que un dron sobrevuele River: las imágenes aéreas de esta reseña, el resto es archivo.
Hecha la aclaración, algunas postales de la velada. Axl se sube a uno de los retornos de sonido y eleva su pie de micrófono por sobre su cabeza, con los brazos estirados, en pie de guerra musical, ofreciendo esa estampita noventosa, poster de miles de habitaciones que fue mutando año tras año post 1995, cirugías, gordura e implantes mediante.
Quien se mantiene inalterable al paso del tiempo es su coequiper Slash, el hombre de los eternos rulos-galera-anteojos espejados, una silueta que sintetiza la escudería Guns N' Roses y, sin dudas, es de los más queridos y admirados guitarristas del género. Su digitación y velocidad está intacta, como así también su físico: saltó desde varios escalones, hizo giros en el lugar en un pie y hasta ofreció al final del concierto una serie de verticales para despedirse del público. Esto demuestra porqué Saul Hudson (su nombre real) es sinónimo de vigencia y perseverancia.
Para Mr. Brownstone llegó el primer desafío vocal para Axl: los agudos. Y ahí es donde las agujas del señor tiempo no perdonaron al frontman de Lafayette, Indiana. En cada vibrato exigente, Rose se ponía colorado, la yugular se le hinchaba en su cuello y el pecho pedía misericordia a tanto esfuerzo. ¿La solución? Bajar el tono y resonar un poco más grave, cavernoso y adaptando las canciones según los límites de esa garganta castigada durante décadas. Eso sí, en temas como Chinese Democracy, el característico registro nasal del cantante se mantuvo inconfundible.
Luego del cierre de este tema, Axl llamó al intérprete para dejar un mensaje inquietante: “No queremos que nadie se haga daño. Por favor, un paso atrás, los que están adelante están siendo aplastados. Queremos que pasen un buen momento, gracias”, tradujo de boca del líder mientras era imposible no evocar aquellas palabras de 2010 en Vélez (“les pedimos que por favor no tiren cosas al escenario, pueden herirme a mí y lastimarse a ustedes mismos y no queremos eso esta noche, gracias”) o bien en los años ´90 cuando amenazó cancelar el show ante un escupitajo del público y cuando le tiraron una criminal percha de cerámica de baño.
El momento de los tributos comenzó con Slither, el cover de Velvet Revolver (la súper banda emparentada con Slash y Duff ya que tocaron allí -junto a Matt Sorum- y eran amigos del malogrado vocalista Scott Weiland) en donde Axl miraba fijo a las primeras filas del público y dejaba vislumbrar un atisbo de su fiereza de años anteriores.
Bienvenidos a la jungla
Si el show tuvo un “comienzo”, ese fue con Welcome to the Jungle en donde los Guns N' Roses sacudieron River como en sus viejas épocas y Axl intentó dejar su sello salvaje, pero lo logró a medias, como cuando se inclinaba con cierto esfuerzo, y despacio, hacia adelante para agradecer los aplausos luego de cada ejecución.
Para Better, del demoradísimo y último disco Chinese Democracy de 2008, asomaron los coros de la histriónica Melissa Reese (teclados y secuencias) la cara millennial del grupo con su look entre otaku y cyber punk, que está en el grupo desde 2016 y quien -aparte de agregar sonidos y piano en los temas del disco Chinese Democracy- mete efectos especiales en November Rain y el sintetizador en Paradise City, entre otras contribuciones.
Luego del rutero y primigenio Reckless Life (del ep Live ?!*@ Like a Suicide, reeditado dentro de G ´N R Lies) asomó uno de los mejores temas de la noche: el letal Double Talkin ´Jive, interpretado a una velocidad supersónica que finalizó con un salto de Slash, más que envidiable por sus 57 años.
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Pantallas en blanco y negro para Live and Let Die y un paréntesis para las visuales del show. Las pantallas verticales (y gigantes) flanqueando el escenario fueron muy nítidas y acordes a la dimensión del espectáculo: un acierto, sin dudas. Lo que no se entendió fueron las animaciones de cada tema en la pantalla central que, aparte de distraer, sobrexplicaban el significado de cada tema. Los Guns son una banda que no necesitan de esa sobreproducción y entretenimiento, su música habla por sí sola.
La onírica Estranged fue otro de los momentos cumbre de la noche en donde el Más Monumental parecía inmerso en las profundidades del lecho marino entre peces ciegos y brillantes. Axel presentó a Dizzy Reed, su ladero fiel, mientras el corazón-pulmón de la banda (bajo, batería y teclado) desgranaron una porción de esa gema de 9:23 minutos del Use Your Illusion II.
Para Shadow of your Love, Axl se acercó a Slash y entonaron juntos el estribillo del tema, algo impensado años atrás luego de cruentas luchas y declaraciones cruzadas del binomio musical. Todo pasa. Y otro detalle: al ver la estructura de la lista de temas del concierto, se infiere que está armada según el rendimiento de su vocalista con cierta lógica: un bloque de temas a fondo, otro conjunto de canciones de descanso, para regular la marcha y luego volver a imprimirle exigencia a las cuerdas vocales.
El cover de Misfits (Attitude) fue uno de los pasajes del show que sirvieron para que Axl Rose tome aire, se reincorpore y, por que no, presente a la sólida guitarra rítmica de Richard Fortus (acompañar a Slash debe ser uno de los puestos musicales más privilegiados del mundo). Por su parte, el machaque incesante del baterista Frank Ferrer (sin el carisma de sus antecesores pero con una precisión de un reloj atómico) y la perseverancia de Dizzy Reed, el único miembro del grupo que se mantuvo estoico ante los embates de Axl (y, luego del cantante, es el que más tiempo lleva en la banda de las armas y rosas), completan a la formación norteamericana.
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El solo de guitarra de Slash (algo extenso aunque no menos vibrante en un tipo de concierto donde ya escasean estas instrumentaciones) dejaron en el aire los gritos de “Slashhh, Slashhh” que mostraron el favoritismo del público hacia el violero británico-estadounidense. La intro de Sweet Child o´ Mine dejó ver al guitar hero enrulado hacer de las suyas para que Nuñez sea un puño apretado gritando por él.
La opacada versión de November Rain, en donde a Axl por momentos se le fue la voz, se enganchó con Wichita Lineman (el cover de Jimmy Webb) y Knockin ´on Heavens Door en donde el show pareció entrar en cierto estado de sopor para que el vocalista tome envión. Y así fue, dado que Nightrain fue otro de los puntos más altos de la noche en donde, por momentos, el grupo mostró su domesticada fiereza en vivo y cada uno de los músicos parecían tocar al límite.
Música para pantallas (o cómo reemplazar al artista muerto)
A la hora de los bises, uno de los temas más esperados fue Coma, la canción-pulso de la jornada que, como un marcapasos, traspasó el pecho gunner de Nuñez y dejó en carne viva la crudeza hard rock de los ´90. para luego de la intro Blackbird de The Beatles, llegó el lugar de Patience con mister Rose al piano.
Llegó el final con Don´t Cry (no tocaron The Seeker, anotado en la lista original) para luego cerrar con el vandálico Paradise City y las ollas de pogo que se abrieron camino en el campo de River, vip y general. El pique ida y vuelta de punta a punta del escenario de Axl, a una buena velocidad, dejó ver la estela del recuerdo que en ese mismo escenario despuntó tres décadas atrás. Los brazos en alto y dedos en V saludando a su gente y abrazando a sus históricos compañeros, fue otro viaje al pasado. Como si fuese ayer.