OPINIóN
Relato de autoayuda

El reality de la monarquía española con el retorno de Juan Carlos I

Los conflictos en España entorno al rey Felipe con motivo de diversas fricciones politico/militares. Por estos tiempos surge como un iceberg un gran interrogante ¿para qué sirve la monarquía y con qué relato se sostiene?

rey juan carlos reina sofia de españa
Juan Carlos I y Sofía, reyes eméritos de España. | AFP

Hace unos días circulaban cartas escritas por un grupo de generales retirados, longevos pero no inocentes, asustados ante la posibilidad de que España se rompa en manos de comunistas y secesionistas. Las cartas iban dirigidas al rey Felipe. También hubo un grupo de Whatsapp, integrado por el mismo ejército de la tercera edad donde se llegó a expresar la necesidad de fusilar a 26 millones de españoles. 

La cuestión acabó en la Fiscalía y puede que se erosione como la vida de los firmantes, cercana, biológicamente, al final.

El debate giraba en torno al jefe del Estado: ¿debía responder, es decir, poner en su sitio a la tropa veterana o utilizar la principal herramienta de la monarquía: el silencio?

En la Casa Real optaron por dejar correr el tema. Es el modus operandi corriente que se altera solo con discursos oficiales o con la construcción del relato real.

Salvar al Rey Felipe VI

Hoy, con las cifras de incidencia de la covid-19 muy bajas –a diferencia de Alemania o Francia–, la vacunación que comenzará en enero y las ayudas económicas en marcha, ya que ayer Bruselas consiguió neutralizar los vetos de Hungría y Polonia.

Juan Carlos I retoma la centralidad mediática, política y social porque sus abogados regularizaron en su nombre y de manera voluntaria un pago de casi setecientos mil euros a la Agencia Tributaria correspondientes a los impuestos más los recargos y los intereses correspondientes a los fondos ajenos que usó y no declaró entre 2016 y 2018. Esto implica el reconocimiento de un fraude fiscal por un lado y, por otro, evitar penas mayores ya que su «inviolabilidad» que le otorga la Constitución cesó el 14 de junio de 2014, día de su abdicación en favor de su hijo Felipe VI. 

La cuestión es por qué la Agencia Tributaria no actuó antes, teniendo constancia del uso de fondos no declarados posteriores a esa fecha. La otra cuestión es porque no se le ha citado en los tribunales. Las preguntas se acumulan al tiempo que las formaciones del viejo sistema bipartidista, socialistas y populares, intentan preservar a la monarquía en tanto institución, la ultraderecha, representada en el Congreso por Vox (52 diputados: no es poco) se identifica con la Corona, apoya las cartas de los militares ancianos y no pide fusilamientos pero en Vox es solo una cuestión de tiempo, y la izquierda (que comparte Gobierno con los socialistas) no ahorra oportunidades para reclamar la Tercera República.

La cuestión es, ¿para que sirve la monarquía y con que relato se sostiene?

 

Una España bronca al borde del abismo​

Como es sabido, a Juan Carlos I se le considera uno de los arquitectos políticos de la Transición. A la una y cuarto de la madrugada del 24 de febrero de 1981, hora que marca la señal de Televisión Española, pronunció su más trascendente discurso, desautorizando el golpe militar, reivindicando su autoridad y el orden constitucional. El mensaje duró un minuto y veintiséis segundos y ese fue todo el tiempo que le llevó acumular el capital simbólico de su reinado por entonces. En un reportaje publicado en la revista The New Yorker, Jon Lee Anderson señalaba que los escépticos le echaron en cara al monarca su indecisión durante las siete horas que transcurrieron entre el asalto al Congreso y su mensaje televisivo, pero subrayaba que “lo que nadie puso en duda es su extraordinaria intuición para lo que va a funcionar políticamente” 

Eran otros tiempos. El accidente que tuvo en Botsuana marca el final de ese relato y tal vez el de la Transición.

El rey emérito Juan Carlos: la cacería en África que marcó el principio del fin

El 13 de abril de 2012 regresa de urgencia a Madrid para ser ingresado a una clínica y se difunde por todos los medios una fotografía donde aparece junto a un elefante abatido. En ese momento nos encontrábamos en el momento más crítico de la Gran Crisis con una desorbitada cifra de desempleo, recortes y máxima austeridad. Pero, además, por primera vez la prensa habla de la amistad íntima del rey con la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein. A partir de aquí la monarquía pierde el control sobre su propio relato y el reality show se hace cargo de la narración. Recuperado, entonces, Juan Carlos comparece ante las cámaras y pide disculpas. Ya no es el rey de la Transición, el que detiene una sublevación y corta el aliento a un país con un discurso de un minuto y veintiséis segundos. Es como un jovencito, quien luego de cometer una falta, se dirige a sus mayores y les pide perdón. “Lo siento mucho”, dice, y promete enmendar su conducta: “Me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Con apenas cincuenta y siete caracteres, con lo cual podría haber utilizado Twitter en lugar de la televisión, zanja la cuestión.

Desde ese día, como en un reality el guion se construye diariamente, sobre la marcha y en directo.

El relato de la monarquía, hoy por hoy, con escaso capital simbólico, es de autoayuda. Ahora, no hay que confundirse con un espejo pirandelliano y verla necesitada de autor. El problema es que Juan Carlos ha escrito su propio relato actual vaciando de contenido el anterior y el juicio que entonces despertó en Jon Lee Anderson.

 

* Miguel Roig