Volver a casa. Ese es el sentimiento con el que retorno por tercera vez a la Embajada del Brasil en la Argentina. En las dos ocasiones anteriores, primero como secretario encargado del sector político y luego como ministro consejero, mi familia y yo establecimos profundos lazos de afecto con este extraordinario país.
Llegamos por primera vez en 2003 y volvimos en 2010 para quedarnos hasta 2013. Ahora, en 2023, asumo la honrada tarea que me ha sido confiada por el presidente Lula y el canciller Mauro Vieira de conducir ésta que, sin lugar a duda, es la más importante representación diplomática de mi país. Uno podría pensar que hay algo de buen augurio en la redondez de esas fechas.
Además del significado personal y afectivo, 2023 evoca un hito histórico: celebramos 200 años del establecimiento de relaciones diplomáticas entre nuestros países. Pocos lo saben, pero la Argentina fue el primer país en reconocer al Brasil como Estado soberano, un gesto sumamente valiente y significativo para aquella época, cuando reinaba la desconfianza entre las nuevas naciones que se formaban en el proceso de descolonización de las Américas.
Este año también marca el momento en el que la relación con la Argentina reasume plenamente su dimensión central como política de Estado para el Brasil. Es una relación sumamente importante, que sirve a intereses comunes permanentes de ambos países y, por lo tanto, debe estar por encima de afinidades o extrañezas circunstanciales o idiosincrasias de gobiernos de turno.
Llego con la misión de trabajar para que se retome el buen camino trazado a partir de la década de 1980, cuando la reconquista de la democracia, en el Brasil y en la Argentina, allanó el camino para la construcción de la confianza mutua y brindó consistencia e institucionalidad a la relación bilateral.
Sabemos que palabras y buenas intenciones no bastan para que la alianza estratégica, que nos une formalmente desde 1997, se traduzca en un mayor desarrollo y un impacto más directo en la construcción de sociedades más justas, como aspiran y merecen argentinos y brasileños. Los gestos son importantes, pero es necesario darles sustancia.
Hace pocos días, durante la visita de Estado del presidente Alberto Fernández al Brasil, aprobamos el Plan de Acción para el Relanzamiento de la Alianza Estratégica Brasil-Argentina, documento que determina la implementación de iniciativas que estructuran la relación bilateral en una muy amplia gama de áreas y temas, con metas concretas, cronogramas precisos y agentes ejecutores definidos.
Más que una carta de intenciones, es una verdadera hoja de ruta para asegurar la prioridad, el dinamismo y la previsibilidad que exige la relación bilateral, que nunca deberían haberse dejado de lado y ojalá nunca más se pierdan de vista.
De la cooperación nuclear a la Antártida, de los derechos humanos al cambio climático, de la transición energética a las políticas de inclusión, de la minería a la cooperación espacial, del turismo a la educación, estoy convencido de que no hay nada que no podamos hacer mejor si lo hacemos juntos.
La rectificación de rumbo ya se ha hecho notar en los últimos meses, por ejemplo en la fluidez del diálogo político y la profundización de la agenda cultural, pero aún queda mucho por hacer. Es necesario retomar de una vez por todas el dinamismo del comercio bilateral, dejando atrás las secuelas de años recientes de inexcusable distanciamiento. Están dadas las condiciones para que recuperemos nuestros mejores niveles históricos de intercambio, con calidad y alto valor agregado.
Las provincias argentinas y los estados brasileños jugarán un papel clave en este esfuerzo, en beneficio de los productores y consumidores de ambos lados de la frontera. Pretendo visitar todas las provincias y ampliar aún más las acciones de la embajada más allá de la capital.
Asumo la Embajada del Brasil con las puertas abiertas para viejos y nuevos interlocutores, para viejos y nuevos amigos. Creo profundamente en el diálogo como herramienta de trabajo y como condición fundamental para construir un futuro de unidad y prosperidad. Y creo, sobre todo, que entre el Brasil y la Argentina ese diálogo debe ser, no sólo permanente, sino sincero y franco, sin tabúes, sin miedo a decir lo que uno piensa, ni temor a escuchar lo que el otro tiene para decir.
En una visita a Río de Janeiro en 1910, el entonces presidente electo Roque Sáenz Peña pronunció la frase que se convertiría en una especie de mantra: “Entre Brasil y Argentina, todo nos une, nada nos separa”. Durante los años que viví en Buenos Aires, a menudo escuché de brasileños y argentinos la salvedad: “todo, excepto el fútbol”. Hoy, después de la histórica victoria de la Albiceleste en el Mundial de Catar, y de los muchos brasileños que hincharon por Messi y sus compañeros en aquella épica final contra Francia, creo que por fin podemos afirmar: Todo nos une, incluso lo que en su momento pudo haber parecido imposible.
*Embajador de Brasil en la Argentina.