“Lars y una chica de verdad” (Lars and the Real Girl, en inglés), estrenada en 2008, no es de las películas más conocidas de Ryan Gosling. Ni siquiera logró superar su presupuesto inicial tras el lanzamiento, a pesar de que fue candidata al Oscar a Mejor Guión.
En este film que podría encapsularse dentro del amplio mundo de las “comedias románticas” (spoiler: no tiene nada de comedia; sí mucho de romántica), el joven Lars (Ryan Gosling) es parte de una familia tipo en un típico pueblo pequeño de algún rincón de los Estados Unidos. Pero todo lo “típico” se termina cuando comienza a desarrollar una relación romántica con una muñeca sexual, a la que llama Bianca, y decide presentarla socialmente.
Durante toda la película, tanto la familia de Lars como el pueblo están convencidos de que el protagonista está en un delirio, pero por consejo profesional deciden seguirle la corriente, y “aceptar a Bianca”, por su propio bien.
La primera reacción al ver la película es reírnos de Lars cuando sienta a Bianca en la mesa familiar y la presenta como una misionera. Pero a medida que van pasando los minutos vemos que en realidad Lars está perdidamente enamorado de esa muñeca. Y vive ese amor con mucha más pasión y mucha más realidad que otras relaciones que solemos ver.
Parte de lo “gracioso” de la película es que para el común de la sociedad, una muñeca inflable no es un sujeto amable. Sino que más bien es un objeto que usamos para obtener placer sexual cuando así lo deseamos, y lo descartamos después.
Ahora, pensémoslo al revés: ¿Cuántas veces usamos a una persona como si fuera un muñeco? ¿Cuántas relaciones entre seres humanos están mediadas por la “lógica de la muñeca inflable”? Obtengo lo que quiero, saciar mi necesidad de placer inmediato y luego lo descarto.
Cuatro años antes de que existiera Tinder, Lars y una chica de verdad ya levantaba la idea de las relaciones superficiales - líquidas, en términos de Zygmunt Bauman - a las que los humanos del siglo XXI nos estamos acostumbrando. No es intención culpar a las apps de citas de la falta de empatía o la debilidad de los lazos amorosos en nuestro tiempo. Hacerlo sería un reduccionismo atroz.
Amor en tiempos de Tinder
Pero sin duda estas apps ayudan a reforzar tendencias preexistentes y normalizar ciertos hábitos a la hora de establecer vínculos, que perduren y trasciendan la propia aplicación.
Las apps de citas se volvieron furor en los últimos años. En 2020, el 30% de los estadounidenses declararon usar de manera frecuente este tipo de aplicaciones.
Judith Duporteil es una periodista francesa del periódico Le Figaro. En 2016, Duporteil pidió a la compañía Tinder, todos los datos que tenía de ella. ¿Cuántas páginas creen que obtuvo? ¿5? ¿10? ¿100?... Se quedan cortos. La autora de El Algoritmo del Amor: Un viaje a las entrañas de Tinder recibió 800 páginas de información personal que la app utilizó para crear su perfil. Información como cuánto tiempo pasan otros usuarios en mi perfil, qué tipos de hombres me gustan, qué cosas me hacen reír y qué cosas me enojan, a cuantas personas ignoramos (o "ghosteamos"), con cuántos nos escribimos al mismo tiempo, estudios, intereses, y frecuencia de uso de la aplicación, entre muchas otras cosas.
Toda esa información alimenta lo que Duporteil llama “El Algoritmo del amor”, que está detrás de un - aparentemente casual pero en realidad nada casual - match.
De acuerdo con un estudio, cuando usamos Tinder, tenemos 1.7 segundos para vendernos antes de que la persona que está del otro lado “swipeé” a ver si hay algo mejor. No por nada, la aplicación de citas más popular del mundo tuvo en 2019 un promedio de 66 millones de swipes por hora. Esto es lo que llamamos, el “inventario humano ilimitado”.
Si el inventario humano es ilimitado, el descarte es mucho más factible. Si solo tengo 1.7 segundos para atraer a alguien, tengo que venderme rápidamente. Como un producto. Como un objeto. Y el recurso principal para hacerlo es nuestra imagen (Con filtros, claro). Nosotros mismos somos el producto que vendemos, y muchas veces sin darnos cuenta, nos tratamos como tal, habilitando al otro a que haga lo mismo. Tanto en el amor, como en la amistad.
Apps y algoritmos de amor
En el futuro cercano -y hoy lo estamos experimentando más que nunca-, viviremos en sistemas autocontenidos donde nos avisen que salirse de la norma es incorrecto.
Tampoco vamos a querer hacerlo: las estadísticas y aplicaciones de nuestro celular nos dirán qué hacer, a dónde ir y, si no habrán de decirnos cómo respirar es porque para eso, al menos, podremos arreglarnos solos.
Tal como define Judith Duporteil en su libro, el “algoritmo del amor” nos pone un corsé que regula nuestras interacciones amorosas cuando usamos Tinder. Aunque este fenómeno no sea exclusivo de esa red social
Esa asistencia forzada no importará, porque al final de todo nos espera la felicidad máxima -o al menos eso creemos, o nos hacen creer- , siguiendo cada paso marcado nos encontraremos con nuestro compañero ideal, aquel por el que hemos pasado tanto, y tendremos la seguridad de haberlo encontrado porque todo "lo establecido" no nos convencerá de lo contrario.
Tinder o el algoritmo del amor
La película “Amor Garantizado” (Love Guaranteed), estrenada en 2020 relata la historia ficticia de Nick Evans (Damon Wayans Jr.), que decide demandar a una app de citas porque tras 1000 encuentros mediados por ella, no encontró el amor, como lo establecía su slogan. ¿Puede un algoritmo garantizarnos el amor? ¿Podemos reducir algo tan complejo a una serie de características comunes? Al fin y al cabo muchas veces lo que más nos atrae del otro no es aquello en lo que nos parecemos sino eso que nos diferencia.
El “algoritmo del amor” nos pone un corsé que regula nuestras interacciones amorosas cuando usamos Tinder u otras aplicaciones
En Hang the DJ, de Black Mirror, no se termina de comprender si el capítulo habla del presente o del futuro cercano. Aunque, más allá de eso, nos narra la historia de Frank y Amy encontrándose en una cita porque un dispositivo les ha dicho que lo hicieran, comiendo una cena que ya estaba elegida y, para el cierre, consultando una fecha que les marcará cuánto durará su relación (no esa cita, sino toda su relación completa).
Una especie de pesadilla que ellos intentan romper con risas, nervios, comportamientos salidos de lo aceptado comúnmente, y un gesto que significa mucho más del acto: agarrarse la mano en la oscuridad, porque sí, porque la corta distancia entre los dos les dolía mucho.
De entre todas las mentiras que nos dirán en nuestra vida, la mayor podría ser "es así". Que te tienes que conformar, que no hay que precipitarse, que algo bueno llegará algún día... que momentos así habrá más... Y nos lo creemos porque cuesta armarse de valor para decirle a esa persona que te morís de ganas de besarla, de despertarte con ella, y que no te importa conocerla de la nada o no haber pasado un "tiempo aceptable" saliendo según lo preestablecido.
¿No deberíamos desafiar las estadísticas hasta que la opción más visceral sea rebelarse? Es una lástima que nos hayamos olvidado de ello. Que pensemos que vale mucho más tenerlo todo controlado antes que arriesgarse, simplemente porque nos creemos por activa y por pasiva que todo lo sabe la tecnología.
Pero ni ella puede predecir una discusión, un reencuentro o un gesto, que en su simpleza ya ha expresado todo lo que se lleva dentro. Así que vivamos, equivoquémonos mucho que es la única forma de crecer y a veces sigamos nuestros impulsos sólo porque nosotros, y no una máquina, creemos que "es así".
*divulgador, especialista en tecnologías emergentes. https://www.perfil.com/autores/jcwaik