SOCIEDAD
Historias de San Valentín

Tienen esquizofrenia, se conocieron en una institución de salud mental y celebran 12 años de amor

Eduardo y Gladis estaban internados en la misma clínica pero vivían en distintas áreas. Cuando se cruzaron, ya no volvieron a separarse. "Le pido a Dios todos los días que no se interponga nada en nuestro camino, en nuestro amor", contó ella.

Amor en un instituto de salud mental
Amor en un instituto de salud mental | Ernesto Pagés

Eduardo tiene 62 años; a los 12 supo que tenía esquizofrenia y en 2005 fue internado en la clínica privada de salud mental San Gabriel en Adrogué. Gladis tiene 61 y vivió diferentes episodios esquizofrénicos; recibió todo tipo de tratamientos, pasó por la residencia Warnes, el Hospital Estéves y finalmente llegó a San Gabriel. Allí se conocieron y comenzaron una relación amorosa. En 2018 llegaría la posibilidad de vivir juntos.

“Lo mío fue muy fuerte, había una ventanita así chiquitita y abajo un vacío y yo no sé qué me agarró en la cabeza y me saco mis anillos, mi pulsera, voy al baño, salgo por la ventana, me trepo a la terraza y escucho de lejos a mi hermano que grita ‘Gladiiiiiiiiis’ y yo voy saltando por las terrazas, bajo por la casa de una vecina y golpeo y me atiende una señora y ella me hace pasar, me viste, porque yo estaba desnuda, me ofrece un té y yo le digo ‘mis hermanos me quieren matar’”: ese es el recuerdo que Gladis comparte con PERFIL sobre uno de los primeros episodios que alertaron a sus hermanos.

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En ese momento su familia llamó a la policía, después la derivaron a un hospital, la inyectaron y le recetaron medicación. “De a poquito fui mejorando, lo que pasa es que yo no seguía el tratamiento, no lo seguía y eso me hacía mal”, reflexiona.

Amor en un instituto de salud mental
Gladis y Eduardo en el parque de su residencia en el Sanatorio San Gabriel (Foto: Ernesto Pages)

En 2009 falleció el padre del hijo de Gladis y en 2010 su suegra la llevó al Sanatorio San Gabriel, lugar del que se fugó y al que reingresó con orden judicial el 13 de mayo de 2011. Previamente vivía con su hijo de 12 años.

“Y ahora está bien porque cuando estaba en Avellaneda estaba re mal, la veía que se quedaba dormida parada, se caía y ahora toma una medicación nueva que no le hace mal”, interviene Eduardo. Cuando se refiere a Avellaneda no se trata de la ciudad, sino que remite a un sector de la clínica en el que solo hay mujeres con problemáticas más complejas.

“Ahora te digo, la esquizofrenia es malísima, a mí el médico me dijo que no me pusiera mucho al sol porque me iba a hacer mal, por la medicación me puedo marear, yo tomo cinco pastillas al día”, detalla Eduardo.

Ambos pasaron por los diferentes tipos de internaciones que ofrece la institución de acuerdo a los avances en su salud y, sobre todo, teniendo en cuenta que no representen un peligro para sí mismos ni para los demás. Ahora disfrutan de su vida en una residencia en la que viven solo 12 personas, con habitaciones y baños separados, que se encuentra dentro del predio de San Gabriel, pero del que pueden entrar y salir cuando quieran.

Amor en un instituto de salud mental
Gladis y Eduardo en el parque de su residencia en el Sanatorio San Gabriel (Foto: Ernesto Pages)

Eduardo se levanta todos los días a las siete, ella se queda un poco más en la cama y comienzan su día cerca de las ocho. Lavan ropa, limpian sus habitaciones, lavan los platos, cocinan, salen a caminar, van al médico a realizarse algún estudio, Gladis va a la Iglesia. “Salimos cuando queremos, a la tarde voy a ir a buscar dos churrasquitos para hacer a la noche”, comenta Eduardo.

En ese lugar que se conoce como Módulo de Integración Comunitaria (MIC) siguen recibiendo alimentación y servicios de limpieza, pero para que puedan manejar su propio dinero cuentan con un kiosco que administran ellos y funciona dentro de la clínica donde compran internos, visitas y trabajadores del lugar. Además, Eduardo cobra su jubilación.

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Pasar a esa nueva vida mixta, en la que tienen libertad para tomar sus decisiones, pero que la institución los protege si lo requieren, permitió que se encuentren como pareja de otra forma, pero también mejoró los vínculos con su familia. “Yo me reencontré con mi hermano menor, que mi hermano mayor me había dicho que no me quería y que nadie quería saber nada de mí y era mentira, lo vi a él, a mis sobrinos, vi a mi hermana, nos hablamos por teléfono todos los días”, cuenta Eduardo.

Laura nos salvó la vida”, aseguran ambos. Y se refieren a Laura Pérez, la licenciada en terapia ocupacional que los acompaña en este proceso y que dedica gran parte de su vida a pensar cómo potenciar la calidad de vida de cada uno de los pacientes que pasa por la institución.

La historia de Eduardo: “¡Y estoy vivo! ¡No sé cómo estoy vivo!”

“Son muchos años que vengo llevando esta enfermedad, tenía 12 años cuando me enfermé. Me llevó mi mamá al hospital Lucio Menéndez que queda acá cerca y mi mamá preguntó si me podía haber afectado que nací atrasado, porque me tuvo después de tiempo y nací sin oxígeno en el cerebro y ahí fue donde me agarró la esquizofrenia y ahí me empezaron a medicar, a los 12 años y ahora tengo 61”, narra Eduardo.

“¡Y estoy vivo! ¡No sé cómo estoy vivo!”, exclama. Su fuerza para vivir lo sorprende, pero a los que lo rodean no, Eduardo sigue apostando a su bienestar, hace seis meses dejó de fumar. “El primer momento fue difícil, pero ya pasó, 41 años fumando y dejé”, se felicita.

Cómo funciona el Sanatorio San Gabriel

En la clínica San Gabriel hay más de 300 personas en tratamiento, allí se ocupan de todas las problemáticas de salud mental y el lugar está dividido por áreas que necesitan un control extremo, áreas un poco más laxas, una zona para internaciones de día y otra específica denominada gerontopsiquiátrica, que es para adultos mayores.

Al atravesar con Laura Pérez las puertas que dan a la zona donde se encuentran las personas internadas con un control intermedio, todas se acercan a saludarla, a preguntarle cuándo les toca salir o cuándo tienen el alta. Todos quieren salir, pero no todos están preparados para hacerlo.

Cómo se detecta la esquizofrenia

La esquizofrenia puede provocar alucinaciones, delirios y trastornos en el pensamiento y el comportamiento. El psiquiatra Pedro Gargoloff especializado en este tema y miembro de la Asociación de Ayuda de Familiares de Personas que padecen Esquizofrenia de La Plata contó a PERFIL que “no se dispone de pruebas o estudios para poder diagnosticar con certeza que una persona padece esquizofrenia”. “Si bien hay muchos avances en el estudio del cerebro y sus manifestaciones, aún hoy son parciales y no concluyentes, por lo no se emplean ni se recomiendan su uso rutinario en la práctica clínica”.

Dr. Pedro Gargoloff: “No hay estudios para diagnosticar con certeza la esquizofrenia”
 

Frente a esta realidad se prioriza el trabajo con entrevistas al paciente y sus familiares evaluando las manifestaciones o síntomas y su evolución a lo largo del tiempo. “Es importante reconocer las manifestaciones subjetivas y objetivas de la esquizofrenia, para poder buscar ayuda cuando recién comienzan a aparecer, teniendo en cuenta que el inicio de esta enfermedad suele ser lento y llevar meses hasta ponerse claramente en evidencia”, subrayó. Las primeras señales de la esquizofrenia suelen aparecer entre los 16 y 30 años, generalmente a mayor edad en las mujeres que en los hombres.

Llegar a la residencia

Eduardo y Gladis habían comenzado una relación antes de llegar a la residencia, pero cuando se enteraron de que ambos iban a vivir juntos comenzó un nuevo desafío. Se encontraron en ese flamante espacio que les daba la libertad de salir cuando quisieran. Se miraron, se besaron y empezaron a construir su vínculo con la paciencia y las peculiaridades del caso. “Primero no salíamos, pero de a poquito empezamos a salir juntos, después de un año fuimos a la casa del hermano de ella, después fuimos a mi casa, siempre vamos allá a comer un asadito, cuando puede mi hermano porque trabaja todo el día, es remisero”, relata Eduardo.

“A mí me ayuda mucho la Iglesia; la ciencia y lo espiritual tienen que ir juntos para poder salir adelante”, cuenta Gladis. Ella va a misa, a rezar el rosario, va los martes, los jueves y los sábados. “Y eso me levanta, me deja como nueva”.

Amor en un instituto de salud mental
Gladis y Eduardo en el parque de su residencia en el Sanatorio San Gabriel (Foto: Ernesto Pages)

Eduardo respeta la devoción de Gladis, pero no va a la Iglesia. “Yo creo en Dios, pero no en el hombre, en el cura no creo nada”. “No me parece que hay que rezar todo el tiempo, estarle encima a Dios para que no te vaya mal y a mí las cosas hasta ahora me van bien, parece que me escucha igual desde acá”.

Eduardo dice que está enamorado de Gladis porque “es buena, es amable” y ella dice que le gusta que él “confía mucho en mí”. Hace 12 años que se conocen y son felices. “Le pido a Dios todos los días que no se interponga nada en nuestro camino, en nuestro amor”, concluye Gladis.

RB / ED