OPINIóN
Tiempo libre

El placer de leer, siempre (décimo tercera entrega)

La compañía de un libro es enriquecedora, a nivel intelectual y emocional. Hoy hablaremos de Paul Auster.

Lectura
Lectura | Pexels en Pixabay

Paul Auster es uno de los escritores norteamericanos más exitosos. Como novelista, se lo recuerda por “Ciudad de cristal”,La habitación cerrada”, el “País de las últimas cosas”, “Leviatán”, etc. Como guionista de cine, por “Smoke” y “La vida interior de Martín Frost”, entre otras.

Con su exploración de nuevos ámbitos de la realidad, Auster ha conseguido atraer a jóvenes lectores al dar un testimonio estéticamente muy valioso de los problemas individuales y colectivos de nuestro tiempo", concluye el presidente del jurado, Víctor García de la Concha, al concederle el codiciado Premio Príncipe de Asturias de las Letras en el 2006.

 

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Paul Auster

 

Esta novela que reseño es un cabal ejemplo del oficio literario de Auster que explica, en cierta medida, porque es considerado un escritor de culto para aquellos que buscan profundizar en el alma humana a través de la literatura; sus personajes son normales, cercanos, viajan en colectivo, concurren a los supermercados…

En ella nos encontramos con Miles Heller, un joven de 28 años que a los 20, golpeado por un dolor que se lo guarda, cambió el rumbo de su vida. Dijo adiós a sus padres, a la Universidad, a su ciudad, Nueva York, y desapareció. Así. De la noche a la mañana.

En Florida, donde eligió vivir, Miles trabaja para una empresa que se encarga de vaciar las viviendas de aquellos que debido a la recesión económica no pudieron seguir pagando su hipoteca, y dejarlas en buen estado para volver a venderlas. Miles vive casi en soledad, con el dinero suficiente para comprar algunos libros y una cámara digital con la que quiere dejar constancia de “esas vidas los últimos y persistentes rastros de esas vidas desperdigadas con objeto de demostrar que las familias desaparecidas estuvieron allí una vez, que los fantasmas de gente que nunca verá ni conocerá siguen presentes en los desechos esparcidos por sus casas vacías.”  

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La vida de Miles hubiera continuado más o menos igual, si en medio de la crisis del 2008 no hubiera conocido a una adolescente, Pilar Sánchez, con la que se cruzó en un parque, leyendo la misma novela que él,  “El gran Gatsby”, regalo de su padre cuando tenía la misma edad que Pilar, 16 años.

Los invito, estimados lectores, a leer unos párrafos de la novela “Sunset Park”, editada por Anagrama, Buenos Aires, 2010, 288 páginas…

 

El placer de leer, siempre (sexta entrega)

“Durante casi un año ya, viene tomando fotografías de cosas abandonadas. (…) Cada casa es una historia de fracaso –de insolvencia e impago, deudas y ejecución de hipoteca– (que) él se ha propuesto documentar”

(…)

Inevitablemente, lo primero con lo que hay que lidiar es el olor, la embestida de aire enrarecido que le penetra súbitamente por las ventanas de la nariz, los omnipresentes y mezclados olores a moho, leche agria, excrementos de gato, retretes con una costra de porquería y alimentos podridos en la encimera de la cocina. Ni con el aire fresco entrando a raudales por las ventanas abiertas se elimina esa peste; ni siquiera la limpieza más atenta y escrupulosa puede borrar el hedor de la derrota.

(…) A estas alturas, ya tiene miles de fotografías, y entre su creciente archivo pueden encontrarse imágenes de libros, zapatos y cuadros al óleo, pianos y tostadoras, muñecas, juegos de té y calcetines sucios, televisores y juegos de mesa, vestidos de fiesta y raquetas de tenis, sofás, lencería de seda, pistolas de silicona, chinchetas, soldaditos de plástico, barras de labios, rifles, colchones descoloridos, cuchillos y tenedores, fichas de póquer, una colección de sellos y un canario muerto que yace en el fondo de su jaula. No sabe por qué se siente impelido a tomar esas fotografías. Comprende que es una empresa vana, que a nadie puede ser de utilidad, y sin embargo cada vez que pone los pies en una casa, siente que las cosas lo llaman, que le hablan con las voces de la gente que ya no está, pidiéndole que las mire una vez más antes de que se las lleven. Los demás miembros de la cuadrilla se burlan de él por esa manía de sacar fotos, pero no les hace caso. (…) Lo consideran estúpido por desdeñar el botín –botellas de whisky, radios, reproductores de cd, un equipo de tiro al arco, revistas porno–, pero lo único que él quiere son fotografías: no las cosas, sino sus imágenes. (…) Tiene veintiocho años, y a su leal saber y entender, carece de ambiciones. De ambiciones desmedidas, en cualquier caso, y de ideas claras en cuanto a labrarse un posible porvenir. (…) Si algo ha conseguido en los siete años y medio pasados desde que dejó la universidad y se puso a trabajar por su cuenta, es esa capacidad de vivir en el presente, de limitarse al aquí y ahora (…)

De manera gradual, ha ido reduciendo sus deseos hasta lo que ahora se acerca a lo justo. Ha dejado de fumar y de beber, ya no come en restaurantes, ni siquiera tiene televisor, radio ni ordenador. Le gustaría cambiar el coche por una bicicleta, pero la distancia que debe recorrer para ir al trabajo es grande. Lo mismo puede decirse del teléfono móvil (…) pero también lo necesita para el trabajo (…). La cámara digital ha sido un lujo, quizá, pero dada la monótona y agotadora rutina del trabajo de limpieza, tiene la impresión de que le está salvando la vida. Paga poco de alquiler (…) el único lujo que se permite es comprar libros, volúmenes de bolsillo, narrativa en su mayor parte, novelas norteamericanas, británicas, traducidas de lenguas extranjeras (…)

De no haber sido por la chica, probablemente se habría marchado antes de fin de mes. Tiene ahorrado lo suficiente para irse a donde le dé la gana, y no hay duda de que está harto del sol de Florida, del cual, tras mucho estudio, cree ahora que es más perjudicial que beneficioso para el espíritu.(…). Sin embargo, fue en esa luz donde vio a la chica por primera vez, y como es incapaz de renunciar a ella, continúa viviendo bajo ese sol al tiempo que trata de reconciliarse con él.”