Los resultados de un estudio realizado sobre la estructura industrial argentina entre 2004 y 2019, que analiza el impacto de las políticas industriales implementadas en el período y particularmente de la inversión pública, derriban algunos mitos sobre ciertos logros supuestamente alcanzados y convocan urgentemente a diseñar nuevas alternativas de políticas de promoción industrial.
El análisis de los datos permite concluir que no se ha logrado instaurar un crecimiento sostenido de la participación de la industria en el valor agregado bruto total de la economía. Esto señalaría la presencia de una posible inestabilidad a mediano y largo plazo de la tasa de crecimiento de la industria, ya que no sería el aumento del stock del capital lo que generó su propia dinámica de crecimiento.
Los períodos de crecimiento no serían explicados mayormente por las políticas de promoción industrial implementadas, sino por otras políticas, como por ejemplo las orientadas al crecimiento de la demanda o al comercio exterior administrado.
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Por otro lado, los diez sectores más importantes, cuyo valor conjunto representa el 82% del total de la industria, no presentaron modificaciones respecto de los que históricamente caracterizaron la matriz productiva del país. En este sentido, los programas gubernamentales de promoción industrial analizados no muestran resultados en términos de modificación de la composición de la matriz productiva.
A pesar de que la implementación de programas de política industrial para sectores específicos (el polo en Tierra del Fuego como eje central) permitió alcanzar ciertos niveles de crecimiento, éstos no lograron el fortalecimiento de un proceso de progreso tecnológico que conduzca a nuevos desarrollos de bienes de manera agregada, exceptuando las fases finales del proceso productivo, como el ensamblaje.
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La política industrial implementada mostró otro de sus aspectos más débiles. Pretender que los sectores inviertan en innovación, amplíen la variedad o mejoren la calidad de sus productos sin generar un contexto apropiado para el incremento de la oferta de ingresos de capitales y líneas de financiamiento es uno de los errores cometidos que podrían explicar los pobres resultados en cuanto a la eficacia de las políticas industriales respecto de la modificación de la matriz productiva. Asimismo, la orientación al mercado interno, sin incentivos aperturistas y con una competencia externa minimizada, pudo haber atentado contra inversiones en innovación o similares.
Para alcanzar el propósito de una estructura industrial homogénea y diversificada, se recomiendan dos cambios centrales en cuanto al destino de los fondos de las inversiones públicas. El destino debería focalizarse en el financiamiento proyectos de incorporación de nuevos bienes intermedios por parte de las empresas productoras de bienes finales, facilitando así la aproximación hacia un sendero de competitividad basado en el incremento de valor agregado. En cuanto al perfil de sectores a promover, sería recomendable que sean aquellos que presenten un mayor potencial de integración con los sectores que son intensivos en los recursos abundantes del país, es decir incentivar la I+D en la agroindustria.
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Para finalizar, y con respecto al contexto general de políticas económicas, la estrategia de crecimiento basada en el progreso tecnológico debería ser complementada con herramientas de promoción de exportaciones, tal como experimentaron con éxito algunos países asiáticos, los cuales alcanzaron importantes niveles de crecimiento, modificando notablemente su matriz productiva.
* Ángeles Messineo. Investigadora de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Belgrano.