Reconciliación, según el reverendo estadounidense Robert Schreiter “es una experiencia fundamentalmente espiritual que tiene su fuente en Dios”. ¿Estamos trabajando para lograrla? Aprecio que no.
Reiteradamente el señor obispo castrense, monseñor Santiago Olivera, manifestó opiniones sobre nuestro desencuentro de los años ´70, sobre el cual en 2010 el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio, dijo: “Es una de las lacras más grandes que pesan sobre nuestra Patria (…) Matar en nombre de Dios es una blasfemia, es ideologizar la experiencia religiosa. Cuando sucede esto, aparece la politiquería y surge el endiosamiento del poder en nombre de Dios. Quienes lo hacen son personas que se autoerigen en Dios” (Sobre el cielo y la tierra, Pág.34).

Al respecto, me cuesta entender lo que el obispo escribió en una carta de lectores en La Nación: “Sobre el pasado debemos avanzar hacia toda la verdad y consolidar realidades más justas, más fraternas y, sin duda, más cristianas en nuestro país” (13 Ago.´25). ¿A qué verdad se refiere? Seguramente no a la verdad en sentido teológico, que está 235 veces en el Antiguo Testamento y 118 veces en el Nuevo Testamento (entre ellas, Proverbios 12:22, Salmos 25:5 y Juan 14:6/17:17), donde la verdad se describe como eterna, absoluta e inmutable.
Es obvio que se refiere a los ´70, en que organizaciones irregulares y criminales agredieron a la sociedad mediante un terrorismo contra el Estado; y el ilegítimo gobierno militar respondió con un terrorismo de Estado que se apartó de todo condicionamiento jurídico, ético, moral y religioso, y “no solo los argentinos de bien sino la mayoría de los argentinos” ha dictado sentencia sobre esa época; en que la Iglesia argentina -como institución- permaneció un tanto impasible y en silencio, con excepción de los obispos Vicente Zaspe, Alberto Devoto, Miguel Hesayne, Jorge Novak, Jaime de Nevares y Enrique Angelelli, el metodista Aldo Etchegoyen y el rabino Marshall Meyer.

Hubo también valientes y anónimos sacerdotes. Diferente fue la actitud de la Iglesia chilena ante casos similares, liderada por el obispo de Santiago de Chile, Raúl Silva Henríquez que enfrentó a Pinochet.
El obispo castrense también se refirió a que “Tenemos una deuda pendiente con nuestro pueblo, con nuestra gente y con nuestra historia, y sugiero que nuestro presidente avance en ese sentido”. ¿Desconoce lo expresado sobre ello por los Papas Juan Pablo ll y Francisco? ¿Desconoce que uno de los objetivos de la dictadura militar era eliminar a todos los que se consideraban “irrecuperables”: obreros, estudiantes, empleados, docentes, políticos, sindicalistas, periodistas, diplomáticos, religiosos, deportistas y militares; todos ellos pertenecían, y pertenecen, a nuestro pueblo, a nuestra gente y a nuestra historia? Conocidos represores obraron con una acriollada untermenschen propia del nazismo; Arturo Pérez Lastra se refirió a ella como “netamente oligarca, tan vulnerable a las presiones del poder externo como implacable en la represión de la guerrilla” (Teoría del Estado, Pág. 81).
Robert Cox, el héroe liberal durante la última dictadura militar
Me consta que los altos mandos de las fuerzas militares, que tenían dominio del hecho y poder de decisión, ordenaron abominables crímenes invocando obrar en nombre de los principios cristianos: violaciones sexuales, robo de bebés, tirar desde aviones vivos o muertos a prisioneros al mar, torturas y desapariciones (asesinatos) forzadas hasta más de cien propios soldados que cumplían el Servicio Militar Obligatorio. El número de desaparecidos solo Dios lo conoce, pero varias fuentes lo aprecian en un poco más de veinte mil.
Anteriormente el obispo expresó: “Hay mucha gente que murió sin condena y por lo tanto inocente. Esa gente aún muy joven obedecía órdenes, y así están formados los militares…”. Un militar está formado para cumplir una obediencia debida, inteligente, que está lejos de ser una obediencia ciega; cuando una orden entraña la ejecución de actos manifiestamente contrarios a las leyes de la Nación -y crímenes-, en particular contra la Constitución Nacional, ningún militar estará obligado a obedecerlas, en todo caso, asumirá la grave responsabilidad de su acción.
Mi particular respeto a los miembros de las distintas fuerzas que murieron sin condena, ellos gozaban del principio de inocencia, como también los miles y miles de torturados y asesinados por órdenes de altos mandos militares que -falsamente- invocaban que las recibieron del gobierno que derrotaron, y públicamente reconocieron aberrantes crímenes (Robin, Marie-Monique, Escuadrones de la muerte, Cap(s) 20-21 y 22).
Soy católico, apostólico, romano, no podría vivir fuera de mi religión pero respeto todos los credos e ideas. Recuerdo algunos preceptos del Catecismo de la Iglesia Católica, que obviamente no son desconocidos por el obispo castrense:
- El terrorismo, que amenaza, hiere y mata sin discriminación es gravemente contrario a la justicia y a la caridad (2297).
- La tortura, que usa de violencia física o moral, para arrancar confesiones, para castigar a los culpables, intimidar a los que se oponen, satisfacer el odio, es contrario al respeto de la persona y de la dignidad humana (2297).
- A los moribundos se han de prestar todas las atenciones necesarias para ayudarles a vivir sus últimos momentos en la dignidad y la paz (2799).
- Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal, que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo (2300).

- La Iglesia y la razón humana declararon la validez permanente de la ley moral durante los conflictos armados (2312).
- Es preciso respetar y tratar con humanidad a los no combatientes, a los heridos y a los prisioneros. Las acciones deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales, como asimismo las disposiciones que las ordenan, son crímenes (2313).
Sobre lo narrado, hace décadas un obispo colombiano me hizo reflexionar: “que al afirmarse que el crucificado es el Hijo de Dios, se descubre una presencia de Dios en la víctima del mal. Dios no interviene para impedir la acción humana, pero se solidariza con la víctima”.
Y me pregunto: ¿no asesinaban a Jesús al tirar desde aviones vivos o muertos prisioneros al mar, quemarlas en recipientes, torturarlas y recurrir a las desapariciones forzosas? Todas ellas por no haber sido juzgadas gozaban del principio de inocencia. Me permito valorar la acción pastoral del Episcopado Argentino en la actual y difícil situación de nuestra Patria. Desconozco lo relacionado con el obispado castrense. Quiera Dios ayudarnos a lograr la ansiada reconciliación.
*Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.