No se trata de borrar las marcas, sino de usarlas como motor de innovación, confianza y trabajo en red.
Un acontecimiento traumático irrumpe en la vida como un volcán: arrasa con todo, deja huellas profundas y cambia la manera de sentir y de estar en el mundo. A veces se transforma en recuerdos intensos, casi imborrables; otras, queda como un silencio mudo, una vivencia que no logra volverse palabra.
El trauma se guarda en la memoria, pero también se filtra en la mente, en las emociones y hasta en el cuerpo. Congela el tiempo en el instante del impacto, como si una parte de la persona quedara detenida allí, atrapada en la escena del dolor.
Por eso muchas veces lo traumático vuelve en forma de “reviviscencias”: ataques de pánico, recuerdos intrusivos, pesadillas, conductas compulsivas. El cuerpo repite lo que la mente no logra procesar. Es como si en el reloj interno hubiese una hora fija que suena una y otra vez.
Pero no todos reaccionamos igual. Lo que para una persona puede ser devastador, para otra quizás no lo sea tanto. El trauma no depende solo de la intensidad del hecho, sino de las condiciones que rodean a la persona en ese momento.
El trauma de volver a la rutina
Un entorno que acompaña, que escucha y sostiene, puede amortiguar el golpe. En cambio, un entorno hostil, indiferente o culpabilizador agrava la herida. De hecho, se habla de “trauma acumulativo”: pequeñas heridas que, una tras otra, sin contención ni palabras, terminan teniendo un efecto tan devastador como un único gran shock.
Vivimos en tiempos de sobreestimulación. Pantallas, noticias, consumo, demandas constantes… Todo eso pero satura el psiquismo. En lugar de ayudarnos a elaborar, nos distrae, nos anestesia o nos sobrecarga.
El resultado: afectos planos, fantasía empobrecida, creatividad reducida a lo que está “permitido” por la moda o el mercado. Cuando la mente no encuentra un cauce genuino, busca escapes: adicciones, compulsiones, vínculos dañinos, hiperexigencia.
Pero el trauma no solo destruye, también puede ser un punto de partida para algo nuevo.
A lo largo de la historia, muchísimas obras de arte, descubrimientos y movimientos culturales nacieron de una herida. El dolor, cuando logra expresarse, se transforma en creación. No se trata de romantizar el sufrimiento, sino de reconocer que allí donde hubo fractura también puede brotar innovación.
Pensemos en los sobrevivientes de guerras o migraciones forzadas que construyeron comunidades enteras en países desconocidos. O en artistas que, desde su dolor sufrimiento, crearon lenguajes universales. La herida se vuelve puente.
Sanar un trauma no significa borrarlo. Significa, en cambio, darle un lugar en la historia personal. Poner palabras donde antes hubo silencio, compartir lo que quedó encerrado, resignificar lo vivido.
Un trauma elaborado se integra como experiencia, no como condena. La persona no queda definida por el hecho, sino enriquecida por el proceso de atravesarlo.
Entonces, ¿cómo se hace para pasar de la fractura a la integración? No hay recetas mágicas, pero sí claves fundamentales: La palabra compartida. Poner en palabras lo vivido, sea en terapia, en la escritura o en conversaciones significativas, ayuda a darle forma a lo informe.
Los vínculos. Una red de sostén puede ser el verdadero salvavidas. Familia, amigos, comunidades: sentir que no estamos solos cambia todo.
El arte y la cultura. Pintar, escribir, bailar, cantar Cada gesto creativo ayuda a reabrir caminos internos. El arte es un lenguaje privilegiado para darle voz a lo imposible de expresar.
El cuerpo. El trauma se guarda en los músculos y en la respiración. Técnicas corporales, deportes o simplemente moverse ayudan a liberar la carga.
A veces llegamos a poner en palabras la experiencia traumática con miedo o con vergüenza, después de mucho tiempo.
Pero el sostenimiento y la empatía nos recuerdan que somos parte de redes: de familia, de cultura, de historia. Así como la herida no afecta solo a quien la vive, también importa a quienes lo rodean. Y lo mismo pasa con la reparación: cuando alguien logra transformar su trauma, irradia vitalidad a todo su entorno.
De ahí la importancia de no quedar atrapados en la soledad. El trauma construye muros, pero la elaboración teje redes.
Lo más importante: sanar es volver a moverse. Un trauma detiene, congela, bloquea. Elaborarlo significa reabrir la circulación de la vida.
Cada palabra dicha, cada vínculo recuperado, cada creación realizada es un paso más en esa dirección. No hay atajos, pero sí hay caminos. Y cada camino recorrido transforma la herida en sabiduría, la fractura en experiencia y el dolor en un motor inesperado.
El trauma nos confronta con lo más vulnerable, pero también con lo más fuerte. Nadie está exento, todos llevamos marcas. La diferencia está en cómo las inscribimos en nuestra historia.
Podemos quedar fijados en el dolor, repitiendo la escena una y otra vez. O atrevernos a darle forma, compartirlo y transformarlo en algo nuevo.
Porque al final, el trauma puede ser una fractura… pero también un inicio. Un llamado a reinventarnos, a tender puentes, a crear.
*médica, psicoanalista, creadora de Pensamiento en Red, autora de “La prodigiosa trama”