Destacados historiadores sostienen que a la Constitución la pensó Alberdi, la escribió Gutiérrez, la ajustó Mitre, la interpeló Sarmiento y la efectivizó Roca. Tales afirmaciones admiten matices, pero es un punto de partida para pensar las relaciones entre Constitución, Estado y Política.
Desde que se emancipó de España, nuestro país tuvo que sufrir guerras civiles, traiciones, fusilamientos y tumultos políticos. Lo que había ganado en autonomía lo había perdido en convivencia pacífica.
Destacados historiadores sostienen que a la Constitución la pensó Alberdi, la escribió Gutiérrez, la ajustó Mitre, la interpeló Sarmiento y la efectivizó Roca
Entonces, el primer drama a resolver por Alberdi fue la anarquía a la que debía oponérsele un sistema que concentrara el poder en pocas manos: la Constitución Nacional.
Hiperpresidencialismo; control de constitucionalidad; una Corte Federal como última voz para interpretar la ley; códigos federales (civil y comercial) para regular derechos subjetivos; un Congreso bicameral con representación indirecta del Senado con sus requisitos de edad y de riquezas que excluía a las mayorías.
El segundo drama a resolver fue el desierto constituido por ríos no navegados, virginal llanura y pobreza por doquier. “¿Qué nombre daréis, qué nombre merece un país compuesto de doscientas mil leguas de territorio y de una población de ochocientos mil habitantes? Un desierto. ¿Qué nombre daréis a la Constitución de ese país? La constitución de un desierto. Pues bien, ese país es la República Argentina; y cualquiera que sea su Constitución no será otra cosa por muchos años que la Constitución de un desierto. Pero, ¿cuál es la Constitución que mejor conviene al desierto? La que sirve para hacerlo desaparecer”.
La Constitución de 1853 permitió fundar el Estado Nacional en 1880. De otra forma no habría sido más que un texto de buenas intenciones.
La Constitución de 1853 permitió fundar el Estado Nacional en 1880
Consolidar el Estado significó: atraer a la población europea y capitales extranjeros; insertar a la Argentina en la división internacional del trabajo; constituir un mercado interno; aprovechar las ventajas comparativas y poner en marcha un modelo agro-exportador.
El proyecto no fue fácil, como quien se atreve a caminar por un extenso desierto, pero esta vez con un mapa a seguir. No es cierto que aquel modelo agro-exportador se haya formado por generación espontánea por parte de los capitales extranjeros. Todo lo contrario, fue consecuencia de una decisión política de insertar al país en el mundo ante una sociedad reacia a los cambios y una clase dominante homogénea en sus intereses contrarios a pensar la Nación en términos de un programa a realizar.
Por esa razón la Constitución alberdiana debe interpretarse en tres dimensiones: como un proyecto jurídico que establece libertades personales, derechos y garantías; como un proyecto económico para dar garantías a los capitales nacionales y extranjeros; y como un proyecto político para establecer quién manda y quién obedece.
El tercer drama fue el que siempre pretendió impugnar a la Constitución por ser una copia extranjera. Es verdad que Alberdi miró a los EE. UU, pero de sus escritos surge la necesidad de hacer algo más que copiar textualmente otra constitución.
Alberdi era consciente que había que hacer algo diferente no por capricho intelectual sino porque el programa pensado para el país reclamaba originalidad.
Solemos subestimar este rasgo distintivo de originalidad, belleza y precisión que él mismo le imprimió a nuestra Constitución.
La Constitución alberdiana debe interpretarse en tres dimensiones: como un proyecto jurídico, económico y como un proyecto político
Sostener que es una copia exacta de la norteamericana es un error. Mientras la del país del norte es un resultado, la nuestra es un punto de partida; mientras aquella es la consecuencia de un proceso histórico, la nuestra es la causa para iniciar uno; y mientras la norteamericana es proteccionista, la nuestra es aperturista.
Lo de Alberdi fue un acto de creación para hacer frente a los dramas de su época. Su gran legado fue fortalecer las instituciones que fecundan la prosperidad colectiva.
¿Cuáles serían los dramas de nuestra época?
Nuestros “desiertos” a travesar tiene muchos nombres. Dependerá de una sabia decisión política para enfrentarlos: ¿pobreza? ¿educación? ¿justicia? ¿desarrollo?
A 136 años de su muerte, hoy venimos a rendir tributo a quien se atrevió enfrentar los dramas de su época con sabiduría y visión de futuro, para que las generaciones venideras prosigan con aquella tarea de seguir construyendo aquél viejo edificio institucional de sólidos cimientos diseñados con igualdad y libertad.
*Decano – FCJS - Universidad Nacional del Litoral (UNL)